jueves, 31 de mayo de 2018

Lo que ya sabes sobre el relato


En su segunda acepción, la ínclita Real Academia de la Lengua Española equipara el término relato al de cuento, al que a su vez define como narración breve de ficción. Claro que otro significado de la palabra cuento es el de engaño, embuste, suceso falso o pura invención. Y es que contar, narrar o relatar es, básicamente, mentir. Una mentira que el autor del relato pone abiertamente sobre la mesa y finge que sus lectores se la van a creer. El lector, por su parte y gracias a la suspensión de incredulidad, hace como que se lo cree. Así, todos contentos. Se disfruta de la mentira por ambas partes y todos aparentan que no lo saben, o se hacen los suecos. Felicidad en estado puro. Pura mentira.
Por eso el relato ha sido tan popular desde que los primeros homínidos se sentaban alrededor del fuego a la puerta de la caverna. Porque contar mentiras, es decir, cuentos y relatos, siempre nos ha parecido la segunda o tercera cosa más entretenida para hacer.
De una forma u otra, el relato, el cuento, la historia, o como se le quiera llamar, ha estado presente en todas las culturas y en todas las épocas, desde que el mundo es mundo. Multitud de tratados, escritos por estudiosos sesudos, tratan las distintas naturalezas del relato a lo largo y ancho de la Historia de nuestro planeta. No vamos a entrar aquí en esos temas que, aunque interesantes, a muchos pueden parecerles algo áridos. No es este un libro sobre la historia del relato, sino una colección de relatos. Aquí no hemos venido a indagar sobre la sustancia de la mentira que entretiene, sino a entretenernos con ella.
Lo que sí diremos aquí es que el relato es un género literario perfectamente reconocido y reconocible, tanto por autores y editores como por los lectores. Y, sin embargo, es terriblemente difícil de definir. Es como cuando le preguntas a alguien que te defina el significado de «viscoso». Te hará muecas, pondrá cara de asco, chasqueará la lengua y abrirá y cerrará los dedos de la mano. Pero le resultará casi imposible expresarlo con un par de frases simples.
Pues con el relato pasa lo mismo. Todos sabemos lo que es y lo distinguimos sin dificultad de otras creaciones literarias. Pero a la hora de analizarlo, de diseccionarlo, de clasificarlo, de hacerle la vivisección, el relato se escapa entre las neuronas como la arena entre los dedos.
Esto es así porque el relato es una criatura viva, mutable y caliente. Como buena mentira, no sólo tiene alas. También tiene pies, patas, pezuñas, cascos, ruedas, turborreactores y capacidad de teleportación. Puede ir a donde quiera, como quiera y cuando quiera. El autor y el lector no tienen más remedio que limitarse a contemplar y disfrutar de tal maravilla.
Al relato se le ha llamado también ejemplo, fábula, apólogo, proverbio, hazaña, leyenda, narración, cuento, novela corta, noveleta, chiste, chisme, hablilla, enredo, moraleja y quién sabe cuántas cosas más. Los entendidos han etiquetado de forma más o menos difusa a diversas clases de relato. Podemos distinguir entre el cuento popular, transmitido de forma oral en el folklore de los pueblos, y el cuento literario. El cuento infantil y el cuento erótico. El cuento de terror y el costumbrista. El relato corto y el de tamaño medianejo. Y así con todos los géneros literarios. Un enredo terminológico-conceptual que sólo nos sirve para darnos cuenta de que en el relato cabe de todo y se puede encontrar de todo. O casi.
Por eso el relato gusta tanto.
Aunque no a todo el mundo le gusta. Hay lectores que…





Estos párrafos son parte del estupendo prólogo que podrás encontrar en Espejismos en la niebla, la nueva y fabulosa antología de relatos de Juan Nadie

https://www.amazon.es/dp/B07CXX677V?tag=relinks2-21

Si quieres saber más sobre el relato y como termina este prólogo, puedes pinchar aquí o en la portada. 




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