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Si en uno de estos periodos de carencia de gravedad llegaba el momento de hacer aguas mayores o menores, los tripulantes de la Cucaracha no tenían más remedio que utilizar el IG0, artilugio todavía muy común en las astronaves, pero cada vez más en desuso debido a la alternativa más cómoda y limpia que ofrecía la anti-anti-gravedad.
Si en uno de estos periodos de carencia de gravedad llegaba el momento de hacer aguas mayores o menores, los tripulantes de la Cucaracha no tenían más remedio que utilizar el IG0, artilugio todavía muy común en las astronaves, pero cada vez más en desuso debido a la alternativa más cómoda y limpia que ofrecía la anti-anti-gravedad.
¿Y
qué es el IG0?
Pues
el IG0, Inodoro de Gravedad Cero o váter espacial es, como su nombre indica, un
inodoro, también llamado servicio, escusado, baño, o cagadero-meadero (para
aquellos que gusten de la escatología) que puede ser usado en condiciones de
baja o nula gravedad. Es decir, en el espacio interestelar.
En
ausencia de dicha gravedad que tire de las excrecencias hacia abajo y lejos del
cuerpo humano (o semihumano) que los emite, la recolección de residuos líquidos
y sólidos se hace gracias al uso de flujos de aires direccionados. Es decir, de
chorritos de viento. Puesto que el aire usado en el IG0 vuelve tarde o temprano
a los espacios habitables de la nave, se filtra tras su uso para evitar la
presencia de olores desagradables y bacterias que puedan afectar la salud y
harmonía físico-mental de los miembros de la tripulación.
Desde
los primeros tiempos de los vuelos espaciales, los residuos líquidos y sólidos
eran eyectados al exterior sin más. Esta práctica, que al principio pareció del
todo inocua, demostró con el tiempo ser la fuente de no pocos problemas y
momentos que como poco se podrían calificar de embarazosos, por no llamarlos
asquerosos.
Y
es que el cinturón de pipí y zurullos congelados que se creó alrededor de la
Tierra no era precisamente la mejor de las curiosidades tecnológico-siderales
para incrementar el glamour de nuestro querido planeta madre.
La
crisis estalló aquel dieciocho de octubre del tercer año del primer mandato
como presidente del Senado Rotante de León Leonardinho
Leónidas, famoso por sus desfalcos financieros y acusaciones de prevaricación,
cohecho, nepotismo, sobornos y abusos de poder. Leonardinho fue el primer
presidente del Senado que tuvo que ser clonado dos veces para poder cumplir
todos los años de cárcel de sus condenas acumuladas. De hecho, y para acabar de
una vez por todas con la enojosa situación, las autoridades judiciales
decidieron al final ejecutarlo. Pero como tenía varias sentencias de muerte,
tuvo que ser ajusticiado cinco veces, la primera en vida y las siguientes en
forma de cadáver. Aunque todo esto último ocurrió mucho tiempo después de los
hechos narrados en nuestra historia. O mucho tiempo antes. No estoy muy seguro.
Como
íbamos diciendo, aquel dieciocho de octubre, más de un tercio de la población
de la Tierra estaba pegada a las holopantallas de la trivi visualizando la
retrasmisión, en riguroso directo, del salvamento de un contingente de cadetes
espaciales atrapados en la estación espacial Pedro Palotes II. El aguerrido
héroe que acudió al rescate no era otro que el afamado cosmonauta Alexander
Zinchuk, astrofísico, estrella del rock, actor y modelo bien parecido, ídolo de
féminas pre y postpuberales, y una de las celebridades mediáticas más populares
del momento.
Tras
horas de ímprobos esfuerzos en el exterior de la estación espacial, Alexander
Zinchuk consiguió abrir la escotilla que salvaría a los accidentados cadetes.
Se volvió hacia las cámaras robóticas que filmaban al detalle cada uno de sus
movimientos, con la sana intención de regalar a su audiencia con una de sus
viriles y hermosas sonrisas en su rostro de Apolo griego. Rostro que se podía
contemplar a la perfección a través de la escafandra transparente de su traje
espacial.
Justo
en ese momento, una masa informe, es decir, de forma indefinida, y color marrón
oscuro, se estrelló contra la parte frontal del casco del heroico cosmonauta.
El cristal de la escafandra se astilló en cientos de fragmentos, lo que hizo
que la cabeza de Zinchuk, por efecto de la súbita descompresión, estallase como
una sandía madura arrojada desde un balcón.
Según
los noticiarios de la tarde, unos catorce mil quinientos millones de seres
humanos emitieron, a la vez y simultáneamente en todos los planetas del orbe,
una mueca de sorpresa y asco infinito, lo que supuso un récord imbatido hasta
la fecha.
Miles
y miles de quinceañeras lloraron hasta el orgasmo a su adorado Alexander, cuya
muerte también quedó registrada en los anales de la historia como una de las
más extrañas jamás filmadas.
Morir
en el espacio como consecuencia del choque frontal contra una mierda congelada
es una muerte de un ridículo difícil de superar.
La
reacción de los medios de comunicación y de la plebe fue tan intensa y rápida
que las autoridades espaciales, incluyendo la FEA, la MASFEA y el Senado
Rotante, no tuvieron más remedio que poner remedio al asunto de forma
inmediata, si no querían provocar una rebelión galáctica de consecuencias
imprevisibles. Dos días más tarde se promulgó el edicto senatorial: tirar tus
porquerías al espacio estaba totalmente prohibido, so pena de sufrir onerosa
multa o condena a trabajos forzados en los campos de limpieza de mondadientes
usados.
Tras
el edicto, los IG0 de las naves espaciales no tuvieron otro remedio que
volverse bastante más sofisticados y más respetuosos con el tráfico
interplanetario y el medioambiente galáctico. Se creó el IG0 reciclador y
reciclable. De esa forma, los residuos líquidos son destilados de forma
automática, a continuación pasteurizados, la concentración de sales equilibrada
y el pH regulado a niveles de neutralidad, con lo que se convierten en agua
perfectamente potable que pasa a los depósitos de uso de la nave. Los residuos
sólidos son sometidos al vacío, para aniquilar las bacterias y otros patógenos
indeseables. Luego, mediante un sistema de cañerías, embudos y cilindros
rotatorios, son deshidratados y comprimidos en cómodos paquetitos que se
almacenan en la bodega hasta su descarga al llegar al próximo espaciopuerto.
El
problema, como es lógico, surgió en qué hacer con la incontable cantidad de
paquetitos de secreciones deshidratadas y comprimidas, de color marrón, que se
acumulaban en los barracones de almacenamiento de los espaciopuertos.
Durante
un tiempo, una floreciente industria de compañías de transporte de residuos se
dedicó a simplemente dejarlos caer en el fondo del cráter Tycho, agujero de
impacto, de unos 85 km de diámetro, que se encuentra en la parte sur de las
zonas elevadas de la Luna. Por desgracia, el cráter no tardó en llenarse, por
lo que los basureros espaciales tuvieron pronto que buscar un nuevo lugar en el
que colocar su mercancía. Sin embargo, las protestas de los grupos ecologistas,
que chillaban con energía y denuedo contra lo que consideraban un atentado al
medio ambiente selenita, cuya fragilidad no parecía estar reñida con su
inexistencia, impidió que otros cráteres lunares empezasen a rellenarse de la
misma forma.
Pero
los basureros espaciales son hombres duros que no se rinden con facilidad.
Al
quedarse sin cráteres, encontraron una alternativa.
Embarcaron
los contenedores en enormes cargueros robot llenos hasta los topes de la
sustancia color chocolate. Desde las estaciones orbitales de Venus y Mercurio
los lanzaron en órbita elíptica baja heliocéntrica de aproximación. Es decir,
que la mierda acababa por quemarse en el Sol.
Durante
un tiempo pareció que se había encontrado la solución definitiva al problema:
la incineración solar. Sin embargo, los mismos grupos ecologistas protestaron
de nuevo. Esta vez adujeron que el constante vertido de materia prensada en
nuestro astro principal causaría, al cabo de varios cientos de miles de años,
un incremento considerable de las manchas solares y, como consecuencia, de la
actividad magnética del Sol. Esto causaría enormes y apocalípticas tormentas de
viento solar que barrerían por completo la magnetosfera, ionosfera y quizá
parte de la atmósfera de la mayoría de planetas del Sistema, lo que haría la
vida bastante difícil, si no imposible, para la mayoría de sus habitantes, sobre
todo aquellos con un nivel evolutivo superior a una lombriz intestinal.
Cuando
el público conoció la posibilidad, por muy remota que esta fuese, de que sus
tataranietos fuesen barridos del mapa por una tormenta solar causada por la
mierda que cagaron sus tatarabuelos, elevaron una protesta unánime al Senado
Rotante. Los vertidos en el Sol cesaron (al menos de forma legal) casi de
inmediato.
Desde entonces, los diversos espaciopuertos de cada
planeta contratan a compañías locales que se encargan de deshacerse de la
ingente cantidad de residuos. En Marte, por ejemplo, nuestro querido amigo el
Tuerto era miembro del consejo de administración de varias de estas empresas.
No está muy claro que es lo que hacen estas compañías con los residuos, y un
par de periodistas que han intentado indagar en el asunto han acabado flotando
en los canales. Pero dado el sostenido incremento de materia orgánica que se ha
registrado en los ríos, lagos y mares de prácticamente todos los planetas
habitados, es de suponer que estas empresas no se rompen mucho la cabeza con el
tema.
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Fragmento de la novela Historias de la Cucaracha.
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