Leyendo La caverna de las ideas, de José
Carlos Somoza…
José Carlos Somoza es
un escritor español, ganador de diversos galardones por sus novelas y socio de
honor de Nocte, la Asociación Española de Escritores de Terror. De su obra se
ha dicho que es «tan brillante y perturbadora, aspira a instaurar una realidad
autónoma». No he leído mucho de este autor, pero las novelas que he leído me
han parecido espléndidas, de esas que no te dejan indiferente, que te enganchan
y no te sueltan.
La caverna de las ideas ha sido calificada como una de sus obras más relevantes, en la que se
entremezclan la novela negra, con detective y asesinatos en serie, con
elementos de la filosofía platónica, como el mito de la caverna o la teoría de
las ideas. Todo ello ambientado en la Atenas clásica y en la mente del
traductor de la historia. Una novela donde los mensajes ocultos se encierran
unos dentro de otros, y donde la metaliteratura y la metaficción rizan el rizo
y dan tres vueltas de tuerca. Una novela para lectores exigentes. Un auténtico
banquete, vamos.
Esta no es una reseña literaria,
así que no te contaré de qué va la novela, ni haré un resumen de su argumento,
ni hablaré de sus personajes, ni contaré sobre sus cualidades (que son muchas)
ni sobre sus defectos (que son pocos). De eso ya hay de sobra en la mágica red
de redes. Búscatelo si así te place.
Lo que diré, una vez más, es la perla depensamiento que encontré en una de las frases de esta admirable
novela:
«Escribir es extraño, amigo mío: en
mi opinión, la primera actividad más extraña y terrible que un hombre puede
realizar. Leer es la segunda».
Preciosas palabras, ¿verdad?
Escribir es una actividad extraña y terrible. Entonces… ¿por qué
escribimos? ¿Por qué un escritor se decide a reunir palabras, frases, ideas,
personajes, situaciones en un mismo texto?
Miles de veces se ha respondido ya a esa pregunta, y ninguna de esas
respuestas vale más que las palabras con las que está escrita. Hay quien dice
que la escritura es como la cola del pavo real: el escritor escribe para
acaparar prestigio, fama y dinero. Es decir, para incrementar sus posibilidades
de cópula. Otros piensan que la escritura es una de las más excelsas
expresiones de la trascendencia del ser humano. Cada escritor la responderá de
una forma distinta, según el prisma de su visión.
Muchos escritores, entre los que me encuadro, no sabrán cómo contestar a
esa pregunta. Escriben y punto. Quizás porque continuar escribiendo sea la
manera de buscar la respuesta.
Sí, escribir es una actividad extraña y terrible.
Y leer es la segunda.
Lo que me lleva a la segunda perla de pensamiento que dice uno de los
personajes en la estupenda novela de Somoza:
«¡Leer no es pensar
a solas, amigo mío: leer es dialogar! Pero el diálogo de la lectura es un
diálogo platónico: tu interlocutor es una idea. Sin embargo, no es una idea
inmutable: al dialogar con ella, la modificas, la haces tuya, llegas a creer en
su existencia independiente.»
Magnífico, ¿verdad?
¿Somos la gente que escribimos y leemos seres extraños y terribles? Seres
que no merecen la calificación de «normales»
Sinceramente, espero que así sea. Si no, menudo aburrimiento, ¿no crees?