En diciembre de 2015, un grupo de astrónomos de la Universidad de Lieja,
en Bélgica, que trabajaban con el Telescopio Pequeño para Planetas y
Planetesimales en Tránsito (llamado TRAPPIST por sus siglas en inglés, Transiting Planets and Planetesimals Small Telescope) del observatorio de La Silla, en
Chile, le echaron un vistazo a una estrella enana roja ultra-fría, localizada a
39 años luz de la Tierra en la constelación de Acuario.
Descubrieron tres planetas de tamaños
similares a la Tierra que orbitaban la pequeña estrella roja, que es apenas un
poco más grande que nuestro Júpiter.
Observaciones posteriores elevaron el
número total de planetas que orbitan la estrella a siete. Al menos tres de
ellos están en la zona habitable circunestelar, y los otros podrían también ser habitables pues existen indicios de que poseen agua líquida en su
superficie.
Los astrónomos llamaron al sistema
formado por la enana roja y sus siete planetas TRAPPIST-1, y a los
planetas los nombraron con las letras «b», «c», «d», y así hasta la «h» (la «a»
se reserva para la propia estrella), contando desde el más cercano a la
estrella hasta el más lejano. Lo hicieron así pues este parece ser un sistema
de nomenclatura muy común entre los astrónomos. Además, es sencillo de aplicar
y fácil de recordar.
Si alguno de los planetas de TRAPPIST-1 es habitable, si tiene vida, y si
algún día iremos allí, el futuro lo dirá.
Pero la ciencia ficción nos permite viajar
en el tiempo y dar un salto hasta ese lejano futuro. Un futuro en el que la humanidad
ha llegado a TRAPPIST-1 y ha colonizado cada uno de sus siete mundos.
Este relato corto te permite echar un
rápido vistazo y conocer cómo serían esos mundos.
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Ha llamado mamá
Desde el estrado, el
profesor Esoj paseó la mirada por el auditorio y no pudo evitar sentir una muy
complaciente sensación de orgullo. Hinchó los pulmones y jadeó un poco. Los
dignatarios más relevantes de las principales ramas de la ciencia y la
tecnología de los Siete Hermanos estaban allí presentes. La flor y nata de las
sociedades trappistas. Una ocasión
memorable como pocas. Pero la importancia de la situación imponía que la
reunión se realizase en modo presencial, y no a través de las conexiones
virtuales de la red interplanetaria.
«Va a ser el momento
culminante de mi carrera», se dijo Esoj con el placer de la inmodestia.
Los murmullos y los jadeos
llenaban como una nube el aire del auditorio, mientras la gente acababa de
encontrar su sitio y acomodaba la diversidad de estaturas a los asientos
acolchados. Los delegados de los otros mundos manipulaban sin cesar sus
cinturones gravimétricos. Todos se quejaban de que nunca conseguían el ajuste
perfecto. Era una de las inconveniencias que tenía el viajar a otro planeta.
Por suerte para el profesor Esoj, él no había tenido que abandonar su mundo
natal.
Por la posición de los
Siete Hermanos en sus órbitas resonantes, el planeta más conveniente para
realizar la reunión en aquellas fechas era 1f. Pero a nadie le hacía gracia
viajar a un planeta cuya superficie era un interminable océano rodeado de una
densa atmósfera de vapor de agua que lo convertía en una sauna fría, a pesar de
que su gravedad era la segunda más baja de los Siete, y sus ciudades flotantes
eran maravillas tecnológicas. Los efes, con sus dedos palmeados y sus membranas
nictitantes protestaron por el desaire. «Qué se puede esperar de gente que
consigue su suministro principal de proteínas de algas gigantes y de esos
desagradables peces bulbosos», les comentó Esoj a sus colegas de la
universidad. Aunque se guardó mucho de mandarles semejante mensaje a los
académicos de 1f.
Los es adujeron que su mundo
era la opción obvia. A fin de cuentas, 1e era el planeta de en medio. No era
tan frío ni tenía tanta agua en superficie como 1f, y su gravedad estaba en un
cómodo término medio. Pero 1e estaba demasiado alejado de los demás en su
órbita resonante como para resultar un punto de encuentro conveniente.
«Seguimos llamando a
nuestros mundos con las letras de la b a la h, como nos denominaron los
astrónomos que descubrieron nuestro sistema allá en la vieja Tierra, hace ya
varios milenios», pensó Esoj. «También seguimos usando el año terráqueo como
medida estándar. Claro que con los cortísimos periodos orbitales de los
planetas trappistas, era simplemente
una cuestión de pragmatismo».
Cuando el profesor fue
informado de que 1d era el planeta elegido, le pareció que era lo más adecuado.
Después de todo, sin él no hubiesen podido descifrar el mensaje.
A los habitantes del
sistema de TRAPPIST-1 no les gustaba demasiado viajar de un planeta a otro, a
pesar de su relativa proximidad. La carrera espacial no era una de sus
prioridades. La dificultad no radicaba en la distancia, sino en la energía. La
delta-V necesaria para escapar de la atracción gravitatoria era casi tan grande
como la necesaria para viajar entre los planetas interiores del viejo sistema solar,
aunque los tiempos de viaje fuesen mucho más cortos. Para qué gastar energía en
ir a otro planeta donde la diferencia de gravedad, temperatura y atmósfera te
harían sentir incómodo. Había algo de comercio interplanetario, desde luego. 1b
importaba mucho hierro y metales pesados, pues era un planeta poco denso. 1f
exportaba sus algas proteínicas y sus soberbias esculturas de hielo exótico.
Pero, en general, los intercambios entre los Siete Hermanos eran mayormente
culturales. Productos virtuales que se podían enviar de un planeta a otro a
través de la red. Los matrimonios mixtos tampoco eran muy frecuentes. ¿Quién
quería tener como hijo a un mestizo que nunca se adaptaría por completo a
ninguno de los planetas?
«Los otros Hermanos no
están mal, pero en ningún lugar se está como en 1d.», repetían a menudo el
profesor y sus conciudadanos des. Por supuesto, cada planeta tenía su refrán
equivalente.
Fuera del sistema habían
enviado sondas no tripuladas. Pero ningún trappista
consideró que se hubiese encontrado nada que mereciese la pena ir hasta allí.
Esoj lanzó unos cuantos
jadeos de satisfacción. Como experto en historia antigua podía juzgar mejor que
muchos la trascendencia del evento. Frente a él se habría el magnífico espectro
de variedades de humanos que mostraban el colosal éxito que supuso la
colonización del sistema de TRAPPIST-1. Desde los achaparrados y recios ces,
habitantes del desértico planeta con mayor gravedad, hasta los larguiruchos
delegados de 1h, con esos ojos enormes de esclerótica verde y su piel oscura,
casi turquesa. Adaptaciones para sobrevivir en el planeta más alejado de la
enana roja. Un mundo helado, de escasa insolación, con una gravedad tan leve
como la de la vieja Luna de la Tierra. Eran los que más se quejaban de los
cinturones gravimétricos.
Ocho naves generacionales
partieron de la Tierra hacía más de tres mil quinientos años. Dos siglos más
tarde, tres naves llegaron a su destino, a casi cuarenta años luz del viejo
Sol. Por fortuna, todas las naves tenían duplicados de los bancos de embriones.
A pesar de las pérdidas,
la gran aventura de la humanidad fue un éxito. No había vida en ninguno de los
siete planetas, quizá debido a las intensas tormentas magnéticas que sacudieron
el sistema en sus inicios. Fue una ventaja. Pues así no hubo criaturas
indígenas con la que lidiar o a las que proteger. Pero había oxígeno y agua,
que era lo importante. La terraformación de los Siete Hermanos supuso in
desafío tecnológico que duró varios siglos terrestres. Dirigir cometas de hielo
a los planetas más escasos de agua y formar así capas de nubes protectoras, o activar
la capa de ozono que hiciese de escudo contra las perniciosas radiaciones UV
fueron sólo algunos de los problemas a los que tuvieron que enfrentarse. Un
esfuerzo titánico en el que los primeros colonos tuvieron que llevar sus
conocimientos y sus capacidades al límite.
La vida no fue fácil para
las primeras generaciones de trappistas.
Todos los planetas, excepto 1h, estaban acoplados por marea a la estrella
anfitriona, como el satélite de la vieja Tierra. Siempre ofrecían la misma cara
a su sol. El terminador, la línea que separaba la parte iluminada del planeta
de la parte en sombra, era donde se concentraban sus habitantes.
Tres mil años eran apenas
un suspiro en términos evolutivos. La ingeniería genética permitió la rápida
modificación de animales y plantas adaptados a la luz roja de la estrella, a
las tremendas tormentas causadas por las diferencias de temperaturas entre el
lado diurno y el nocturno, a la actividad sísmica causada por las interacciones
gravitacionales entre los planetas y el calentamiento de mareas. La vegetación
de los Siete Hermanos era toda de un color entre marrón y negro, para poder
aprovechar al máximo la radiación solar en la fotosíntesis.
La modificación de los
seres humanos tomó algo más de tiempo debido a iniciales reluctancias éticas.
Pero si querían sobrevivir en el sistema trappista,
no les quedaba más remedio que adaptarse. La retina se modificó para captar, al
menos en parte, la radiación infrarroja. La piel se tiñó de un pigmento cian
para absorber mejor la luz de la enana roza y conseguir la necesaria síntesis
de vitamina D. Una dermis engrosada les protegía de los intensos rayos X
emitidos por la estrella. Hubo que sacrificar los folículos pilosos y las
glándulas sudoríparas, por lo que para regular la temperatura jadeaban como los
míticos perros de la vieja Tierra. Se necesitaba para ello una lengua grande,
así que hubo que alargar las mandíbulas a base de prognatismo. Las
adaptaciones enzimáticas, metabólicas y fisiológicas fueron incluso más
drásticas.
«Sí», se dijo el
profesor. «Los antiguos colonos pueden sentirse orgullosos. En tres mil años,
hemos conseguido la adaptación perfecta a otro planeta. Y no una, sino siete
veces». Aunque cada planeta sostenga que posee la mejor variedad de chinchilla lanuda
y el tipo de lagarto más suculento.
Hacía muchas generaciones
que no se establecía contacto con la Tierra. El coste energético era
prohibitivo y la distancia hacía el proceso lento y poco funcional. Los
terráqueos eran considerados por los trappistas
como esos primitivos ancestros, de piel marrón-rosácea, que vivían atrapados en
su planeta azul y en su sol amarillo. Se les nombraba con cierta
condescendencia cariñosa. Incluso con piedad indulgente. A fin de cuentas, el
Sol explotaría tarde o temprano y aniquilaría la Tierra, mientras que
TRAPPIST-1 era una vieja enana roja que duraría hasta casi el fin del universo.
Entonces llegó el
mensaje.
Después de casi tres mil
años los satélites de 1h detectaron una emisión terráquea. Un mensaje corto y
escueto, que necesitó el arduo trabajo del profesor Esoj para descifrar la
antigua lengua de los colonos.
Era un mensaje de
socorro.
El planeta madre llamaba
a los Siete Hermanos solicitando ayuda.
Todos los allí presentes
se hicieron miles de preguntas desde que Esoj logró descifrar la señal. Pero la
pregunta esencial que flotaba en el auditorio era: ¿responderían los trappistas a la llamada de la Tierra?
El profesor Esoj se
levantó de su asiento y caminó hacia el borde del estrado. Levantó sus manos de
seis dedos para solicitar la atención de los dignatarios. Las negociaciones
iban a ser largas.
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© Juan Nadie, Planeta Tierra, 2017.
Obra inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual de Safe
Creative (www.safecreative.org) con el número 1710174592865, con fecha de 17 de
octubre de 2017.
Todos los derechos reservados. All
rights reserved.
Ilustración de la portada: fotomontaje del autor.
Este relato fue publicado en TRAPPIST, 1ª Antología de Ciencia Ficción y Distopía,
libro que recoge la antología de relatos seleccionados en el Primer Concurso
Literario de Ciencia Ficción y Distopía, de Fussion Editorial. Si quieres
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título.