jueves, 27 de octubre de 2016

Atentado al presidente


La reunión en Burgos tenía un nombre largo y ampuloso que incluía la expresión «para la mejora de las relaciones internacionales». Pero todos los asistentes sabían que la razón de la cumbre no era tanto la buena voluntad política como la búsqueda del beneficio económico. Además de presentar la ponencia inaugural de la cumbre, Ulises había llegado a Burgos a firmar una serie de suculentos contratos con el Gobierno español. 


—Acompáñeme por favor, señor Tyrell —invitó con un gesto de la mano la presidenta Sofía de Borbón—. Todo está listo para que presente usted su ponencia inaugural, arriba, en el Salón del Trono.
Ulises Tyrell asintió y se dispuso a seguir a la presidenta hacia la escalera alfombrada que conducía a la primera planta del palacio.
Empezaba a girarse cuando notó un movimiento extraño a su derecha.
Uno de los supuestos periodistas guardaba en el bolsillo de su cazadora el móvil con el que había estado sacando fotos a Ulises y a la señora presidenta. Pero sus gestos resultaban raros, como faltos de coordinación. Una mano guardaba el móvil en el bolsillo, mientras la otra buceaba bajo la axila.
Entonces Ulises lo supo. El hombre estaba a punto de sacar un arma.
—¡Liberad a los elegidos! —gritó el hombre con todas las fuerzas de su garganta. Extrajo una pistola automática de la sobaquera y apuntó hacia la pareja formada por Ulises y Sofía. 


Los miembros de seguridad de la señora presidenta y los soldados apostados a la entrada del Palacio reaccionaron de inmediato. El zaguán se llenó del sonido de las armas al amartillarse.
Ninguno de ellos, sin embargo, hubiese llegado a tiempo.
No hizo falta.
Un único disparo tronó bajo el techo artesonado del zaguán.

Una flor roja se abrió en la frente del atacante. La nuca y buena parte del cráneo salieron disparados hacia atrás, en una mezcla de fragmentos de hueso, materia gris y grumos espesos de sangre.
El tipo se desplomó sin llegar a culminar su ataque.
El horror y el pasmo brillaban con luz propia en el rostro de la presidenta Sofía, que había adquirido el tono del marfil viejo. Los soldados y los miembros de la seguridad apuntaron a todos lados y recorrieron el zaguán. No había más atacantes. Dos soldados se llevaron el cadáver del terrorista. Alguien se apresuró a echar una manta sobre la gran mancha sangrienta que ensuciaba las pulidas baldosas.
Con rostro impasible, Ulises Tyrell se limitó a guardar el revólver recién disparado en su funda, sujeta al cinturón y oculta por los faldones de la chaqueta. El cañón aún humeaba. 


—Buena puntería, señor Tyrell. Y buenos reflejos —dijo el general de división que lo recibió en la escalinata del Palacio de Capitanía.
—Gracias, general. Suelo practicar con regularidad.
—¿Balas explosivas?
—Tienen una mayor efectividad.
La presidenta Sofía de Borbón se recuperó en cuestión de segundos. El color había vuelto a su rostro.
—Dígame, señor Tyrell. ¿Suele usted ir armado? —preguntó.
—Vivimos tiempos peligrosos, señora presidenta. Cualquier precaución es poca si queremos sobrevivir al Ragnarök.

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Extracto de Ragnarök, la novena transición, la nueva novela de Juan Nadie.

lunes, 24 de octubre de 2016

La Reserva

La Reserva se construyó en poco menos de un año, desde finales del 2035 hasta noviembre del 2036. Los árboles fueron talados y los tocones arrancados. Las excavadoras sacaron la tierra y dejaron las zanjas y huecos listos para los cimientos. 

Todos los edificios de la Reserva se construyeron mediante impresión 3D. Las impresoras eran unas gigantescas grúas operadas por ordenador mediante programas informáticos. Con el método de impresión por inyección, elevaban paredes y muros capa tras capa de una mezcla de hormigón y fibra de cristal que se secaba en menos de cuarenta y ocho horas y ofrecía una resistencia y durabilidad extremas. Un material que permitía la fabricación de piezas enormes, de gran ligereza y a la vez de gran resistencia mecánica. Los edificios construidos con esta tecnología presentaban unas características de aislamiento acústico, hídrico y térmico superiores a cualquier técnica anterior. En el mismo proceso de impresión se instalaban las tuberías, el cableado eléctrico y los conductos para el aire acondicionado. Sólo puertas, ventanas y pequeños apliques eran colocados de forma manual. 

No hubo cuadrillas de albañiles encaramados en andamios. Un dedo pulsaba «enter» en el ordenador y en menos de un día las impresoras construían una casa de varias plantas.
Un huerto solar, con paneles fotovoltaicos de última generación, de alta eficiencia a base de láminas de grafeno, y varios aerogeneradores, surtían a la Reserva de casi toda la energía que necesitaba. El exceso de energía solar se utilizaba para elevar, mediante bombas eléctricas, el agua hasta un enorme depósito encaramado a quince metros del suelo sobre gigantescos pilotes de hormigón. En las horas de oscuridad, o cuando no soplaba el viento suficiente, se habría la compuerta del depósito. El agua al caer activaba varias pequeñas hidroturbinas que proporcionaban el fluido eléctrico necesario.

Uno de los edificios pequeños no tenía ventanas ni claraboyas, ni adornos en la fachada, ni tejados colgantes ni arriates a su alrededor. Estaba pintado de gris con una gruesa franja roja que lo rodeaba en su totalidad. Sólo dos puertas, en lados opuestos de la construcción, permitían el acceso. Todos lo llamaban «la pila». No era una broma. Eso es exactamente lo que era. Casi todo el volumen de su interior estaba ocupado por enormes biobaterías de alta densidad, apiladas en estantes y anaqueles, y rellenas de maltodextrina, un polímero de la glucosa. Las biobaterías tenían una capacidad de almacenamiento en amperios-hora varios órdenes de magnitud superior a cualquier batería de plomo, níquel o litio.
La producción en la granja y en los huertos proporcionaba buena parte de los alimentos que se consumían. A pesar de ello, recibían suministros. Cada semana llegaban los enormes helicópteros de transporte desde Ciudad Cúpula. Se utilizaban para el transporte de alimentos, ropa, material, gasoil para los vehículos híbridos, personal y, por supuesto, las preciosas muestras de sangre y tejidos. Aunque la Reserva podía mantenerse aislada y vivir de sus propios recursos durante muchos meses.
Todos esos ejemplos de tecnología sostenible, y un reciclaje casi del cien por cien de los residuos, hacían de la Reserva un magnífico ejemplo de pequeña ciudad ecológica y autosuficiente.
No dejaba de ser irónico que el prodigio tecnológico soñado por muchos durante décadas se había hecho por fin realidad en lo que, por mucho que se adornase, no dejaba de ser una cárcel.
El último campo de concentración de la Historia. 

Si sobrevivían a la caza, al cautiverio y al transporte, los portadores de almas acababan allí. El único lugar del mundo, en las desiertas tierras del sur de la Península Ibérica, donde se les permitía vivir. Aunque fuese a costa de su libertad.
A pesar del odio que el resto de la humanidad había mostrado hacia ellos, los portadores de almas parecían ser el tesoro más preciado de la Tyrell-Tagaca Corporation. Nadie parecía saber por qué. 
Los portadores eran sólo un incómodo estorbo del que todos los países estaban deseando librarse. Una anomalía que casi le costó al mundo su propia existencia. Cuando la Tyrell ofreció construir la Reserva y convertirse en el custodio de los pocos portadores supervivientes al holocausto, el resto del mundo accedió encantado.
Por qué Ulises Tyrell había gastado en el proceso una ingente cantidad de dinero, esfuerzo y recursos era algo que muchos se preguntaban, pero que sólo él y sus allegados sabían.
Cuando los medios de comunicación le preguntaban sus razones, Ulises se limitaba a esbozar una sonrisa de dientes de marfil y a fijar su penetrante mirada en los ojos del encuestador. Su respuesta era invariablemente la misma: «Mi pasión es la genética».
Los rumores y teorías sobre qué hacía la T&T con los portadores de almas eran legión.


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Extracto de Ragnarök, la novena transición, la nueva novela de Juan Nadie.

jueves, 20 de octubre de 2016

Ciudad Cúpula

Ciudad Cúpula se construyó en los terrenos llanos al suroeste de la ciudad de Cuenca, al borde de las últimas estribaciones occidentales de la serranía del mismo nombre, y a quince kilómetros a vuelo de pájaro del extraño paraje de la Ciudad Encantada. Enormes masas de tierra fueron removidas, las rocas desplazadas y horadadas, el agua reconducida. La construcción se llevó por delante el pueblecito de Villar de Olalla, varias colinas cubiertas por encinares de encina carrasca, y un buen puñado de pequeños olivares y viñedos. 


La ciudad empezó a construirse en septiembre del 2032 menos de seis meses después de que comenzasen los disturbios y la violencia del Desastre, justo cuando la espiral de autodestrucción empezaba a ganar impulso. El Gobierno español se mostró encantado con la propuesta de la Tyrell-Tagaca Corporation, sobre todo teniendo en cuenta que la compañía corría con todos los gastos.

Era una ciudad de diseño radial. Sobre los meandros del río Júcar, un círculo casi perfecto de siete kilómetros de diámetro, 22 km de perímetro y 38,5 km2 de superficie. Cemento, hormigón, acero, fibra de carbono y diamante sintético, que se reveló como un excelente material de construcción, resistente y barato de fabricar. La disposición circular era elegante a la vez que funcional, permitía que la ciudad operase con un mínimo de energía, facilitaba el transporte y conseguía la integración total de edificios y jardines.


El centro del círculo lo ocupaba el corazón de la ciudad. Allí se encontraban los módulos centrales de control de los sistemas cibernéticos que regulaban el funcionamiento de la urbe. Un buen númeroe de las construcciones de esta parte de la ciudad estaban diseñadas en forma de cúpulas geodésicas, unas completamente cerradas y otras abiertas, basadas en los diseños de Richard Buckminster Fuller. Este diseño de cúpulas fue lo que le dio nombre a la urbe de nuevo cuño. Paseos arbolados, pasos elevados con galerías acristaladas y raíles subterráneos unían unos domos con otros.
De la parte central partían, en forma de radios, ocho grandes avenidas que cruzaban la ciudad hasta el borde. Siete de esas avenidas llevaban el nombre de una de las siete colinas sobre las que, según la mitología, se fundó la ciudad de Roma. La octava era la Avenida Odiseo.
Desde el centro hacia afuera, los sucesivos círculos de la metrópolis estaban formados por el anillo cultural y de ocio, los centros de investigación y computación, el cinturón verde, el anillo residencial entretejido entre los jardines, el anillo energético, con la total ausencia de combustibles fósiles y radioisótopos, el cinturón agrícola e industrial y el perímetro defensivo.
En el subsuelo, siguiendo el mismo esquema radial y circular de las calles y avenidas, se abrían paso las canalizaciones para el alcantarillado, distribución de agua, calefacción, aire acondicionado y cableado eléctrico. También vías rápidas, túneles de comunicación entre los domos más importantes y varios grandes búnkeres subterráneos. Aunque sólo unos pocos habitantes de Ciudad Cúpula sabían de la existencia de estos últimos.
En ninguna parte de la ciudad había templos religiosos de confesión alguna. Ulises nunca los consideró necesarios en sus diseños y planos. Nadie los solicitó.
—Preciosa mía —dijo Ulises Tyrell—. Eres la primera, pero no serás la última. Como una flor surgiendo del fango, eres una de las magníficas criaturas de este Ragnarök que estamos viviendo.
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Las coordenadas geográficas del centro de la ciudad son las siguientes:
40º 01’ 29.6” Norte
2º 12’ 37.7” Oeste

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Extracto de Ragnarök, la novena transición, la nueva novela de Juan Nadie.



lunes, 17 de octubre de 2016

Geopolítica tras el Desastre

Septiembre del 2035, casi tres años y medio después de su comienzo, se considera el final del Desastre que asoló a todo el planeta.

Los daños fueron inmensos, las infraestructuras quedaron destrozadas y la población mundial se redujo en más de un tercio. Pero no todo se había perdido. Los gobiernos empezaron la labor de reconstruir sus respectivos países, aunque nadie se preocupó de formar de nuevo las asociaciones e instituciones internacionales del pasado. El transporte y las comunicaciones volvieron a funcionar, aunque de manera limitada y siempre bajo el férreo control de las autoridades de los países a los que se les dotó del eufemismo de «reconstruidos». Durante la confrontación, que tuvo más que nada el carácter de guerra civil a escala planetaria, cada nación se había encerrado en sí misma y se había concentrado en sobrevivir. Algunas lo consiguieron, aunque a duras penas. Tras el Desastre, nadie se preocupó en delimitar nuevas fronteras, pues todos sabían que las fronteras ya no significaban nada. Más de la mitad del territorio nacional de cada país se convirtió en tierra de nadie.


Un nuevo orden surgió de las cenizas del mundo anterior y el mundo se dividió en tres grandes bloques geopolíticos.

Por un lado, estaba la Unión Occidentalista, macroentidad política que, con las notables excepciones de Suiza y Noruega, agrupaba a la mayoría de países europeos, a los países del norte de África y, dando un extraño salto geográfico, incluía Sudáfrica, India, Singapur y Japón. 


Por otro lado, estaba la Commonwealth, que se vanagloriaba con sutil orgullo de ser, más o menos, la heredera de los Imperios Hispánico, Británico y Yanqui. Incluía el Reino Unido, aunque sin Irlanda, Estados Unidos, Canadá, toda Centroamérica y buen puñado de países sudamericanos, incluyendo el Cono Sur, así como algunos enclaves en la costa oeste de África y Australia. Nueva Zelanda, junto con Uruguay, Mongolia y las dos excepciones europeas, había optado por ser uno de los pocos países no alineados. 

La tercera superpotencia era la Coalición Euroasiática, una débil unión entre Rusia, China, la mayoría de ex repúblicas soviéticas, Indochina, algunos pequeños países de la Península Arábiga y Madagascar.



El resto del mundo: Brasil, Bolivia, Uruguay, la mayor parte de África, Turquía, Malasia, Indonesia, Oriente Medio, Papúa, Alaska, Groenlandia, el Caribe y la mayor parte de las islas del mundo… eran simplemente zonas en blanco en el nuevo mapamundi. Algunos de esos países ni siquiera habían podido comenzar la reconstrucción. Otros eran poco más que zonas en venta a disposición del mejor postor.

Este nuevo orden mundial fue el indiscutible resultado de la influencia y poder de las grandes compañías transnacionales, que no sólo sobrevivieron al Desastre, sino que salieron de él más fortalecidas que nunca. En nuestros días, las grandes transnacionales son los gobiernos de facto que controlan los tres bloques en los que se dividió el mundo. El control político-económico de las tres grandes transnacionales es tal que las divisas mundiales se han reducido básicamente a tres monedas fiduciarias: marcos, dólares y rublos. Cada moneda es emitida y controlada por sus respectivos bancos centrales, los cuales no son otra cosa que sucursales de la correspondiente transnacional.

Estas grandes compañías son los verdaderos detentadores del poder. Los gobiernos nacionales de cada país han pasado a ser figuras casi meramente decorativas. Obedientes marionetas que se dejan meter la mano por detrás con agradecimiento.

Las áreas de influencia de cada una de las tres grandes transnacionales coinciden casi de forma exacta con las supuestas fronteras de las tres nuevas criaturas geopolíticas. 

En la actualidad, La Tyrell-Tagaca Corporation domina la mayoría de los mercados de la Unión Occidentalista, la Texas-Magallanes Incorporated ejerce el poder real en la Commonwealth, mientras que la Sunrise International Holdings controla con puño de hierro los territorios de la Coalición Euroasiática. Aún existen otras multinacionales, incluso algunas anteriores al Desastre, que tienen sucursales en una o dos de las macroentidades supranacionales. Pero en la totalidad de los casos se han convertido en empresas subsidiarias que viven a la sombra y bajo las órdenes de uno de los tres gigantes.

Las transnacionales empezaron pronto a disputarse el poder económico y político, tanto en los bloques como en las áreas no reconstruidas, donde la confrontación armada directa se convirtió con rapidez en algo usual y casi cotidiano. Aquellas zonas que cuentan con algún recurso importante, ya sea energético o de materias primas, se han convertido en puntos especialmente conflictivos. Aunque muchos analistas lo nieguen, el mundo está viviendo una nueva guerra fría, soterrada y casi anónima.

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Extracto de Ragnarök, la novena transición, la nueva novela de Juan Nadie.