¿Quieres ayudar a tu país en la lucha contra la pandemia?
La SECOP (Secretaría de Estado para el Control de Plagas) te necesita.
Para ser contratado por la
SECOP no necesitar sacar unas oposiciones, pero tendrás que someterte a un intenso y
especializado entrenamiento.
Aquí puedes hacerte una idea
de en qué consiste ese entrenamiento que te convertirá en un experto en la
defensa anti-zombis.
Lección 1
Lección 2
Lección 3
Lección 4
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Entrenamiento
Zombi
Lección 5
Parte del
entrenamiento en el centro de Tres Cantos fue aprender a usar un arma de fuego.
Como funcionarios de la SECOP, con posibilidad de ser destinados a zonas
infectadas, una de sus prerrogativas y obligaciones sería el llevar pistola,
bien guardada en su funda sobaquera, que sólo debían usar en casos de extrema
necesidad y, en caso de ser posible, bajo supervisión de personal militar o de
las fuerzas de seguridad del estado.
Antonio no había
tocado un arma de fuego en su vida. No era aficionado a la caza ni a ningún
tipo de evento social o deportivo que implicase tirar de un gatillo. Ni
siquiera tuvo una escopeta de balines y aire comprimido cuando era niño. Sin
embargo, el entrenamiento con la USP Compact le resultó, para su sorpresa, de
lo más agradable. Incluso tonificante.
Aprendió a
insertar el cargador lleno de balas, a retraer la corredera y colocar un
cartucho en la recámara, soltar el seguro con el pulgar, apuntar sosteniendo el
arma con las dos manos y a apretar el gatillo. Le gustaba notar como el
martillo percutor se soltaba de su diente de enganche, golpeaba el colote y
provocaba la ignición del combustible que originaba el disparo. Sentía la
fuerza del retroceso que impulsaba hacia atrás a la corredera y veía con el rabillo
del ojo como el casquillo era expulsado por la abertura, permitiendo que una
nueva bala accediese a la recámara.
Le daba una
sensación de seguridad y poder que le resultó inquietante y adictiva al mismo
tiempo.
Las prácticas de
tiro se realizaron en un gran patio trasero rodeado por altos muros. Los
alumnos dispararon sobre dianas circulares pegadas en tablones de madera vieja
a medio pudrir. Expresaron sus dudas ante la escasa utilidad de entrenarse
únicamente con blancos inmóviles, pero el instructor alegó que ellos eran
funcionarios, no soldados. Aprender a manejar una pistola sin volarse los dedos
de los pies era todo lo que necesitaban aprender.
Poco antes de ser
enviados a su destino, a Antonio y sus compañeros les entregaron una Heckler
& Koch USP Compact, una pistola semiautomática con munición de calibre 9 mm
Parabellum, que era el mismo arma usado por el Cuerpo Nacional de Policía.
Además del arma, también les dieron dos cargadores llenos, cada uno con
capacidad para 13 balas. Perder, vender, regalar y hacer un uso inapropiado del
arma o los cargadores se consideraba falta grave, sujeta a las acciones
disciplinarias pertinentes.
Sin embargo, la
munición que recibirían los estudiantes de Tres Cantos no sería munición
estándar, sino que se trataba de balas de punta hueca.
—¿Es alguien
capaz de decirme por qué les proporcionaremos balas de punta hueca? —preguntó
Federico López de Aguirre.
Siete cabezas
negaron casi al unísono.
—Una bala de
punta hueca se aplasta al entrar en contacto con el blanco, en este caso el
cuerpo de un zombi. La punta se expande formando una especie de champiñón, lo
que frena su penetrabilidad, pero expande su área de daño. Es decir, causa
lesiones más anchas y destructivas, a la vez que incrementa su poder de parada.
—¿Sabe usted lo
que es el poder de parada de una munición, señorita Morales?
—No, don
Federico.
—El poder de
parada es la cantidad de energía que una bala entrega al impactar en el blanco.
Si la munición traspasa el objetivo, el poder de parada disminuye. En las balas
de punta hueca, al expandirse la punta, la capacidad de penetración disminuye,
y el blanco tiende a detenerse o caerse. Lo que puede darles a ustedes los
segundos necesarios para escapar. ¿Lo comprenden ahora? El objetivo no es matar
al zombi. Ya están muertos. El objetivo es que no les alcance a ustedes.
Al oír las
palabras del instructor, Antonio sintió como un escalofrío le recorría la
espalda.
Entonces
empezaron las prácticas de tiro. Ninguno demostró ser un gran tirador. Con la
excepción de Elena Peláez que, a pesar de los gruesos cristales de sus gafas,
consiguió vaciar casi un cargador completo en el círculo interior de la diana.
El entrenamiento
en Tres Cantos fue de lo más ecléctico. Legislación y armamento se mezclaban
sin demasiado orden con clases de fisiología.
—El bulbo
raquídeo, también llamado médula oblonga o mielencéfalo, es el más bajo de los
tres segmentos del tronco del encéfalo o tallo cerebral, que es la mayor ruta
de comunicación entre el cerebro, la médula espinal y los nervios periféricos
—explicaba el instructor.
En esas
ocasiones, Federico López de Aguirre consultaba sin cesar sus notas. Los
términos médicos y las explicaciones anatómico-fisiológicas le costaban. La
inmovilidad de su gran bigote se acentuaba en esos momentos, evidenciando la
incomodidad pedagógica de su portador.
A las preguntas
de sus alumnos solía contestar casi siempre con la misma frase:
—No soy médico,
señor Galán. Si quiere saber más detalles sobre fisiología zombi, le aconsejo
que los dosieres adjuntos en su manual de funcionario de la SECOP.
Una vez más, sus
alumnos se preguntaron por qué la Secretaría de Estado para el Control de
Plagas había puesto como instructor de sus futuros funcionarios a un hombre que
apenas sabía casi nada sobre la mayoría de los temas a tratar. Claro que
Federico López de Aguirre había conseguido sobrevivir al ataque zombi. Quizás
esa fuese la lección más importante que tenía que enseñarles. Quizás la única
que debían esforzarse en aprender.
—El sistema
nervioso central de los zombis está reducido a su mínima expresión —seguía el
instructor con sus trabucadas explicaciones—. La mayor parte de él, simplemente
no funciona. Está tan muerto como el resto de sus apestosos cuerpos.
—En encéfalo, los
lóbulos temporales, la corteza cerebral y en general todas las regiones
cerebrales en la que residen las funciones superiores del cerebro, están
inactivas. Como si alguien hubiese accionado el interruptor de apagar las
luces. Ni una sola neurona desprende el más mínimo destello de actividad.
—Así que
olvídense de lo que han visto en las películas. Dispararle a un zombi en la
frente, además de hacerle un bonito agujero, no tiene efecto alguno.
Simplemente le volarán una parte de sus sesos que no le sirve para nada.
—El control de
las funciones locomotrices de un zombi, así como de sus sentidos e instintos,
que son esencialmente el instinto de cazar y comer carne viva, reside en el
bulbo raquídeo, en la medula espinal y en los nervios periféricos. Esto es
posible gracias a un mecanismo, aún no muy bien comprendido, que los doctores
del Ministerio han dado en llamar transposición nerviosa funcional.
—Si quieren
detener a un zombi con un arma de fuego, no le disparen al pecho, ni al vientre
ni a la cabeza. Los órganos que allí residen son del todo prescindibles para el
zombi. Dispárenle a las piernas hasta partírselas y limitar así su locomoción.
O dispárenle a la boca y un poco hacia arriba. A ser posible con una bala de
punta hueca. Eso destruirá el bulbo raquídeo y acabará con uno de sus principales
centros nerviosos.
—Pero no se
confíen. Con el bulbo raquídeo destruido o con la médula espinal dañada, un
zombi seguirá moviéndose y seguirá siendo potencialmente peligroso. Sus
movimientos estarán descoordinados y no será capaz de seguir su rastro con
tanta eficacia. Pero aún será capaz de alcanzarles y morderles si ustedes le
dan la oportunidad.
—Incluso en caso
de decapitación, un zombi seguirá avanzando. No podrá morderles, desde luego.
Pero sus arañazos les infectarán con similar eficacia. La mejor manera de
neutralizar un zombi es cortarle la cabeza, los brazos y las piernas. Amontonar
los fragmentos con sumo cuidado y prenderles fuego. Sin embargo, si se
encuentran en situación de huir frente a un grupo de zombis, les aconsejo que
no se detengan a implementar por completo tal procedimiento. Lo mejor es que
sigan corriendo.
—¿No sería mejor
utilizar granadas? —preguntó Guillermo Lluch con un brillo de niño travieso en
los ojos.
—¿De qué cojones
está hablando, señor Lluch? —dijo el instructor tras su mostacho.
—Me refiero a las
granadas de mano, don Federico. Si la mejor manera de acabar con un zombi es
troceándolo, una granada sería más eficaz que una pistola. ¿No le parece?
—Lamento frustrar
sus expectativas, señor Lluch —replicó López de Aguirre con algo más de mala
leche de lo habitual—. Pero los explosivos portátiles de uso personal se
desaconsejan en el caso del funcionariado civil no especializado. Causan más
daños que beneficios.
—Pero…, don
Federico…
—Hable, hable,
señorita Peláez. No sea tan tímida, por Dios.
—Es que…, quiero
decir que pienso que… —dijo Elena Peláez con su voz de pajarito—. Si una bala
no sirve para mucho a la hora de detener a un zombi, ¿para qué nos van a
proporcionar una pistola?
La clase asintió
en conformidad con la pregunta de su pequeña y pecosa condiscípula.
—Para que usted
pueda decidir qué hacer con esa última bala, señorita Peláez.
Los miembros de
la clase tardaron un par de segundos en ser por completo conscientes del
significado de las palabras del instructor.
El
estremecimiento de pánico fue para Antonio como un puñetazo en la boca del
estómago. La USP Compact 9mm que la SECOP ponía amablemente a su disposición no
era tanto para los zombis como para ellos mismos. La solución definitiva a una
situación desesperada.
Ese día ya no
hubo más bromas en clase.
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Fragmentos
de la novela IBERIAN PARK, la respuesta zombi a la crisis, en concreto
los correspondientes los capítulos Palco.1, Palco.2 y Palco.4.
En
estos extractos podrás conocer el entrenamiento estándar al que son sometidos
los funcionarios del Ministerio Zombi.
Una
novela única que te permitirá contemplar la Matrix a la que estás enchufado sin
remedio (el sistema monetario) desde una perspectiva diferente.
Y sí,
como en toda buena novela de zombis, encontrarás tripas y sesos desparramados a
mansalva. Y muchas otras cosas más que no te imaginas.
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