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Quizás
no esté lejos el día en el que, paseando por cualquier calle de nuestra ciudad,
veamos a alguien haciendo algo que hoy nos resultaría extraño, o al menos
chocante.
Puede
ser alguien sentado en el banco de un parque, en la terraza de un bar, o en el
asiento de al lado del autobús.
Esa persona estará ensimismada en su mundo
personal y privado. La mirada perdida en el interior de sus propias gafas (la
pantalla virtual). Las manos garabateando extraños símbolos en el aire (el
teclado virtual).
A pesar
de ello, no nos extrañaremos. Miraremos a esa persona con una sonrisa de
indulgencia y pensaremos: ahí está otro que quiere ser escritor.
¡Mola!,
¿eh?
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