lunes, 26 de mayo de 2014

Por ella, para ella, con ella

Cuenta la leyenda que hubo una vez un pequeño planeta, pétreo y rocoso, cubierto de océanos y atmósfera, cuyo nombre se perdió en los registros.
Era un planeta de orografía vívida y audaz. En su superficie abundaban las cordilleras como dientes de gigantes, las simas escarpadas, los cañones como laberintos sin fin y los valles recónditos, por los que pululaban miríadas de seres sésiles y móviles.
Entre las montañas del planeta, había una que era con diferencia la más ciclópea y portentosa de todas. Se erguía como una mole de aspecto infinito, y era tan alta que su cumbre asomaba por encima de las últimas estribaciones de la atmósfera. Eso le permitía observar las estrellas, casi tanto de día como de noche, y perderse en el éxtasis de la contemplación.
Tanto miró a las estrellas, que acabó enamorándose de una de ellas. Una rutilante estrella roja, que pulsaba sin cesar, con sus aires de supernova, emanando su viento solar hacia los confines del cosmos.
La montaña contemplaba sin cesar a la roja estrella. Y su ansia por ella fue tan intensa, su deseo tan vehemente, que decidió alcanzarla costase lo que costase. A pesar de la aparente indiferencia de la estrella, que se limitaba a pulsar sus radiaciones electromagnéticas para quién quisiera contemplarla.  
En un supremo esfuerzo de voluntad, la montaña reunió todas sus energías y saltó al espacio para reunirse con su deseada estrella. Las raíces de la montaña se estremecieron, se rasgaron, se rompieron y, con un sonido atronador, se desgajaron de su base. La corteza entera del planeta se sacudió con el terremoto más grande que vieron los siglos. Millares de seres sésiles y móviles fenecieron en la catástrofe.
La cumbre de la montaña atravesó los últimos retazos de la atmósfera y se sumergió en el espacio exterior. Las aristas de hielo que la coronaban apuntaron directamente al corazón de la estrella roja.
Pero el amor de la montaña por la estrella no fue suficiente para doblegar las leyes naturales del universo. La atracción de la gravedad no tuvo clemencia y realizó su incesante y ciega función.
La montaña cayó de vuelta hacia el planeta.
El impacto fue tan colosal que el planeta entero se quebró de parte a parte, desde la maleable corteza al núcleo ferroso en su interior. Se deshizo en trillones de fragmentos como el espejo arrojado de un airado dios. Las aguas y la atmósfera que lo envolvían escaparon al espacio, donde se disiparon en forma de átomos gaseosos y cristales de hielo. Los seres móviles y sésiles se transmutaron en fósiles congelados para toda la eternidad.
Desde entonces, en la órbita por la que antes viajaba el planeta, se puede observar un tenue cinturón, formado por innumerables partículas rocosas, meteoritos, asteroides y embriones de cometas. Algunos de esos fragmentos, cuando el desplazamiento en su órbita así lo permite, miran a la rutilante estrella roja, que sigue pulsando sin cesar, quizás en busca de su enamorada montaña.
Pero no todas las historias de amor son imposibles, ni todas las leyendas acaban en tragedia.
A veces, y sólo a veces, la serendipia llama a tu puerta. Las estrellas, los planetas, las montañas y los seres sésiles y móviles se alinean en tu favor. En esas raras y preciosas ocasiones, cuando lo mejor que puede ocurrir ocurre, la dicha, la felicidad y el placer estallan en todo su esplendor.
Conocí a mi sirena por obra y gracia de una increíble carambola cósmica, y nunca nada mejor aconteció. Desde entonces vivo arropado y arrullado entre sus alas. Ella fue la  artista que pinceló las ideas, la musa que inspiró esta historia, una leyenda sin tragedia y con un amor que no fue imposible.
Gracias, mi vida, por todo lo que me das y todo lo que eres. Esta humilde y menuda historia es un cuentiño que forjé por ti, para ti y contigo, y que ahora se hace carne de tinta y papel con forma de libro.  
Parabéns e feliz cumpreanos, miña beizón.


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Esta es la leyenda del farero y la sirena, forjada a golpes de corazón en las brumosas tierras de Gallaecia, y hecha eterna para que los siglos venideros la contemplen.
Ella ya lo sabe…
Ahora el mundo lo sabrá también.

1 comentario:

  1. Gracias por este maravilloso cuento, tan real como nosotros mismos y tan hermoso como lo que nos une. Biquiños.

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