jueves, 19 de mayo de 2016

Las criaturas de Zentar IV (1) — el Oryctolagus carnivorus zentarianus

[…]
La xenobióloga tenía razón. La criatura que había sacudido el corazón de Nicéforo y despertado sus más atávicos temores no era otra cosa que un conejo común y corriente. Uno de esos roedores de largas orejas, cola corta, cuerpo rechoncho y pelo suave que les da ese aspecto de animalito de peluche. El que contemplaba con ojillos oscuros e inteligentes a los cinco humanos sentados alrededor del fuego era de color gris claro, con una graciosa mancha blanca en el lomo.
Atraída por los ademanes de Paula, la criatura se acercó unos metros. Después se paró, tímida y cautelosa. Se sentó sobre sus cuartos traseros y olfateó el aire con su naricilla de largos bigotes.
Ven aquí, conejito. Ven aquí —insistió Paula.
Quizás nos podría servir para la cena de mañana —dijo Nicéforo.
Mira que eres burro, Nifi —le recriminó la xenobióloga.
¡Hombre! Sería una buena adición a nuestra dieta de masa liofilizada —comentó el contramaestre.
Hay que ver como sois —protestó Paula.
Pues yo voy a ver si lo atrapo —dijo Nicéforo, quizás movido por un cierto sentimiento de venganza hacia la tierna criaturita que lo había atemorizado.
El conejo se movió nervioso, pero no huyó ante la aproximación del navegante. Movió las patitas delanteras y agitó el hocico.
Nicéforo alargó la mano despacio y con cautela.
El conejito lo miró con sus ojos de color azabache en los que se reflejaba la luz de las llamas.
La mano se acercó unos pocos centímetros más, casi a punto de tocar la peluda y suave cabecita.
En ese momento, el conejo saltó. Corrió por el brazo de Nicéforo y le clavó los dientes en el cuello.
El alarido de horror que salió de la garganta del navegante retumbó en las montañas que rodeaban el valle.
¡Quitádmelo de encima! ¡Quitádmelo de encima, por favor! Me está devorando —suplicó entre gritos.
Sus compañeros, con los ojos desorbitados por el asombro, acudieron en su auxilio, si bien no con excesiva rapidez.

¡Por los cuernos de Saturno! ¿Qué demonios es ese bicho?
Le está mordiendo en el cuello.
El novato está sangrando.
Hay que sacárselo de encima.
Trata de agarrarlo por ese lado.
Nicéforo, deja de patalear. Así no hay forma.
Sujétale el brazo.
Agárralo por la cabeza.
Tírale de las orejas.
No. Me refiero al conejo.
Nicéforo, estate quieto. Me has dado una patada.
Deja de gritar, maldita sea.
Cógele los brazos.
Ahora, trata de cogerlo.
¡Ay! Me ha arañado.
¡Por todos los agujeros negros! Este bicho tiene garras.
No hay manera de sacarlo.
Tírale de la cola.
Sujetadlo bien. Así no se puede.
Este bicho se agarra como una lapa.
Tira más fuerte.
Por fin, Ron Calahan consiguió asestar un poderoso puñetazo en el costado del conejo. El impacto lo hizo liberar su presa y mandó al animalito a varios metros de su víctima.
La peluda criatura se revolvió en el suelo, enfrentándose a los cinco pasmados humanos. Levantó los belfos, enseñó los colmillos y emitió un hondo y prolongado gruñido. Se dio media vuelta y desapareció en la oscuridad.
¡Por los dioses del abismo! —exclamó Ventura—. Nunca había visto un conejo como ese.
[...]


relinks.me/B015I2F8DS

Fragmento de la novela Historias de la Cucaracha.

Pincha en la portada de la novela si quieres saber más.
Disponible tanto en formato papel como electrónico.







No hay comentarios:

Publicar un comentario