Según
algunos críticos literarios ilustrados y bien versados, este relato en forma de
monólogo destila, tras su discurso llano y directo, un humor negro terrorífico
y con mucha mala leche.
Alguno
dijo que el relato da una vuelta de tuerca al género zombi, quizá una vuelta
pequeña, pero de resultados tronchantes a la vez que terroríficos, sobre todo
conforme se va acercando el final.
También
hubo quién afirmó que se trataba de un relato inusual, transgresor y socarrón. Una
historia con tintes tabernarios que se convierte en una de declaración de
estatutos enfermizos, aunque coherentes, de los redivivos. Una historia escrita
en un tono grotesco que no consigue privar al lector de esa intensa sensación
de repugnancia que acompaña durante su lectura.
¿Te
atreves a leerla?
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portada y podrás bajarte el PDF gratis.
YO, ¿ZOMBI?
La
gente nos llama zombis, ¿te lo puedes creer, Chico? ¡Zombis! Así, como si tal
cosa. No, no te rías, Paco, no es cuestión de broma. Bastante mal lo está
pasando ya el muchacho. ¿No ves la cara de asustado que tiene? Acaba de dejar
su casa y todavía no sabe muy bien que hacer, el pobre. No te preocupes, chaval,
al principio es duro, ya lo sé. Pero poco a poco te irás acostumbrando. Es
cuestión de tiempo, eso es todo.
Pues
sí, nos llaman zombis, como si fuésemos muertos vivientes sin seso ni cerebro y
fuésemos por ahí andando como borrachos con los brazos levantados y la mirada
perdida. Hay que joderse, ¿no te parece? Que encima de sufrir esta maldita
enfermedad, nos traten como si fuésemos monstruos, como engendros salidos de
alguna historia de terror, o de alguna de esas películas de cine gore, ¡si
señor!
Que
no, Paco, no te engañes. Es cierto que todo el mundo se ha tirado la vida entera
viendo pelis de miedo, demasiadas, diría yo, y tienen ya la idea metida en la
cabeza. Pero no es sólo eso. Lo que pasa es que la gente siempre tiene miedo de
lo que es diferente, de lo que les resulta extraño. Y su manera de enfrentarse
a eso que les atemoriza es etiquetarlo y alejarlo, cerrarle la puerta y poner
un cartelito de no se admiten a los que son como tú. Por eso te llaman zombi y
te han echado de casa, Chico, porque en el fondo te tienen miedo. Esa es la
pura verdad.
Pero
no somos monstruos, no señor. Sólo estamos enfermos. Es esa puñetera bacteria
dermato-no-se-cuantos que hace que la piel se te hinche, se te pudra y se caiga
a pedazos. Sí, es cierto que no te hace precisamente más guapo, y el aspecto
resulta bastante repulsivo de ver, sobre todo cuanto te miras a ti mismo. Pero
aquí no tenemos espejos, y pronto te acostumbras a mirar el careto de los
demás.
Paco,
échale otro tronquito al fuego, que está empezando a refrescar.
Bueno,
el olor es en parte por la enfermedad, desde luego. Pero también es por la
falta de higiene, como te puedes imaginar. Con esta pinta no puedes registrarte
en un hotel y tomar una ducha como Dios manda, o irte al gimnasio o a la
piscina pública. Y vivir en medio del bosque, como si fuésemos alimañas,
tampoco ayuda. Puedes intentar lavarte en un arroyo o algo así, pero el agua
está demasiado fría y se te meten bichos en las heridas y pliegues de la piel,
así que no sirve de mucho. Pero no te preocupes, Chico, pronto te
acostumbrarás. ¡Ah! Y tampoco se te ocurra acercarte a una granja para lavarte
en los bebederos del ganado. Además de pringarte de estiércol sólo conseguirás
que algún granjero te meta una perdigonada en el pecho. Tan pronto como te ven,
se lían a tiros contigo. Como le pasó al pobre Juanjo. ¿Te acuerdas de Juanjo,
Paco? Sí, hombre. El tipo aquel que era vendedor de seguros. Estaba bastante
gordo y no podía correr demasiado rápido. Cuando el malnacido del granjero nos
sorprendió y salimos por piernas, Juanjo se quedó atrás casi desde el
principio. El hijoputa le voló la tapa de los sesos con el rifle que utilizaba
para cazar. Que digo yo que debía de cazar elefantes, a juzgar por el agujero
que le hizo en la cabeza al pobre Juanjo.
¡Ah!
Ahora te acuerdas, ¿verdad, Paco? El muy cabrón dejó a Juanjo allí,
despanzurrado en medio del sembrado. Después volvió con una lata de gasolina,
se la roció por encima y le metió fuego. Para que veas como nos tratan, Chico. Son
unos auténticos desalmados. A partir de ahora, ándate con cuidado cuando te
topes con los normales. A la menor oportunidad que les des, acabarán contigo lo
más rápido que puedan.
A
ti también te ha ocurrido, ¿verdad, Chico? Claro, claro. Te han echado de tu
casa en cuanto mostraste los primeros síntomas. Y ni se te ocurra acercarte a
un hospital. No habrá médico ni enfermera que se atreva a tocarte. La
enfermedad es sumamente contagiosa, sobre todo por contacto físico. En cuanto
el pellejo empieza a arrugarse, te conviertes en un paria, en un apestado al
que todo el mundo repudia, como los leprosos de la antigüedad. Pero lo peor no
es eso, no señor. ¿Verdad que no, Chico? Lo peor es que te das cuenta de que tu
familia y tus amigos, esas personas a las que querías y que formaban parte de
tu vida, demuestran ser lo que realmente son: unos sádicos malnacidos.
Pues
como te iba contando, una semana después de lo de Juanjo volvimos a la granja.
Incendiamos los establos y la casa, que ardieron hasta los cimientos. Luego me
enteré de que el puto granjero y su familia murieron en el incendio. No se
salvó ni el gato. Ardieron como chicharrones en una barbacoa. ¡Qué se jodan! Si
nos hubiesen tratado mejor, no habrían acabado así, ¿no crees, muchacho?
Tú
todavía estás en las primeras fases, Chico, por eso sólo tienes la piel
arrugada. Pero pronto empezará a caérsete a tiras, ya verás. Y si te pica,
ráscate sin miedo, no te preocupes por las heridas. Tarde o temprano se acabará
desprendiendo de todas formas. Pero ten cuidado con los pedazos que te vas
dejando por ahí. Los perros los utilizan para olfatearnos y seguirnos. Así es
como la policía nos localiza.
Además,
se los comen, ¿verdad, Paco? A los muy cabrones no les afecta la jodida
bacteria. Los putos perros callejeros se dan un banquete a nuestra costa, je,
je.
Paco,
aleja un poco esa carne del fuego, que se va a chamuscar. Ya sabes que a mi me
gusta poco hecha.
Sí,
yo también lo leí en unos periódicos que encontré en el vertedero. Pero la
historia estaba del todo distorsionada. Nos pintaban como unas bestias
agresivas y demoníacas que atacamos sin ton ni son, pero eso no es cierto. ¡No
señor! No somos monstruos, ya te lo he dicho, Chico, por mucho que así nos
pongan en los noticieros. Es cierto que a veces un grupo de nosotros asalta a
alguien. Pero no es violencia gratuita, de eso nada. Lo de arañar y morder a la
gente es para que les entre la puta bacteria lo más rápido posible. Para que se
den cuenta de cómo es ser uno de nosotros. Mientras más seamos, más fácilmente
se darán cuenta de que somos personas normales y corrientes, un poco feas, eso
es cierto, pero con los mismos derechos de cualquier otro.
Vale,
vale, Paco. Es cierto que a veces el asunto se nos va un poco de las manos.
Pero lo del tipo aquel de la gasolinera fue culpa suya. El tío se resistía como
una fiera y no dejaba de patalear y de chillar como un demonio. Y claro, al
final acabamos arrancándole los brazos y las piernas. No era esa nuestra
intención, desde luego, pero al final pasó lo que pasó. ¿Qué se supone que
íbamos a hacer? El hijoputa saco una llave inglesa que parecía un garrote. Era
él o nosotros, Paco. Tú lo sabes. Es que los hay que son de lo más testarudos.
Y
la cosa salió en los periódicos en primera plana. Un nuevo ataque de los
zombis, decían los muy cabrones. Ahora casi todo el mundo tiene un arma a mano
y, en cuanto te ven, se lían a tiros contigo. ¡Coño! Si es que así no se puede
vivir.
¿Tú
que dices, Paco? Ponemos más trozos en el fuego, no sea que se presente alguno
de los otros.
Pues
claro que nos los comimos, Chico, ¿de qué te sorprendes? De todas maneras, ya
la habían pifiado. Carne es carne, chaval, y no era cuestión de
desaprovecharla. Viviendo como un animal en el bosque hay que sobrevivir como
buenamente se puede, que aquí no hay supermercados, ¿sabes? Lo de cazar no es
nada de fácil, si no tienes con qué hacerlo. Y tampoco vas a mantenerte a base
de moras silvestres, ¿no te parece?
Nada,
Chico. No te preocupes. Ya verás como pronto te haces a esta vida. Un poco
jodida, desde luego, pero no está tan mal. Arrímate al fuego, hombre, no seas
tímido, que se te va a quedar el culo helado.
Por
cierto, ¿te apetece un poco de muslo? Está bastante tierno. La tipa no debía de
tener más de veinte añitos; una perita en dulce, te lo digo yo. La encontramos
de acampada con el novio. Los dos tortolitos pensaban jugar a la chingadita
campestre. Pues jodidos sí que acabaron, je, je. El novio salió despavorido
nada más vernos, saltó por el barranco, pero a ella conseguimos agarrarla. Anda
que no gritaba ni nada la maldita, ¿verdad, Paco? Tuvimos que darle duro. Pero
come, come, chaval, no pongas esa cara. Verás que rico está.
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© Juan Nadie,
Planeta Tierra, 2018
Obra inscrita en
el Registro de la Propiedad Intelectual de Safe Creative (www.safecreative.org)
con el número 1007076759619, con fecha de 7 de julio de 2010.
Todos los
derechos reservados. All rights reserved.
P.D.: Este
relato fue originalmente publicado en 2010 en la IV antología de relatos de
terror, esta dedicada a la temática zombi, titulada «Clásicos y Zombis» (ISBN: 978-84-938301-2-0), editada y publicada por la ya desaparecida
aventura editorial a la que unas mentes valientes llamaron Horror Hispano.
Supongo que, a día de hoy, el libro será una joya insólita difícil de
encontrar.
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