jueves, 29 de octubre de 2015

El Origen del Jalogüin

Un año más, se nos viene encima una de esas festividades de importación, entrañables y dicharacheras, que ya se han convertido en parte inevitable de nuestras vidas (sobre todo para los cerebros más jóvenes, paridos y criados tras las reformas educativas).
Pero… ¿alguna vez te has preguntado de dónde sale esta jod… encantadora fiesta?
Pues este relato te narra la sorprendente respuesta a esa pregunta que te quema por dentro.


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CABEZA DE CALABAZA

―¡Venga ya, abuelo! Se está usted quedando conmigo.
―Yo no me quedo con nada de nadie, rapaz. Yo soy un hombre honrao y lo he sido toda mi vida.
―Lo que digo, abuelo, es que me está usted tomando el pelo.
―De eso nada, jovenzuelo. Verídico tal y como te lo cuento. Todo empezó con Genaro el del pozo, que después de lo que pasó, se le conoció en todos los contornos como Genaro Cabeza de Calabaza.
―Pero si lo de las calabazas en Halloween es una cosa americana, que lo he visto yo por la tele.
―Es que los jóvenes de hoy día estáis agilipollaos con tanta tele y tanta película extranjera, y os tragáis todo lo que os echen. Pero lo de las calabaza y el jalogüin ese, o como leches se llame, no es algo que se inventaran los americanos. ¡No señor! Nos lo copiaron a nosotros, la gente de este pueblo. Lo que pasa es que los americanos son muy espabilaos y muy listos ellos.
―Pues la primera vez que lo oigo, palabra.
―Pues como te digo, rapaz. Lo de las calabazas la víspera de Todos los Santos es una cosa mu antigua y mu tradicional de este pueblo. Ya se hacía en los tiempos de mi bisabuela, que el señor la tenga en su gloria, buena mujer que era mi bisabuela, ¡si señor!, un poco dada al aguardiente, todo hay que decirlo, pero una señora de su casa. Sacó palante a once criaturas, en aquellos tiempos, no como los de ahora, que los jóvenes lo tenéis todo y no sabéis más que quejaros…
―¡Abuelo¡ No se enrolle, y al tajo con la historia del Genaro, que se me pierde.
―¡Leñe, rapaz! ¿Quieres que te cuente o no quieres que te cuente la historia? Pues si quieres que te la cuente, déjame hacer y escucha calladito, que si no, no acabamos nunca.
―Como si tuviese usted algo más que hacer, abuelo.
―¿Cómo dices?
―No nada. Que siga usted con la historia.
―Pues eso, a lo que iba. Fue por el año doce o así, poco antes de que llegaran los americanos esos. Unos ingenieros por lo visto mu buenos y mu preparaos, que nos iban a construir un pantano y una carretera nueva en la comarca, pero que no serían tan buenos porque al final ni pantano, ni carretera, ni ná de ná. Eso sí, avispados sí se ve que eran, pues el asunto de las calabazas se lo aprendieron bien.
―¿Y el Genaro cuándo sale?
―¡Paciencia, rediez, paciencia! Que los jóvenes siempre vais con prisas. Pues como te digo, por aquel entonces, la víspera de Todos los Santos era una cosa mu seria. No como ahora, que los jóvenes ya no respetáis las tradiciones y os dejáis embaucar con tonterías extranjeras. Como es bien sabido, o al menos tú deberías de saberlo, rapaz, la víspera de Todos los Santos es la noche en la que se abren las puertas del inframundo.
―¿El qué?
―El inframundo, rapaz, el averno. Donde habitan las almas en pena. Y esa es la noche en la que el diablo pasa a este mundo y se dedica a hacer sus maldades.
―No me diga que me va a contar una de fantasmas, abuelo.
―Sí, sí. Tú ríete. Los jóvenes de hoy día no creéis en nada, pero antes la gente no se tomaba estas cosas a broma. El diablo salía a rondar a los débiles de espíritu esa noche, a engañarlos con algún sucio truco y dar con ellos en las llamas del infierno. Y ahí estaba Genaro, que por aquel entonces llamaban el del pozo, más bruto que un mulo tordo y pobre como las ratas. Malvivía de un pequeño cortijo que tenía allá por la pizarra, donde sólo le crecían piedras y unas pocas bellotas raquíticas con las que criaba unos cerdos con menos carne que el tobillo de un gurripato. Y mira por donde, aquella noche le dio al bueno de Genaro, después de hartarse de aguardiente en la taberna del pueblo, de volver a su casa cogiendo el camino del barranco. Allí se encontró al mismísimo diablo, ¡si señor!
―¿De verdad?
―Como te lo digo rapaz, y el diablo le propuso un trato al bruto del Genaro. El alma de su hija, una criaturita dulce y maravillosa y la niña de sus ojos, a cambio de lo que Genaro quisiera. Y el diablo le dijo que pasaría al año siguiente a por la niña. El Genaro, borracho como iba, dijo que sí, y con su propia sangre, de su puño y letra, dejó estampada la firma.
―¿Y qué pasó después?
―Pasó que los gorrinos del Genaro crecieron gordos y lustrosos como no se había visto nunca. La voz se corrió por toda la comarca, y sus cerdos se volvieron los más cotizados. Todo el mundo alababa la calidad de su carne, y el Genaro ganó un dinero con el que no había soñado en toda su desgraciada vida.
―Pero el diablo volvió, ¿no?
―Claro que volvió. El diablo no olvida nunca, tenlo por seguro, muchacho. Conforme se acercaba la fecha para que se cumpliese el año de plazo, el Genaro andaba parriba y pabajo, sin parar, como si tuviese un ratón metido en los calzones. Taciturno y de mal humor, sin dormir y bebiendo más aguardiente de lo normal, que ya era bastante. La mujer le insistió y le insistió hasta que tuvo que confesarle la verdad. A la pobre casi le da un patatús del susto. Después de darle muchas vueltas al asunto, se fueron a hablar con el cura párroco, uno que era primo segundo por parte de madre del cuñao de mi abuela, un tipo mu fino y mu estudiao que…
―¡Abuelo! Céntrese en la historia que se me extravía.
―¡Leñe, rapaz! Qué no me dejas acabar. Pues lo que te iba diciendo, que el cura tampoco supo qué hacer, excepto rezar padrenuestros y avemarías. Pero eso ni al Genaro ni a su mujer les acabó de convencer. Al final, entre unas cosas y otras, el pueblo entero supo que a la víspera de Todos los Santos, el diablo vendría a llevarse a la hija. La gente se sentía muy triste por la pobre y dulce niñita, y se rascaban la cabeza a ver cómo podrían darle gato por liebre al diablo. Pero nadie sabía cómo. El diablo es astuto y sibilino, ¿sabes, rapaz?, y no es fácil engañarlo.
―¿Y qué hicieron?


―La idea se le ocurrió al monaguillo, un mozo mu avispao. Como todo el mundo sabe, el diablo tiene muy buen olfato y muy buen oído, pero es corto de vista, como los topos. Así que al monaguillo se le ocurrió que se disfrazasen todos, colocándoles una calabaza en la cabeza, para que el diablo no pudiese distinguir a la niña. Y ni cortos ni perezosos, se pusieron a recoger calabazas, las vaciaron, le abrieron un agujero grande pa meter la cabeza y otros dos más pequeñitos pa los ojos. Toda la gente del pueblo se colocó una calabaza en la cabeza, los chicos y los grandes, y se reunieron en la plaza mayor la víspera de Todos los Santos. Cuando el diablo apareció, ninguno le habló. Se quedaron quietos y mudos como piedras. El diablo no pudo reconocer ni al Genaro ni a la niñita, y se tuvo que largar con el rabo entre las piernas.
―¡Venga ya!
―Pues así es como pasó, rapaz. Y desde entonces, en la víspera de Todos los Santos, la gente de este pueblo sale en procesión llevando calabazas con los ojos recortaos, y una vela dentro, para recordar el día que consiguieron burlar al mismísimo diablo.
―¡Menuda historia, abuelo! Pero…, ¿y los americanos?
―Eso fue unos años después. Cuando vinieron esos ingenieros, o lo que fuesen. Que ni carretera ni ná nos construyeron, pero que no les faltó tiempo pa dejarse preñás a tres de las mozas del pueblo. Nos copiaron lo de las calabazas, y luego lo contaron como si fuese cosa suya. ¡Pues no señor! Ni jalogüin ni majaderías extranjeras. Todo empezó aquí, en este pueblo, con lo que le pasó a Genaro Cabeza de Calabaza.

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© Juan Nadie, Planeta Tierra, 2014
Obra inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual de Safe Creative (www.safecreative.org) con el número 1008026965135, con fecha de 02 de agosto de 2010.
Todos los derechos reservados. All rights reserved.
Ilustración de la portada: fotomontaje del autor. 



jueves, 22 de octubre de 2015

IG0, el retrete espacial

[...]
Si en uno de estos periodos de carencia de gravedad llegaba el momento de hacer aguas mayores o menores, los tripulantes de la Cucaracha no tenían más remedio que utilizar el IG0, artilugio todavía muy común en las astronaves, pero cada vez más en desuso debido a la alternativa más cómoda y limpia que ofrecía la anti-anti-gravedad.


¿Y qué es el IG0?


Pues el IG0, Inodoro de Gravedad Cero o váter espacial es, como su nombre indica, un inodoro, también llamado servicio, escusado, baño, o cagadero-meadero (para aquellos que gusten de la escatología) que puede ser usado en condiciones de baja o nula gravedad. Es decir, en el espacio interestelar.


En ausencia de dicha gravedad que tire de las excrecencias hacia abajo y lejos del cuerpo humano (o semihumano) que los emite, la recolección de residuos líquidos y sólidos se hace gracias al uso de flujos de aires direccionados. Es decir, de chorritos de viento. Puesto que el aire usado en el IG0 vuelve tarde o temprano a los espacios habitables de la nave, se filtra tras su uso para evitar la presencia de olores desagradables y bacterias que puedan afectar la salud y harmonía físico-mental de los miembros de la tripulación.


Desde los primeros tiempos de los vuelos espaciales, los residuos líquidos y sólidos eran eyectados al exterior sin más. Esta práctica, que al principio pareció del todo inocua, demostró con el tiempo ser la fuente de no pocos problemas y momentos que como poco se podrían calificar de embarazosos, por no llamarlos asquerosos.


Y es que el cinturón de pipí y zurullos congelados que se creó alrededor de la Tierra no era precisamente la mejor de las curiosidades tecnológico-siderales para incrementar el glamour de nuestro querido planeta madre.


La crisis estalló aquel dieciocho de octubre del tercer año del primer mandato como presidente del Senado Rotante de León Leonardinho Leónidas, famoso por sus desfalcos financieros y acusaciones de prevaricación, cohecho, nepotismo, sobornos y abusos de poder. Leonardinho fue el primer presidente del Senado que tuvo que ser clonado dos veces para poder cumplir todos los años de cárcel de sus condenas acumuladas. De hecho, y para acabar de una vez por todas con la enojosa situación, las autoridades judiciales decidieron al final ejecutarlo. Pero como tenía varias sentencias de muerte, tuvo que ser ajusticiado cinco veces, la primera en vida y las siguientes en forma de cadáver. Aunque todo esto último ocurrió mucho tiempo después de los hechos narrados en nuestra historia. O mucho tiempo antes. No estoy muy seguro.


Como íbamos diciendo, aquel dieciocho de octubre, más de un tercio de la población de la Tierra estaba pegada a las holopantallas de la trivi visualizando la retrasmisión, en riguroso directo, del salvamento de un contingente de cadetes espaciales atrapados en la estación espacial Pedro Palotes II. El aguerrido héroe que acudió al rescate no era otro que el afamado cosmonauta Alexander Zinchuk, astrofísico, estrella del rock, actor y modelo bien parecido, ídolo de féminas pre y postpuberales, y una de las celebridades mediáticas más populares del momento.


Tras horas de ímprobos esfuerzos en el exterior de la estación espacial, Alexander Zinchuk consiguió abrir la escotilla que salvaría a los accidentados cadetes. Se volvió hacia las cámaras robóticas que filmaban al detalle cada uno de sus movimientos, con la sana intención de regalar a su audiencia con una de sus viriles y hermosas sonrisas en su rostro de Apolo griego. Rostro que se podía contemplar a la perfección a través de la escafandra transparente de su traje espacial.


Justo en ese momento, una masa informe, es decir, de forma indefinida, y color marrón oscuro, se estrelló contra la parte frontal del casco del heroico cosmonauta. El cristal de la escafandra se astilló en cientos de fragmentos, lo que hizo que la cabeza de Zinchuk, por efecto de la súbita descompresión, estallase como una sandía madura arrojada desde un balcón.


Según los noticiarios de la tarde, unos catorce mil quinientos millones de seres humanos emitieron, a la vez y simultáneamente en todos los planetas del orbe, una mueca de sorpresa y asco infinito, lo que supuso un récord imbatido hasta la fecha.


Miles y miles de quinceañeras lloraron hasta el orgasmo a su adorado Alexander, cuya muerte también quedó registrada en los anales de la historia como una de las más extrañas jamás filmadas.


Morir en el espacio como consecuencia del choque frontal contra una mierda congelada es una muerte de un ridículo difícil de superar.


La reacción de los medios de comunicación y de la plebe fue tan intensa y rápida que las autoridades espaciales, incluyendo la FEA, la MASFEA y el Senado Rotante, no tuvieron más remedio que poner remedio al asunto de forma inmediata, si no querían provocar una rebelión galáctica de consecuencias imprevisibles. Dos días más tarde se promulgó el edicto senatorial: tirar tus porquerías al espacio estaba totalmente prohibido, so pena de sufrir onerosa multa o condena a trabajos forzados en los campos de limpieza de mondadientes usados.


Tras el edicto, los IG0 de las naves espaciales no tuvieron otro remedio que volverse bastante más sofisticados y más respetuosos con el tráfico interplanetario y el medioambiente galáctico. Se creó el IG0 reciclador y reciclable. De esa forma, los residuos líquidos son destilados de forma automática, a continuación pasteurizados, la concentración de sales equilibrada y el pH regulado a niveles de neutralidad, con lo que se convierten en agua perfectamente potable que pasa a los depósitos de uso de la nave. Los residuos sólidos son sometidos al vacío, para aniquilar las bacterias y otros patógenos indeseables. Luego, mediante un sistema de cañerías, embudos y cilindros rotatorios, son deshidratados y comprimidos en cómodos paquetitos que se almacenan en la bodega hasta su descarga al llegar al próximo espaciopuerto.


El problema, como es lógico, surgió en qué hacer con la incontable cantidad de paquetitos de secreciones deshidratadas y comprimidas, de color marrón, que se acumulaban en los barracones de almacenamiento de los espaciopuertos.


Durante un tiempo, una floreciente industria de compañías de transporte de residuos se dedicó a simplemente dejarlos caer en el fondo del cráter Tycho, agujero de impacto, de unos 85 km de diámetro, que se encuentra en la parte sur de las zonas elevadas de la Luna. Por desgracia, el cráter no tardó en llenarse, por lo que los basureros espaciales tuvieron pronto que buscar un nuevo lugar en el que colocar su mercancía. Sin embargo, las protestas de los grupos ecologistas, que chillaban con energía y denuedo contra lo que consideraban un atentado al medio ambiente selenita, cuya fragilidad no parecía estar reñida con su inexistencia, impidió que otros cráteres lunares empezasen a rellenarse de la misma forma.


Pero los basureros espaciales son hombres duros que no se rinden con facilidad.


Al quedarse sin cráteres, encontraron una alternativa.


Embarcaron los contenedores en enormes cargueros robot llenos hasta los topes de la sustancia color chocolate. Desde las estaciones orbitales de Venus y Mercurio los lanzaron en órbita elíptica baja heliocéntrica de aproximación. Es decir, que la mierda acababa por quemarse en el Sol.


Durante un tiempo pareció que se había encontrado la solución definitiva al problema: la incineración solar. Sin embargo, los mismos grupos ecologistas protestaron de nuevo. Esta vez adujeron que el constante vertido de materia prensada en nuestro astro principal causaría, al cabo de varios cientos de miles de años, un incremento considerable de las manchas solares y, como consecuencia, de la actividad magnética del Sol. Esto causaría enormes y apocalípticas tormentas de viento solar que barrerían por completo la magnetosfera, ionosfera y quizá parte de la atmósfera de la mayoría de planetas del Sistema, lo que haría la vida bastante difícil, si no imposible, para la mayoría de sus habitantes, sobre todo aquellos con un nivel evolutivo superior a una lombriz intestinal.


Cuando el público conoció la posibilidad, por muy remota que esta fuese, de que sus tataranietos fuesen barridos del mapa por una tormenta solar causada por la mierda que cagaron sus tatarabuelos, elevaron una protesta unánime al Senado Rotante. Los vertidos en el Sol cesaron (al menos de forma legal) casi de inmediato.

Desde entonces, los diversos espaciopuertos de cada planeta contratan a compañías locales que se encargan de deshacerse de la ingente cantidad de residuos. En Marte, por ejemplo, nuestro querido amigo el Tuerto era miembro del consejo de administración de varias de estas empresas. No está muy claro que es lo que hacen estas compañías con los residuos, y un par de periodistas que han intentado indagar en el asunto han acabado flotando en los canales. Pero dado el sostenido incremento de materia orgánica que se ha registrado en los ríos, lagos y mares de prácticamente todos los planetas habitados, es de suponer que estas empresas no se rompen mucho la cabeza con el tema. 
[...]


http://relatosdejuannadie.blogspot.com.es/2015/10/ya-llego-historias-de-la-cucaracha.html

Fragmento de la novela Historias de la Cucaracha.



Si quieres leer más, pincha en la portada.

jueves, 15 de octubre de 2015

Historias de la Cucaracha


La ciencia ficción, el más grande y más excelso de todos los géneros literarios de todos los tiempos, se creó y se acuñó con un único propósito final: que se pudiera dar a luz a la novela que tienes entre tus manos.


Ya está aquí la última novela de Juan Nadie.



Historias de la Cucaracha es un prodigio de imaginación, suspense, acción, aventura, misterio y muchas cosas más (incluso algunas que ni el propio autor sospecha).
Quizá te parezca que esta entrada tiene un tono más bien grandilocuente. Es posible, pero sólo hay una manera de comprobar si es cierto: leer la novela. 

¿De qué va la historia?

Pues la novela cuenta las andanzas del capitán Isaac P. Dulce, natural del planeta Marte, y de los viajes interestelares que se pega por esos mundos del universo. De su tripulación, de sus amigos y enemigos, de las peripecias y cosas extraordinarias que le ocurren y todo lo demás. En fin, que te voy a contar que tú ya no sepas. Porque imagino que sabrás lo que es la metaliteratura, ¿no?

Por cierto, no te sorprendas, mi estimado lector (o lectora), si te encuentras a ti mismo en las páginas de esta novela.

Esta maravilla única e irrepetible está ahora al alcance de tu ratón y de tus anhelantes neuronas:

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jueves, 8 de octubre de 2015

Microbiología en formato de Microrrelato

Hablábamos el otro día de lo que era el microrrelato, de sus características propias y diferenciadoras de otros subgéneros literarios. Incluso ilustrábamos la excelente entrada del blog con un microrrelato inédito de JuanNadie.
Volvemos hoy con otro microrrelato, aunque con una temática y con un enfoque del todo distintos.
Aunamos aquí dos palabras cuyos significados podrían parecer en principio diametralmente opuestos. Y de hecho lo son. 
Por un lado, la microbiología, disciplina científica encargada del estudio y análisis de los microorganismos, esos seres tan pequeños, tan necesarios y, a veces, tan puñeteros. 
Por otro lado, ponemos en la batidora literaria a la prosopopeya, también llamada personificación. No se trata, como cabría pensar por el nombre, de la bisabuela de Popeye, sino de una figura retórica que consiste en atribuir a las cosas inanimadas o abstractas cualidades propias de los seres animados, o a los seres irracionales cualidades propias del ser humano. 

Al mezclar estos dos conceptos, surge casi por generación espontánea este maravilloso y sorprendente microrrelato, titulado con el nombre de la protagonista, donde la propia microbiología nos hace una presentación en sociedad de sí misma. Con un cierto recelo, y con un aire entre indignado y orgulloso, esta área del saber nos cuenta quién es ella y lo que piensa de esos extraños seres llamados humanos.

Puedes leer esto estupendo microrrelato justo bajo estas líneas, o pinchando en la portada.

https://www.wattpad.com/story/51389421-microbiolog%C3%ADa
 Microbiología

El día en que se plantó mi semilla se pierde en la noche de los tiempos, pues fui predecesora de muchas de mis hermanas «logías» que llegaron después. Pero el momento en que mi primer brote salió a la luz se puede señalar con toda seguridad. Fue el día en que, allá por el mil seiscientos y pico, aquel avispado neerlandés llamado van Leewenhoek aplicó el ojo por primera vez a un primitivo microscopio que él mismo se había fabricado.

Luego vinieron otros de esos gigantes, que se llaman así mismo humanos, que me hicieron crecer tupida y frondosa. Aunque muy listos no deben ser, pues durante mucho tiempo me colocaron el horrible epíteto de generación espontánea. Menos mal que algunos de ellos fueron algo más espabilados. Como el quiteño Eugenio Espejo, que escribió por primera vez sobre mis queridos y amados microorganismos, maravillosa y letal gentecilla que constituyen la verdadera esencia de mi ser. O el alemán Cohn, que fue el primero en tratar de organizar a mis niñitos con una herramienta que los gigantes llaman taxonomía.

Dos de los que más me hicieron crecer, y me permitieron afianzar bien hondo mis raíces en la tierra del conocimiento, fueron Pasteur y Koch, allá por la decimonónica centuria. Aunque al maldito franchute no se le ocurrió otra cosa que idear un método de aniquilar a mis queridos bichitos. Menos mal que un tipo llamado Petri ideó una cunita muy cómoda para hacerlos crecer. No todos los gigantes son tan antipáticos.

A partir de ahí, mis ramas se multiplicaron, se dividieron y diversificaron, dando lugar al hermoso árbol que soy hoy en día. Algunos de esos gigantes se dedicaron con fruición a ello. Yo dirían que casi se enamoraron de mí. Algunos me cayeron bien, como Beijerinck y Vinogradski, que consiguieron revelar la esencial importancia de mis niños en multitud de procesos, tanto para lo bueno como para lo malo. O un tal Gram, que pintó a mis preciosas bacterias de positivo y negativo. Otros no me cayeron tan bien, como ese Fleming, que fue el primero en poner a algunos de mis niños a trabajar para ayudar a los gigantes a solucionar sus problemas.

En resumidas cuentas, aunque comencé como una semilla diminuta, me he convertido en en gigantesco y magnífico árbol con ramas por todas partes. Y les guste o no, a los gigantes no les queda más remedio que vivir a mi sombra.
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© Juan Nadie, Planeta Tierra, 2015
Obra inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual.
Todos los derechos reservados. All rights reserved.
Ilustración de la portada: fotomontaje del autor.