jueves, 22 de octubre de 2015

IG0, el retrete espacial

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Si en uno de estos periodos de carencia de gravedad llegaba el momento de hacer aguas mayores o menores, los tripulantes de la Cucaracha no tenían más remedio que utilizar el IG0, artilugio todavía muy común en las astronaves, pero cada vez más en desuso debido a la alternativa más cómoda y limpia que ofrecía la anti-anti-gravedad.


¿Y qué es el IG0?


Pues el IG0, Inodoro de Gravedad Cero o váter espacial es, como su nombre indica, un inodoro, también llamado servicio, escusado, baño, o cagadero-meadero (para aquellos que gusten de la escatología) que puede ser usado en condiciones de baja o nula gravedad. Es decir, en el espacio interestelar.


En ausencia de dicha gravedad que tire de las excrecencias hacia abajo y lejos del cuerpo humano (o semihumano) que los emite, la recolección de residuos líquidos y sólidos se hace gracias al uso de flujos de aires direccionados. Es decir, de chorritos de viento. Puesto que el aire usado en el IG0 vuelve tarde o temprano a los espacios habitables de la nave, se filtra tras su uso para evitar la presencia de olores desagradables y bacterias que puedan afectar la salud y harmonía físico-mental de los miembros de la tripulación.


Desde los primeros tiempos de los vuelos espaciales, los residuos líquidos y sólidos eran eyectados al exterior sin más. Esta práctica, que al principio pareció del todo inocua, demostró con el tiempo ser la fuente de no pocos problemas y momentos que como poco se podrían calificar de embarazosos, por no llamarlos asquerosos.


Y es que el cinturón de pipí y zurullos congelados que se creó alrededor de la Tierra no era precisamente la mejor de las curiosidades tecnológico-siderales para incrementar el glamour de nuestro querido planeta madre.


La crisis estalló aquel dieciocho de octubre del tercer año del primer mandato como presidente del Senado Rotante de León Leonardinho Leónidas, famoso por sus desfalcos financieros y acusaciones de prevaricación, cohecho, nepotismo, sobornos y abusos de poder. Leonardinho fue el primer presidente del Senado que tuvo que ser clonado dos veces para poder cumplir todos los años de cárcel de sus condenas acumuladas. De hecho, y para acabar de una vez por todas con la enojosa situación, las autoridades judiciales decidieron al final ejecutarlo. Pero como tenía varias sentencias de muerte, tuvo que ser ajusticiado cinco veces, la primera en vida y las siguientes en forma de cadáver. Aunque todo esto último ocurrió mucho tiempo después de los hechos narrados en nuestra historia. O mucho tiempo antes. No estoy muy seguro.


Como íbamos diciendo, aquel dieciocho de octubre, más de un tercio de la población de la Tierra estaba pegada a las holopantallas de la trivi visualizando la retrasmisión, en riguroso directo, del salvamento de un contingente de cadetes espaciales atrapados en la estación espacial Pedro Palotes II. El aguerrido héroe que acudió al rescate no era otro que el afamado cosmonauta Alexander Zinchuk, astrofísico, estrella del rock, actor y modelo bien parecido, ídolo de féminas pre y postpuberales, y una de las celebridades mediáticas más populares del momento.


Tras horas de ímprobos esfuerzos en el exterior de la estación espacial, Alexander Zinchuk consiguió abrir la escotilla que salvaría a los accidentados cadetes. Se volvió hacia las cámaras robóticas que filmaban al detalle cada uno de sus movimientos, con la sana intención de regalar a su audiencia con una de sus viriles y hermosas sonrisas en su rostro de Apolo griego. Rostro que se podía contemplar a la perfección a través de la escafandra transparente de su traje espacial.


Justo en ese momento, una masa informe, es decir, de forma indefinida, y color marrón oscuro, se estrelló contra la parte frontal del casco del heroico cosmonauta. El cristal de la escafandra se astilló en cientos de fragmentos, lo que hizo que la cabeza de Zinchuk, por efecto de la súbita descompresión, estallase como una sandía madura arrojada desde un balcón.


Según los noticiarios de la tarde, unos catorce mil quinientos millones de seres humanos emitieron, a la vez y simultáneamente en todos los planetas del orbe, una mueca de sorpresa y asco infinito, lo que supuso un récord imbatido hasta la fecha.


Miles y miles de quinceañeras lloraron hasta el orgasmo a su adorado Alexander, cuya muerte también quedó registrada en los anales de la historia como una de las más extrañas jamás filmadas.


Morir en el espacio como consecuencia del choque frontal contra una mierda congelada es una muerte de un ridículo difícil de superar.


La reacción de los medios de comunicación y de la plebe fue tan intensa y rápida que las autoridades espaciales, incluyendo la FEA, la MASFEA y el Senado Rotante, no tuvieron más remedio que poner remedio al asunto de forma inmediata, si no querían provocar una rebelión galáctica de consecuencias imprevisibles. Dos días más tarde se promulgó el edicto senatorial: tirar tus porquerías al espacio estaba totalmente prohibido, so pena de sufrir onerosa multa o condena a trabajos forzados en los campos de limpieza de mondadientes usados.


Tras el edicto, los IG0 de las naves espaciales no tuvieron otro remedio que volverse bastante más sofisticados y más respetuosos con el tráfico interplanetario y el medioambiente galáctico. Se creó el IG0 reciclador y reciclable. De esa forma, los residuos líquidos son destilados de forma automática, a continuación pasteurizados, la concentración de sales equilibrada y el pH regulado a niveles de neutralidad, con lo que se convierten en agua perfectamente potable que pasa a los depósitos de uso de la nave. Los residuos sólidos son sometidos al vacío, para aniquilar las bacterias y otros patógenos indeseables. Luego, mediante un sistema de cañerías, embudos y cilindros rotatorios, son deshidratados y comprimidos en cómodos paquetitos que se almacenan en la bodega hasta su descarga al llegar al próximo espaciopuerto.


El problema, como es lógico, surgió en qué hacer con la incontable cantidad de paquetitos de secreciones deshidratadas y comprimidas, de color marrón, que se acumulaban en los barracones de almacenamiento de los espaciopuertos.


Durante un tiempo, una floreciente industria de compañías de transporte de residuos se dedicó a simplemente dejarlos caer en el fondo del cráter Tycho, agujero de impacto, de unos 85 km de diámetro, que se encuentra en la parte sur de las zonas elevadas de la Luna. Por desgracia, el cráter no tardó en llenarse, por lo que los basureros espaciales tuvieron pronto que buscar un nuevo lugar en el que colocar su mercancía. Sin embargo, las protestas de los grupos ecologistas, que chillaban con energía y denuedo contra lo que consideraban un atentado al medio ambiente selenita, cuya fragilidad no parecía estar reñida con su inexistencia, impidió que otros cráteres lunares empezasen a rellenarse de la misma forma.


Pero los basureros espaciales son hombres duros que no se rinden con facilidad.


Al quedarse sin cráteres, encontraron una alternativa.


Embarcaron los contenedores en enormes cargueros robot llenos hasta los topes de la sustancia color chocolate. Desde las estaciones orbitales de Venus y Mercurio los lanzaron en órbita elíptica baja heliocéntrica de aproximación. Es decir, que la mierda acababa por quemarse en el Sol.


Durante un tiempo pareció que se había encontrado la solución definitiva al problema: la incineración solar. Sin embargo, los mismos grupos ecologistas protestaron de nuevo. Esta vez adujeron que el constante vertido de materia prensada en nuestro astro principal causaría, al cabo de varios cientos de miles de años, un incremento considerable de las manchas solares y, como consecuencia, de la actividad magnética del Sol. Esto causaría enormes y apocalípticas tormentas de viento solar que barrerían por completo la magnetosfera, ionosfera y quizá parte de la atmósfera de la mayoría de planetas del Sistema, lo que haría la vida bastante difícil, si no imposible, para la mayoría de sus habitantes, sobre todo aquellos con un nivel evolutivo superior a una lombriz intestinal.


Cuando el público conoció la posibilidad, por muy remota que esta fuese, de que sus tataranietos fuesen barridos del mapa por una tormenta solar causada por la mierda que cagaron sus tatarabuelos, elevaron una protesta unánime al Senado Rotante. Los vertidos en el Sol cesaron (al menos de forma legal) casi de inmediato.

Desde entonces, los diversos espaciopuertos de cada planeta contratan a compañías locales que se encargan de deshacerse de la ingente cantidad de residuos. En Marte, por ejemplo, nuestro querido amigo el Tuerto era miembro del consejo de administración de varias de estas empresas. No está muy claro que es lo que hacen estas compañías con los residuos, y un par de periodistas que han intentado indagar en el asunto han acabado flotando en los canales. Pero dado el sostenido incremento de materia orgánica que se ha registrado en los ríos, lagos y mares de prácticamente todos los planetas habitados, es de suponer que estas empresas no se rompen mucho la cabeza con el tema. 
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http://relatosdejuannadie.blogspot.com.es/2015/10/ya-llego-historias-de-la-cucaracha.html

Fragmento de la novela Historias de la Cucaracha.



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