jueves, 26 de mayo de 2016

De los seres sésiles y móviles (una historia de amor)

Cuenta la leyenda que hubo una vez un pequeño planeta, pétreo y rocoso, cubierto de océanos y atmósfera, cuyo nombre se perdió en los registros.
Era un planeta de orografía vívida y audaz. En su superficie abundaban las cordilleras como dientes de gigantes, las simas escarpadas, los cañones como laberintos sin fin y los valles recónditos, por los que pululaban miríadas de seres sésiles y móviles.
Entre las montañas del planeta, había una que era con diferencia la más ciclópea y portentosa de todas. Se erguía como una mole de aspecto infinito y era tan alta que su cumbre asomaba por encima de las últimas estribaciones de la atmósfera. Eso le permitía observar las estrellas, casi tanto de día como de noche, y perderse en el éxtasis de la contemplación.
Tanto miró la montaña a las estrellas, que acabó por enamorarse de una de ellas. Una rutilante estrella roja, que pulsaba sin cesar, con sus aires de supernova, emanando su viento solar hacia los confines del cosmos.
La montaña contemplaba sin cesar a la roja estrella. Y su ansia por ella fue tan intensa, su deseo tan vehemente, que decidió alcanzarla costase lo que costase. Todo ello a pesar de la aparente indiferencia de la estrella, que se limitaba a pulsar sus radiaciones electromagnéticas para quién quisiera contemplarla.
En un supremo esfuerzo de voluntad, la montaña reunió todas sus energías y saltó al espacio para reunirse con su deseada estrella. Las raíces de la montaña se estremecieron, se rasgaron, se rompieron y, con un sonido atronador, se desgajaron de su base. La corteza entera del planeta se sacudió con el terremoto más grande que vieron los siglos. Millares de seres sésiles y móviles fenecieron en la catástrofe.
La cumbre de la montaña atravesó los últimos retazos de la atmósfera y se sumergió en el espacio exterior. Las aristas de hielo que la coronaban apuntaron directamente al corazón de la estrella roja. 
 
https://www.wattpad.com/myworks/73156098-de-los-seres-ssiles-y-mviles-una-historia-de-amor
Pero el amor de la montaña por la estrella no fue suficiente para doblegar las leyes naturales del universo. La atracción de la gravedad no tuvo clemencia y realizó su incesante y ciega función.
La montaña cayó de vuelta hacia el planeta.
El impacto fue tan colosal que el planeta entero se quebró de parte a parte, desde la maleable corteza al núcleo ferroso en su interior. Se deshizo en trillones de fragmentos, como el espejo arrojado de un airado dios. Las aguas y la atmósfera que lo envolvían escaparon al espacio, donde se disiparon en forma de átomos gaseosos y cristales de hielo. Los seres móviles y sésiles se transmutaron en fósiles congelados para toda la eternidad.
Desde entonces, en la órbita por la que antes viajaba el planeta, se puede observar un tenue cinturón, formado por innumerables partículas rocosas, meteoritos, asteroides y embriones de cometas. Algunos de esos fragmentos, cuando el desplazamiento en su órbita así lo permite, miran a la rutilante estrella roja, que sigue pulsando sin cesar, quizás en busca de su enamorada montaña.
Pero no todas las historias de amor son imposibles, ni todas las leyendas acaban en tragedia. Búscate la tuya.
Y si quieres historias de amor, aquí tienes La leyenda de la sirena y elfarero, una leyenda de nuestro tiempo, en un tiempo intemporal. 

https://relatosdejuannadie.blogspot.com.es/2014/06/la-playa-la-leyenda-de-la-sirena-y-el.html

 

jueves, 19 de mayo de 2016

Las criaturas de Zentar IV (1) — el Oryctolagus carnivorus zentarianus

[…]
La xenobióloga tenía razón. La criatura que había sacudido el corazón de Nicéforo y despertado sus más atávicos temores no era otra cosa que un conejo común y corriente. Uno de esos roedores de largas orejas, cola corta, cuerpo rechoncho y pelo suave que les da ese aspecto de animalito de peluche. El que contemplaba con ojillos oscuros e inteligentes a los cinco humanos sentados alrededor del fuego era de color gris claro, con una graciosa mancha blanca en el lomo.
Atraída por los ademanes de Paula, la criatura se acercó unos metros. Después se paró, tímida y cautelosa. Se sentó sobre sus cuartos traseros y olfateó el aire con su naricilla de largos bigotes.
Ven aquí, conejito. Ven aquí —insistió Paula.
Quizás nos podría servir para la cena de mañana —dijo Nicéforo.
Mira que eres burro, Nifi —le recriminó la xenobióloga.
¡Hombre! Sería una buena adición a nuestra dieta de masa liofilizada —comentó el contramaestre.
Hay que ver como sois —protestó Paula.
Pues yo voy a ver si lo atrapo —dijo Nicéforo, quizás movido por un cierto sentimiento de venganza hacia la tierna criaturita que lo había atemorizado.
El conejo se movió nervioso, pero no huyó ante la aproximación del navegante. Movió las patitas delanteras y agitó el hocico.
Nicéforo alargó la mano despacio y con cautela.
El conejito lo miró con sus ojos de color azabache en los que se reflejaba la luz de las llamas.
La mano se acercó unos pocos centímetros más, casi a punto de tocar la peluda y suave cabecita.
En ese momento, el conejo saltó. Corrió por el brazo de Nicéforo y le clavó los dientes en el cuello.
El alarido de horror que salió de la garganta del navegante retumbó en las montañas que rodeaban el valle.
¡Quitádmelo de encima! ¡Quitádmelo de encima, por favor! Me está devorando —suplicó entre gritos.
Sus compañeros, con los ojos desorbitados por el asombro, acudieron en su auxilio, si bien no con excesiva rapidez.

¡Por los cuernos de Saturno! ¿Qué demonios es ese bicho?
Le está mordiendo en el cuello.
El novato está sangrando.
Hay que sacárselo de encima.
Trata de agarrarlo por ese lado.
Nicéforo, deja de patalear. Así no hay forma.
Sujétale el brazo.
Agárralo por la cabeza.
Tírale de las orejas.
No. Me refiero al conejo.
Nicéforo, estate quieto. Me has dado una patada.
Deja de gritar, maldita sea.
Cógele los brazos.
Ahora, trata de cogerlo.
¡Ay! Me ha arañado.
¡Por todos los agujeros negros! Este bicho tiene garras.
No hay manera de sacarlo.
Tírale de la cola.
Sujetadlo bien. Así no se puede.
Este bicho se agarra como una lapa.
Tira más fuerte.
Por fin, Ron Calahan consiguió asestar un poderoso puñetazo en el costado del conejo. El impacto lo hizo liberar su presa y mandó al animalito a varios metros de su víctima.
La peluda criatura se revolvió en el suelo, enfrentándose a los cinco pasmados humanos. Levantó los belfos, enseñó los colmillos y emitió un hondo y prolongado gruñido. Se dio media vuelta y desapareció en la oscuridad.
¡Por los dioses del abismo! —exclamó Ventura—. Nunca había visto un conejo como ese.
[...]


relinks.me/B015I2F8DS

Fragmento de la novela Historias de la Cucaracha.

Pincha en la portada de la novela si quieres saber más.
Disponible tanto en formato papel como electrónico.







jueves, 12 de mayo de 2016

Identidad Indómita (microrrelato)

Siguiendo con la serie de microrrelatos inéditos de Juan Nadie, presentamos hoy uno dedicado a la libertad y el ego, dos conceptos quizá no tan distintos el uno del otro.

Habrá alguna mente despierta que piense que este microrrelato está inspirado en una obra de cierta fama no exenta de polémica. Pues tendrá razón. ¿Adivinas cuál es?

Pues si te apetece leerlo, sigue un poquito más hacia abajo o pincha en la portada. 

Recuerda que leer los relatos de Juan Nadie es gratis y no lleva IVA. 

https://www.wattpad.com/myworks/71648982-identidad-indmita-microrrelato 


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IDENTIDAD INDÓMITA
 Con los brazos en jarras, el arquitecto miraba con orgullo y satisfacción el edificio a punto de ser terminado. Sería la construcción más bella y magnífica que la ciudad habría visto en décadas. El móvil vibró en su bolsillo. Miró la pantalla y arrugó el entrecejo. Era una llamada del consejo municipal. Querían que cambiase el diseño de la cúpula más alta para satisfacer la vanidad de la mujer del alcalde. Esa noche, el edificio ardió hasta los cimientos. 

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© Juan Nadie, Planeta Tierra, 2016.

Obra inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual de Safe Creative (www.safecreative.org) con el número 1008157055125, con fecha de 15 de agosto de 2010.

Todos los derechos reservados. All rights reserved.

Ilustración de la portada: fotomontaje del autor basado en una de las portadas de la novela que inspiró el micro.
 



jueves, 5 de mayo de 2016

Bambalinas.1

Te lo aseguro. No hay ninguna experiencia comparable a la de devorar a un ser humano —dijo la mujer, forzando un poco la voz para contrarrestar el zumbido de los rotores.
¿Estás segura? A mí todo esto me sigue pareciendo algo más bien peligroso, por no mencionar un pelín gore —replicó el hombre con cierta inseguridad.
Ella era Catherine Malarde, directora gerente del Fondo Pecuniario Intercontinental, el, según muchos, infame FPI. La sonrisa dibujó arrugas en la comisura de sus ojos y un mechón de níveo cabello onduló sobre su frente. Él era Darryl Carradine, vicepresidente ejecutivo y director de finanzas de Goldmen Sachet Group, la multinacional americana de los grandes negocios y las inversiones ciclópeas.
Darryl se removió en su asiento y se aflojó el apretado nudo de la corbata. Un par de gotitas de sudor brillaron en su frente
¡Vaya! No me esperaba que los de Goldmen Sachet fueseis tan melindrosos —dijo Catherine con risa forzada—. No te preocupes. Yo ya lo he hecho un par de veces. No corres riesgo alguno, te lo puedo garantizar. Créeme, será una experiencia que no olvidarás.
Si tú lo dices —contestó Darryl. Se encogió de hombros y miró al océano a través del cristal de la ventanilla.
El helicóptero, un Eurocopter EC145 pintado de rojo y verde kaki, con el logo de la SECOP en los costados, había despegado apenas unos minutos antes del Aeropuerto Internacional de Madeira. A pesar de ser un modelo utilitario, con capacidad para ocho pasajeros, el helicóptero era confortable y limpio. Además del piloto y copiloto, sólo tres personas ocupaban su interior: Catherine Malarde, Darryl Carradine y Andreia Monteiro.
Andreia, una lisboeta morena y de largas pestañas, representante local de Unbelievable Entertainments Inc., había sido el comité de bienvenida para los dos gerifaltes de las finanzas internacionales, y su guía particular desde su llegada a Madeira, el día anterior, en vuelo directo desde Bruselas. Colgada mediante un clip de la solapa, Andreia lucía una tarjeta plastificada con su foto, su nombre y el logotipo de la empresa para la que trabajaba.
La misión de Andreia era conseguir que la visita de sus dos insignes clientes al archipiélago portugués fuese lo más placentera posible, para lo cual no escatimaba en luminosas sonrisas y diminutos aportes de información intrascendente. El traje falda que llevaba, de color verde oliva, le daba el pertinente aire elegante, servicial y ligeramente coqueto de encantadora azafata de congresos. La falda, justo por encima de la rodilla, la obligaba a sentarse con las piernas juntas e inclinadas hacia un lado, mientras que el botón de la blusa, estratégicamente desabrochado, permitía el delicado atisbo del nacimiento de sus senos. Como mandaba el reglamento interno de la empresa, no llevaba ropa interior, por si acaso resultaba necesario incrementar el grado de confort de alguno de sus clientes. Se alegró de que en este viaje sus invitados fuesen hombre y mujer. Cuando sólo había hombres, las cosas podían cambiar considerablemente. Las felaciones durante el trayecto en helicóptero se habían convertido en una parte no demasiado agradable de su rutina laboral. Al menos esperaba que Catherine Malarde no fuese de esas.
Justo tras el despegue, en un inglés sin apenas acento, Andreia amenizó a sus clientes con una somera historia del Aeropuerto Internacional de Madeira, antes conocido como Aeropuerto de Funchal, y sobre las particularidades del corto vuelo. Como había ocurrido desde que los recibiera a su llegada, la pareja había ignorado a la azafata con elegante displicencia. Esa que sólo es posible observar en aquellas personas acostumbradas a un estatus de poder que las coloca automáticamente por encima de la mayoría de mortales que las rodean. Andreia se sintió aliviada. Parecía que esta vez no tendría que usar el enjuague bucal tras el vuelo.
Apenas quince minutos después del despegue, el helicóptero llegó a su destino: la pequeña isla de Porto Santo, situada 43 km al noreste de la isla principal de Madeira. Andreia proporcionó a sus compañeros de viaje una sucinta explicación sobre la orografía de la isla, el accidentado y montañoso norte y la parte más plana del sur, lo que incluía su maravillosa playa de arena blanca de casi diez kilómetros de largo y que solía ser el principal atractivo turístico de la isla.
Antes de la pandemia, claro.
Las palabras de la empleada de Unbelievable Entertainments Inc. parecieron despertar el interés de los dos pasajeros, que miraron el paisaje insular a sus pies a través de la ventanilla. El sol de la mañana arrancaba destellos blancos de los ribetes de espuma que coronaban las olas.
El piloto del Eurocopter inclinó el aparato ligeramente hacia la derecha y la aeronave enfiló con un suave zumbido la larga playa de arena.
¿Vive alguien en la isla? —preguntó Darryl Carradine, señalando hacia abajo con un dedo de exquisita manicura.
¡Oh, no! Por supuesto que no —replicó Andreia Monteiro con una de sus encantadoras sonrisas. El movimiento de su linda cabeza produjo ondas en su oscuro cabello, brillante y perfectamente acondicionado —. La población de Porto Santo era de unos cinco mil habitantes, que solía duplicarse o triplicarse durante temporada alta. Pero desde que estalló la epidemia y la isla fue declarada reserva zombi, ya nadie vive en ella.
¿Reserva zombi? —Darryl enarcó una ceja.
¡Oh, sí! La Asamblea de la República, con el beneplácito del Parlamento Europeo, declaró hace seis meses la isla de Porto Santo como reserva zombi, para la investigación científica y epidemiológica.
En realidad fue una decisión conjunta de los gobiernos español y portugués —intervino Catherine—. La Eurocámara simplemente se limitó a ratificar la decisión. Aunque oficialmente la isla sigue siendo territorio de la República Portuguesa.
Ya veo. Por una vez los políticos europeos actuasteis con rapidez y decisión.
Catherine Malarde respondió con una sonrisa de significado indescifrable. Darryl Carradine se volvió hacia Andreia.
Entonces… ¿esos que se ven andando junto a la playa…? —preguntó.
Son zombis, sí.
Pero no hay habitantes.
No, claro —Andreia sacudió su preciosa cabecita con una aún más preciosa mueca de perplejidad.
¿Los zombis no se consideran habitantes?
La sonrisa en el perfectamente maquillado rostro de Andreia fue algo más insegura de lo habitual.
¡Oh, no! Según la decisión provisional del Concilio Europeo y de la Junta de la Unión Europea, así como el Protocolo III, cuya adición está sometida a la Convención de Ginebra, los zombis se consideran no-ciudadanos no-muertos con derechos civiles muy restringidos. Aunque la propuesta está pendiente de ratificación por…
¿No-ciudadanos? —preguntó Darryl, torciendo la boca en una nota de cinismo.
A fin de cuentas, están muertos, ¿no te parece? —dijo Catherine.
Sí. Ahora están muertos. Pero antes fueron personas, ¿no? Ciudadanos votantes y contribuyentes con todos sus derechos. ¿No le parece, señorita… Monteiro? —Darryl tuvo que mirar la tarjeta plastificada en la solapa de la chica. Tardó un poco más de lo que aconsejaban las buenas costumbres, pues sus ojos tendían a distraerse con el cercano escote.
Andreia tragó en seco y volvió a iluminar el interior del helicóptero con una de sus sonrisas.
Los zombis no son… personas, señor Carradine —dijo con algo de vacilación.
[…]


Así empieza el primer capítulo de la novela IBERIAN PARK, la respuesta zombi a la crisis.

Una novela única que te permitirá contemplar la realidad en que vives (el sistema monetario) desde una perspectiva diferente.
http://goo.gl/SiQMZG

Y sí, es una novela de zombis. Así que encontrarás tripas y sesos desparramados a mansalva. Y muchas otras cosas más que no te imaginas.

Pincha en la portada de la novela si quieres saber más.

Puedes encontrarla tanto en formato papel como electrónico.