Desde su nacimiento a manos de Verne y Wells hace ya más
de una centuria, la ciencia ficción se ha convertido en un género
literario afianzado con firmeza en el acervo cultural de nuestra
especie. Aunque muy pocos sean capaces de definir qué es la ciencia ficción.
Pero en las últimas décadas ha surgido un nuevo género literario, de nombre similar y estrecha afinidad con la ciencia ficción, aunque claramente diferenciado de ella.
Se trata de la «ciencia en la ficción», también conocida como «literatura de laboratorio».
El término ciencia en la ficción (Science-In-Fiction) fue inventado por el químico, novelista y dramaturgo Carl Djerassi, uno de los creadores de la píldora anticonceptiva. Este género literario fue posteriormente desarrollado por otros autores, muchos de ellos científicos metidos a novelistas (quizá sea esta una de sus principales características), como la bióloga celular Jennifer Rohn, que acuñó el término literatura de laboratorio (lab lit, en inglés) para referirse a este género, y que creó una página web dedicada a ello.
Este género literario muestra las vidas reales de los científicos y de la profesión de la ciencia, con sus complejos, conflictos, motivaciones y aspiraciones.
A diferencia de la ciencia ficción, la literatura de laboratorio se centra en mostrar un retrato realista de los científicos actuales y de su profesión. Las historias se ambientan en el mundo real, y no en posibles futuros alternativos. Tratan sobre el conocimiento científico establecido, comprobado y aceptado, y rara vez se adentran en el terreno de la especulación. Es decir, se encuadran en el ámbito de la ciencia, o bien recurren a conceptos científicos verídicos en sus tramas y argumentos. Y suelen tener a científicos como personajes principales.
De acuerdo con un artículo en el New York Times: «la literatura de laboratorio no es ciencia ficción y, en mi opinión, tampoco es ficción histórica sobre científicos reconocidos (aunque algunas biografías noveladas pueden incluirse en la lista). Por el contrario, en palabras del propio sitio web, presenta a científicos auténticos como personajes centrales, y retrata de forma bastante realista conceptos y prácticas científicos veraces, que tienen lugar en el mundo real, y no en hipotéticos mundos alternativos o futuros».
Algunos ejemplos de literatura de laboratorio incluyen Flight Behavior de Barbara Kingsolver, Cantor´s Dilema de Carl Djerassi, Intuition de Alegra Goodman, Mendel´s Dwarf de Simon Mawer, y Enigma de Robert Harris.
Aquí podéis disfrutar de un delicioso ejemplo en español de este género con el relato corto Catenas, la ciudad de los empedrados.
Se podría considerar que la novela Frankestein, de Mary Shelley, fue el precursor de este género literario. La literatura de laboratorio fue muy rara y escasa a lo largo de la mayor parte del siglo XX, a diferencia de su prima mayor la ciencia ficción. Pero empezó a recibir atención en las páginas culturales de las revistas durante la primera década del siglo XXI. A principios de los años noventa de la pasada centuria fue cuando se produjo el gran salto adelante de la literatura de laboratorio, con un fuerte incremento en las publicaciones de este género, hasta llegar a la cifra de cinco a diez publicaciones anuales en los últimos años.
Las razones para este aumento no están claras, pero pueden incluir factores como un mayor interés por la ciencia por parte del público en general, de los editores o de los autores.
Además de la novela, la literatura de laboratorio ha encontrado en el arte dramático un vehículo con el que abrir nuevos caminos. Aunque el teatro en general se ha inspirado en contadas ocasiones en la ciencia, el número de obras de teatro con fondo científico ha ido aumentando de forma paulatina.
Aquí podéis disfrutar de algunos ejemplos de personajes y conceptos científicos que han hecho su incursión en la dramaturgia, como la otra de teatro Estáis hechos unos elementos, El honor perdido de Henrietta Leavitt, obra en la que se recrea la entrevista que el periodista de la CBS Edward Murro le realizó a la astrónoma Henrietta Swan Leavitt, o los monólogos de Famelab.
En conclusión, la recreación de la ciencia a través de la literatura (o la dramaturgia) aunque es un campo poco explorado, resulta muy prometedor, pues nos permite combinar de forma inmejorable el disfrute literario con la divulgación científica.
Así que ya sabes, no es lo mismo ciencia ficción que ciencia en la ficción.
Pero en las últimas décadas ha surgido un nuevo género literario, de nombre similar y estrecha afinidad con la ciencia ficción, aunque claramente diferenciado de ella.
Se trata de la «ciencia en la ficción», también conocida como «literatura de laboratorio».
El término ciencia en la ficción (Science-In-Fiction) fue inventado por el químico, novelista y dramaturgo Carl Djerassi, uno de los creadores de la píldora anticonceptiva. Este género literario fue posteriormente desarrollado por otros autores, muchos de ellos científicos metidos a novelistas (quizá sea esta una de sus principales características), como la bióloga celular Jennifer Rohn, que acuñó el término literatura de laboratorio (lab lit, en inglés) para referirse a este género, y que creó una página web dedicada a ello.
Este género literario muestra las vidas reales de los científicos y de la profesión de la ciencia, con sus complejos, conflictos, motivaciones y aspiraciones.
A diferencia de la ciencia ficción, la literatura de laboratorio se centra en mostrar un retrato realista de los científicos actuales y de su profesión. Las historias se ambientan en el mundo real, y no en posibles futuros alternativos. Tratan sobre el conocimiento científico establecido, comprobado y aceptado, y rara vez se adentran en el terreno de la especulación. Es decir, se encuadran en el ámbito de la ciencia, o bien recurren a conceptos científicos verídicos en sus tramas y argumentos. Y suelen tener a científicos como personajes principales.
De acuerdo con un artículo en el New York Times: «la literatura de laboratorio no es ciencia ficción y, en mi opinión, tampoco es ficción histórica sobre científicos reconocidos (aunque algunas biografías noveladas pueden incluirse en la lista). Por el contrario, en palabras del propio sitio web, presenta a científicos auténticos como personajes centrales, y retrata de forma bastante realista conceptos y prácticas científicos veraces, que tienen lugar en el mundo real, y no en hipotéticos mundos alternativos o futuros».
Algunos ejemplos de literatura de laboratorio incluyen Flight Behavior de Barbara Kingsolver, Cantor´s Dilema de Carl Djerassi, Intuition de Alegra Goodman, Mendel´s Dwarf de Simon Mawer, y Enigma de Robert Harris.
Aquí podéis disfrutar de un delicioso ejemplo en español de este género con el relato corto Catenas, la ciudad de los empedrados.
Se podría considerar que la novela Frankestein, de Mary Shelley, fue el precursor de este género literario. La literatura de laboratorio fue muy rara y escasa a lo largo de la mayor parte del siglo XX, a diferencia de su prima mayor la ciencia ficción. Pero empezó a recibir atención en las páginas culturales de las revistas durante la primera década del siglo XXI. A principios de los años noventa de la pasada centuria fue cuando se produjo el gran salto adelante de la literatura de laboratorio, con un fuerte incremento en las publicaciones de este género, hasta llegar a la cifra de cinco a diez publicaciones anuales en los últimos años.
Las razones para este aumento no están claras, pero pueden incluir factores como un mayor interés por la ciencia por parte del público en general, de los editores o de los autores.
Además de la novela, la literatura de laboratorio ha encontrado en el arte dramático un vehículo con el que abrir nuevos caminos. Aunque el teatro en general se ha inspirado en contadas ocasiones en la ciencia, el número de obras de teatro con fondo científico ha ido aumentando de forma paulatina.
Aquí podéis disfrutar de algunos ejemplos de personajes y conceptos científicos que han hecho su incursión en la dramaturgia, como la otra de teatro Estáis hechos unos elementos, El honor perdido de Henrietta Leavitt, obra en la que se recrea la entrevista que el periodista de la CBS Edward Murro le realizó a la astrónoma Henrietta Swan Leavitt, o los monólogos de Famelab.
En conclusión, la recreación de la ciencia a través de la literatura (o la dramaturgia) aunque es un campo poco explorado, resulta muy prometedor, pues nos permite combinar de forma inmejorable el disfrute literario con la divulgación científica.
Así que ya sabes, no es lo mismo ciencia ficción que ciencia en la ficción.
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