Otro de los
documentos que los alumnos de Tres Cantos tuvieron que aprenderse de pe a pa
fue el CTZ, el Código Técnico de la Zombificación.
El CTZ recogía y
establecía las exigencias de eficiencia y seguridad que debían cumplirse en
todas las interacciones relacionadas con los zombis.
Determinaba los
requisitos básicos para cuestiones como: «qué hacer en caso de ser mordido y/o
arañado por un zombi», «primeros síntomas de infección zombi, protocolo de
actuación», «seguridad en caso de familiar/amigo/conocido en proceso de
zombificación», «medidas de protección frente a un ataque zombi», «métodos
paliativos de neutralización de zombis», «higiene, salud y protección del medio
ambiente en procesos de zombificación», «uso de biocombustibles en la cremación
de restos zombificados», «ahorro energético y eficiencia energética en defensas
anti-zombis», etc.
El CTZ era
todavía un documento en proceso de redacción. Sin cesar, nuevos datos sobre los
zombis y sus efectos llegaban a la SECOP, tanto de los enclaves y expediciones
al sur del paralelo 38º, como de las investigaciones realizadas por la sección
científica de la Secretaría en instalaciones como la de Tres Cantos. Conforme
los datos llegaban, la legión de asesores, consejeros y expertos de la SECOP
trataban de incorporar la información pertinente a los distintos protocolos,
mejorando, sin prisa, pero sin pausa, la eficiencia administrativa y normativa
del documento.
A pesar de que su
oficialidad estaba aún por ser ratificada, y su utilidad distaba mucho de haber
sido demostrada, un borrador preliminar del CTZ había sido publicado por el
Ministerio Zombi en el B.O.E. a principios de año.
Pero de todos los
departamentos legales de la SECOP, el más activo con diferencia era el de
patentes. Nadie había patentado todavía nada en relación con la pandemia zombi.
Pero la Secretaría estaba siempre atenta y vigilante para que cualquier
invención, ergo beneficio económico, no pasase desapercibida y que los
correspondientes porcentajes, en forma de impuestos directos e indirectos,
pasasen a engrosar las siempre hambrientas arcas del estado.
—En 1939, un
español le colocó un palo a un muñeco, e inventó el futbolín —decía con fingida
seriedad Guillermo Lluch, un tipo joven, de cara redonda y enormes patillas que
se estaba quedando calvo—. En 1956, otro español le puso un palo a una bayeta,
e inventó la fregona. En 1957, los cincuenta fueron la edad dorada de la
inventiva celtibérica, otro español le puso un palo a un caramelo e inventó el
Chupa Chups.
—¿A dónde quieres
ir a parar con eso? —preguntó Antonio Galán con los ojos chispeantes por la
risa.
—Pues que la
metodología está clara. Se coge un zombi y se le coloca un palo.
Preferiblemente introducido vía rectal, o por el culo, para que lo entienda el
pueblo llano. La cuestión es… ¿eso para qué coño sirve?
—Para ahuyentar a
tu suegra.
—Para llevártelo
cuando vas a pedir un aumento.
—Pues a mí me han
dicho que el Ministerio Zombi lo tiene ya patentado. Sólo les hace falta
buscarle un nombre y una frase pegadiza para la campaña de márquetin.
—¿Lo dices en
serio? —preguntó con total sinceridad Elena Peláez, los ojos como dos lunas
oscuras tras sus gafas de culo de botella.
Las risas
estallaron en la cafetería donde los alumnos de Tres Cantos tomaban el
almuerzo.
De la semana y
media de entrenamiento en Tres Cantos, el estudio de la normativa zombi vigente
les había ocupado a Antonio y sus compañeros casi la mitad de ese tiempo. Fue
la parte más tediosa y soporífera, donde las bromas y chistes de mal gusto
fueron más abundantes. Incluso la pequeña y tímida Elena Peláez se atrevió a
largar en público un chascarrillo de sorprendente índole sexual.
Durante esos
días, Federico López de Aguirre se atascó con frecuencia en la pronunciación de
los términos técnicos del lenguaje administrativo. Aunque parecía tan
eméticamente aburrido como sus alumnos, soportó la prueba con entereza y
estoicismo. Su egregio mostacho apenas tembló en los momentos más complicados,
cuando la concatenación interminable de frases subordinadas impedía una mínima
comprensión de los textos.
Cuando la parte
de legislación y normativa finalmente acabó, el instructor clavó la mirada en
la clase y les habló con total sinceridad.
—Como pueden
ustedes apreciar, existen multitud de documentos y directivas que nos dicen lo
que tenemos que hacer en cualquier caso de encuentros con los zombis. Y muchos
más aparecerán en los próximos meses. Sin embargo, una cosa me gustaría que les
quedase meridianamente clara.
Aquí hizo una
pausa dramática.
—La mejor manera
de lidiar con los zombis es nunca tener que enfrentarse con uno.