jueves, 22 de marzo de 2018

El Informe Bræður


Presentamos aquí otro de los anexos incluidos en la novela Ragnarök, la 9ª transición, de Juan Nadie.
Ragnarök es una novela de ciencia ficción distópica, que describe un mundo donde el sistema monetario está a punto de colapsar, la humanidad ha sufrido una cruenta guerra civil a nivel planetario, los neandertales clonados son el último producto de la ingeniería genética, y han aparecido seres humanos, de ambas especies, con capacidades mentales superiores. Son los llamados portadores de almas y han sido masacrados. Los pocos supervivientes buscan todos los caminos posibles para poder tener un futuro.
Como dice Ulises Tyrell, uno de los personajes centrales: «La religión es nuestro castigo, la evolución es nuestra alidada, la genética es nuestra esperanza».
Religión, evolución y genética son las tres premisas en las que se basa el trasfondo de la novela.
Intercalados entre los capítulos de la novela aparecen tres informes como el presente. Dichos informes no son necesarios para seguir el argumento de la novela, la trama ni las vicisitudes de los personajes, desde el inicio hasta el clímax final de la historia.
Pero la lectura de estos informes ayudará al lector a comprender la situación histórica, social y mental en la que se desarrolla la novela.
Estos informes están escritos en formato de artículo científico, así que sólo son recomendables para los lectores más perseverantes, contumaces y aguerridos.
Si te atreves a leer el informe, pincha en la portada y podrás bajarte el PDF gratis.
También lo puedes leer en Wattpad


https://drive.google.com/drive/folders/15enR0BmnEaK5D2Auezv_VXJDyu6eW5jv




Si quieres saber más sobre esta novela, pincha en las portadas debajo.

https://relatosdejuannadie.blogspot.com.es/2016/11/ragnarok-la-novena-transicion-parte-i.html

https://relatosdejuannadie.blogspot.com.es/2017/09/ragnarok-la-novena-transicion-parte-ii.html


jueves, 8 de marzo de 2018

Entrenamiento Zombi (lección 7)


¿Quieres ser funcionario del Ministerio Zombi?


¿Quieres ayudar a tu país en la lucha contra la pandemia?



La SECOP (Secretaría de Estado para el Control de Plagas) te necesita.


Para ser contratado por la SECOP no necesitar sacar unas oposiciones, pero tendrás que someterte a un intenso y especializado entrenamiento.

Esta es la última lección del temario para ser un funcionario del Ministerio Zombi.

Si te ha gustado este minicursillo de entrenamiento y te decides a luchar por tu país contra la pandemia zombi, no te olvides de repasar a conciencia el resto de lecciones.



Lección 1 

Lección 2

Lección 3

Lección 4  

Lección 5

Lección 6

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https://www.wattpad.com/498926222-entrenamiento-zombi-lecci%C3%B3n-1

 

Entrenamiento Zombi

Lección 7

La criatura no gritaba, ni gruñía, ni chillaba. De su boca hedionda no salía sonido alguno. Su silencio era casi tan aterrador como su aspecto. Simplemente empujaba sin cesar contra la verja, golpeando los barrotes una y otra vez, una y otra vez, los dedos como garfios surcando el aire, tratando de agarrarlo. En su mano izquierda sólo tenía dos dedos.
Pudo notar el ansia, el hambre tan terrible que impulsaba a esa criatura, que la obligaría a perseguir a su presa durante toda la eternidad. No había más en esa criatura.
Eso era todo.
Hambre y ansia con una intensidad imposible encerradas en un cuerpo que antes fue un ser humano. Ahora convertida en una cosa infernal con un único propósito: alcanzarlo, morderlo, devorarlo.
Antonio empezó a sentir un ligero mareo.
—Dispare, señor Galán.
La voz del instructor tardó un par de latidos en alcanzar los oídos de Antonio a través de la nube de horror que lo rodeaba.
—Le he dicho que dispare, señor Galán. ¡Maldita sea! Tiene una pistola, úsela por los cojones de Cristo.
Con todo el esfuerzo del mundo, Antonio levantó la pistola y trató de apuntar al monstruo. El arma temblaba tanto que la tuvo que sujetar con las dos manos. No tuvo demasiado efecto en aquietar los saltitos del cañón.
Apretó el gatillo.
No pasó nada.
Antonio arrugó el entrecejo, confuso.
—¡Por Dios, señor Galán! No puede ser usted tan torpe. Levante el seguro del arma.
Con dedos trémulos, Antonio quitó el seguro, tiró de la corredera, volvió a apuntar y apretó el gatillo. El chasquido del disparo le resultó un sonido maravilloso. Vio de refilón el destello del casquillo al salir disparado de la recámara.
El monstruo ni siquiera se inmutó. Siguió manoteando el aire en su inagotable ansia por alcanzarlo.
Antonio volvió a disparar.
Nada. El zombi ni siquiera reculó.
Esta vez apuntó bien, el pulso quizás algo más firme. Consiguió recordar las lecciones. Dirigió el punto de mira de la pistola hacia la boca sin labios, el cañón ligeramente inclinado hacia arriba. Tenía que volarle a esa guarra el puto bulbo raquídeo. Apretó el gatillo.
Nada.
Volvió a disparar. Otra vez. Y otra. Y otra. Y otra. Hasta que el chasquido del percutor al golpear en vacío le avisó que ya no quedaban balas en el cargador.
El zombi parecía no haber notado las balas en lo más mínimo. Antonio lo miró desconcertado y temblando. La intensidad de las náuseas se incrementó hasta casi la agonía.
El instructor apretó con el índice el pinganillo en su oreja derecha y volvió a murmurar unas palabras en voz baja.
Del barracón donde salió el zombi se oyó de nuevo el sonido de un motor eléctrico al ponerse en funcionamiento. La cadena que se unía a la argolla del cuello empezó a tensarse hasta que terminó por arrastrar al zombi por el suelo de vuelta a su oscuro cubil, como el tiro de mulillas que arrastran el cuerpo del toro muerto para sacarlo de la arena del ruedo. Durante todo el trayecto, la criatura no dejó de patalear y revolverse, de tratar de incorporarse y volver a lanzarse contra la verja.
Cuando el zombi traspasó el umbral, el portón metálico volvió a cerrarse sobre sus rieles con un gemido.
Cuando se cerró por completo, una oleada de alivio recorrió el cuerpo de Antonio. Sintió que se mareaba. Dejó caer la pistola y se le doblaron las rodillas. Se quedó en el suelo, a cuatro patas, temblando y sudando. No pudo aguantar más. Abrió la boca y vomitó hasta la última partícula del desayuno.
Federico López de Aguirre reculó dos o tres pasos para evitar que sus inmaculados y brillantes zapatos se ensuciasen con gotitas amarillo verdosas.
Cuanto terminó de vomitar, Antonio se incorporó, aunque siguió con las rodillas clavadas en el suelo. Se limpió la boca con el dorso de la mano y miró a su instructor con el perfecto retrato de la desesperación en su rostro. Gruesos lagrimones caían sobre unas mejillas que aún no habían recobrado el color.
—Ni siquiera lo ha notado. Le he vaciado un cargador entero en la cabeza a esa puta cosa y ni siquiera lo ha notado —dijo con voz entrecortada.
—Las balas eran de fogueo —dijo Federico.
Antonio tardó un par de segundos en comprender y reaccionar.
—¿Qué ha dicho?
—Le digo, señor Galán, que las balas de su pistola eran de fogueo —dijo el instructor con las manos a la espalda, la voz atiplada y el mostacho hierático como si estuviese en medio del aula.
—¡De fogueo! —Antonio apretó los dientes con furia y el color pareció volver de pronto a sus pómulos—. Me ha enfrentado con un puto zombi de verdad con balas de fogueo.
—No nos podemos permitir el lujo de dañar un zombi cada vez que tengamos que entrenar a un nuevo funcionario de la SECOP, señor Galán. Ustedes no son la única promoción que requiere de entrenamiento. Resultaría demasiado caro, incluso para el presupuesto del ministerio.
—¡¿Demasiado caro?!
—No se imagina lo que cuesta traer aquí a uno de esos putos bichos. Eso sin contar con los gastos de transporte y el mantenimiento de los requisitos básicos de seguridad en las instalaciones.
—Pero eran balas de fogueo, cojones. Me cago en Dios. Un puto zombi real y me dan balas de fogueo. Debería denunciarles. Debería…
—No se altere tanto, señor Galán. Estaban la verja y la cadena. Ahora haga el favor de levantarse. Sus compañeros esperan su turno.
—Es usted un cabrón hijo de puta.
—Para eso me pagan, señor Galán.
El instructor condujo a Antonio fuera del patio a través de una pequeña puerta al fondo del mismo y le indicó que volviera al dormitorio comunal sin pasar por el patio mayor donde esperaban sus compañeros.
Antonio llegó al dormitorio y se dejó caer sobre el catre, las manos tras la nuca y la mirada clavada en los caballetes de hierro del techo. Durante un buen rato se quedó allí tumbado, tratando sin demasiado éxito de no pensar en nada. Sus dedos se deslizaban una y otra vez sobre la culata y el cañón de la vacía pistola. El repetitivo movimiento parecía ofrecerle un cierto consuelo.
Se sentía agotado y engañado. Se preguntó por enésima vez hasta qué punto era una locura la empresa en la que se estaba embarcando. Esa fue una de las veces en las que estuvo más cerca de abandonar.
Poco a poco, de uno en uno, fueron llegando sus compañeros. Todos traían el rostro descompuesto. Se limitaron a dejarse caer o sentarse sobre la cama. La mirada perdida y el silencio pesándoles como una losa. Antonio no les dirigió ningún comentario y ninguno hizo intento alguno de hablar. Guillermo Lluch y Carla Morales llegaron con grandes manchas de humedad en la entrepierna. Sin pronunciar una palabra, abrieron sus taquillas, cogieron una muda de ropa limpia y una toalla y marcharon hacia las duchas.
Por la tarde tuvieron la última sesión del cursillo de entrenamiento en el centro de investigación y formación de Tres Cantos. El patio del zombi contaba con una cámara de seguridad en la que ninguno de los alumnos había reparado. La clase consistió en visualizar el encuentro de cada uno de ellos con el encadenado monstruo.
Las reacciones de casi todos no fueron muy diferentes de la del propio Antonio. La única excepción fue Elena Peláez. Ese escuerzo pecoso y cegato había mantenido firme la pistola y vaciado el cargador sin apenas pestañear, el cañón del arma a pocos centímetros de la cara del zombi. Ni vómitos, ni temblores, ni meadas en los pantalones. Cuando el instructor le explicó que las balas eran de fogueo, Elena simplemente se encogió de hombros. Sus compañeros la miraron con una mezcla de respeto y temor que rayaban la superstición.
Estaban ya algo repuestos del encuentro matutino, por lo que las grabaciones desencadenaron una agria discusión con el instructor.
—Esto ha sido un atropello. Una auténtica salvajada.
—Se han aprovechado de nosotros.
—Esto va más allá de nuestras atribuciones como funcionarios de la SECOP. Han violado nuestros derechos fundamentales.
—Han puesto nuestras vidas en peligro. Esto no puede ser legal.
—¿Qué hubiese ocurrido si la verja hubiese caído, o el zombi hubiese roto la cadena? —exclamaba Guillermo Lluch con vehemencia—. Dígame, don Federico. ¿Qué hubiese pasado entonces? ¿Cubre nuestro seguro médico el ser atacado por un zombi?
Federico López de Aguirre aguantó el chaparrón con un estoicismo digno de mejor causa. El escudo de su bigote parecía volverlo inmune ante cualquier tipo de crítica.
Cuando la barahúnda de voces bajó unos cuantos decibelios, el instructor, ex guardia civil y superviviente del holocausto zombi en Andalucía, se plantó frente a su clase. Las piernas ligeramente separadas, el mentón erguido, las manos cruzadas a la espalda. Con voz de acero templado habló:
—Cuando se enfrenten de verdad a un zombi, no habrá verjas ni cadenas. No lo olviden.
Tres días más tarde, Antonio viajaba al sur, rumbo a Córdoba.

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Fragmentos de la novela IBERIAN PARK, la respuesta zombi a la crisis, en concreto los correspondientes los capítulos Palco.1, Palco.2 y Palco.4.
En estos extractos podrás conocer el entrenamiento estándar al que son sometidos los funcionarios del Ministerio Zombi.
https://relatosdejuannadie.blogspot.com.es/2014/07/iberian-park-la-respuesta-zombi-la.html
Una novela única que te permitirá contemplar la Matrix a la que estás enchufado sin remedio (el sistema monetario) desde una perspectiva diferente.
Y sí, como en toda buena novela de zombis, encontrarás tripas y sesos desparramados a mansalva. Y muchas otras cosas más que no te imaginas.
Pincha en la portada de la novela si quieres saber más.

Puedes encontrarla tanto en formato papel como electrónico y también en Amazon.