jueves, 5 de mayo de 2016

Bambalinas.1

Te lo aseguro. No hay ninguna experiencia comparable a la de devorar a un ser humano —dijo la mujer, forzando un poco la voz para contrarrestar el zumbido de los rotores.
¿Estás segura? A mí todo esto me sigue pareciendo algo más bien peligroso, por no mencionar un pelín gore —replicó el hombre con cierta inseguridad.
Ella era Catherine Malarde, directora gerente del Fondo Pecuniario Intercontinental, el, según muchos, infame FPI. La sonrisa dibujó arrugas en la comisura de sus ojos y un mechón de níveo cabello onduló sobre su frente. Él era Darryl Carradine, vicepresidente ejecutivo y director de finanzas de Goldmen Sachet Group, la multinacional americana de los grandes negocios y las inversiones ciclópeas.
Darryl se removió en su asiento y se aflojó el apretado nudo de la corbata. Un par de gotitas de sudor brillaron en su frente
¡Vaya! No me esperaba que los de Goldmen Sachet fueseis tan melindrosos —dijo Catherine con risa forzada—. No te preocupes. Yo ya lo he hecho un par de veces. No corres riesgo alguno, te lo puedo garantizar. Créeme, será una experiencia que no olvidarás.
Si tú lo dices —contestó Darryl. Se encogió de hombros y miró al océano a través del cristal de la ventanilla.
El helicóptero, un Eurocopter EC145 pintado de rojo y verde kaki, con el logo de la SECOP en los costados, había despegado apenas unos minutos antes del Aeropuerto Internacional de Madeira. A pesar de ser un modelo utilitario, con capacidad para ocho pasajeros, el helicóptero era confortable y limpio. Además del piloto y copiloto, sólo tres personas ocupaban su interior: Catherine Malarde, Darryl Carradine y Andreia Monteiro.
Andreia, una lisboeta morena y de largas pestañas, representante local de Unbelievable Entertainments Inc., había sido el comité de bienvenida para los dos gerifaltes de las finanzas internacionales, y su guía particular desde su llegada a Madeira, el día anterior, en vuelo directo desde Bruselas. Colgada mediante un clip de la solapa, Andreia lucía una tarjeta plastificada con su foto, su nombre y el logotipo de la empresa para la que trabajaba.
La misión de Andreia era conseguir que la visita de sus dos insignes clientes al archipiélago portugués fuese lo más placentera posible, para lo cual no escatimaba en luminosas sonrisas y diminutos aportes de información intrascendente. El traje falda que llevaba, de color verde oliva, le daba el pertinente aire elegante, servicial y ligeramente coqueto de encantadora azafata de congresos. La falda, justo por encima de la rodilla, la obligaba a sentarse con las piernas juntas e inclinadas hacia un lado, mientras que el botón de la blusa, estratégicamente desabrochado, permitía el delicado atisbo del nacimiento de sus senos. Como mandaba el reglamento interno de la empresa, no llevaba ropa interior, por si acaso resultaba necesario incrementar el grado de confort de alguno de sus clientes. Se alegró de que en este viaje sus invitados fuesen hombre y mujer. Cuando sólo había hombres, las cosas podían cambiar considerablemente. Las felaciones durante el trayecto en helicóptero se habían convertido en una parte no demasiado agradable de su rutina laboral. Al menos esperaba que Catherine Malarde no fuese de esas.
Justo tras el despegue, en un inglés sin apenas acento, Andreia amenizó a sus clientes con una somera historia del Aeropuerto Internacional de Madeira, antes conocido como Aeropuerto de Funchal, y sobre las particularidades del corto vuelo. Como había ocurrido desde que los recibiera a su llegada, la pareja había ignorado a la azafata con elegante displicencia. Esa que sólo es posible observar en aquellas personas acostumbradas a un estatus de poder que las coloca automáticamente por encima de la mayoría de mortales que las rodean. Andreia se sintió aliviada. Parecía que esta vez no tendría que usar el enjuague bucal tras el vuelo.
Apenas quince minutos después del despegue, el helicóptero llegó a su destino: la pequeña isla de Porto Santo, situada 43 km al noreste de la isla principal de Madeira. Andreia proporcionó a sus compañeros de viaje una sucinta explicación sobre la orografía de la isla, el accidentado y montañoso norte y la parte más plana del sur, lo que incluía su maravillosa playa de arena blanca de casi diez kilómetros de largo y que solía ser el principal atractivo turístico de la isla.
Antes de la pandemia, claro.
Las palabras de la empleada de Unbelievable Entertainments Inc. parecieron despertar el interés de los dos pasajeros, que miraron el paisaje insular a sus pies a través de la ventanilla. El sol de la mañana arrancaba destellos blancos de los ribetes de espuma que coronaban las olas.
El piloto del Eurocopter inclinó el aparato ligeramente hacia la derecha y la aeronave enfiló con un suave zumbido la larga playa de arena.
¿Vive alguien en la isla? —preguntó Darryl Carradine, señalando hacia abajo con un dedo de exquisita manicura.
¡Oh, no! Por supuesto que no —replicó Andreia Monteiro con una de sus encantadoras sonrisas. El movimiento de su linda cabeza produjo ondas en su oscuro cabello, brillante y perfectamente acondicionado —. La población de Porto Santo era de unos cinco mil habitantes, que solía duplicarse o triplicarse durante temporada alta. Pero desde que estalló la epidemia y la isla fue declarada reserva zombi, ya nadie vive en ella.
¿Reserva zombi? —Darryl enarcó una ceja.
¡Oh, sí! La Asamblea de la República, con el beneplácito del Parlamento Europeo, declaró hace seis meses la isla de Porto Santo como reserva zombi, para la investigación científica y epidemiológica.
En realidad fue una decisión conjunta de los gobiernos español y portugués —intervino Catherine—. La Eurocámara simplemente se limitó a ratificar la decisión. Aunque oficialmente la isla sigue siendo territorio de la República Portuguesa.
Ya veo. Por una vez los políticos europeos actuasteis con rapidez y decisión.
Catherine Malarde respondió con una sonrisa de significado indescifrable. Darryl Carradine se volvió hacia Andreia.
Entonces… ¿esos que se ven andando junto a la playa…? —preguntó.
Son zombis, sí.
Pero no hay habitantes.
No, claro —Andreia sacudió su preciosa cabecita con una aún más preciosa mueca de perplejidad.
¿Los zombis no se consideran habitantes?
La sonrisa en el perfectamente maquillado rostro de Andreia fue algo más insegura de lo habitual.
¡Oh, no! Según la decisión provisional del Concilio Europeo y de la Junta de la Unión Europea, así como el Protocolo III, cuya adición está sometida a la Convención de Ginebra, los zombis se consideran no-ciudadanos no-muertos con derechos civiles muy restringidos. Aunque la propuesta está pendiente de ratificación por…
¿No-ciudadanos? —preguntó Darryl, torciendo la boca en una nota de cinismo.
A fin de cuentas, están muertos, ¿no te parece? —dijo Catherine.
Sí. Ahora están muertos. Pero antes fueron personas, ¿no? Ciudadanos votantes y contribuyentes con todos sus derechos. ¿No le parece, señorita… Monteiro? —Darryl tuvo que mirar la tarjeta plastificada en la solapa de la chica. Tardó un poco más de lo que aconsejaban las buenas costumbres, pues sus ojos tendían a distraerse con el cercano escote.
Andreia tragó en seco y volvió a iluminar el interior del helicóptero con una de sus sonrisas.
Los zombis no son… personas, señor Carradine —dijo con algo de vacilación.
[…]


Así empieza el primer capítulo de la novela IBERIAN PARK, la respuesta zombi a la crisis.

Una novela única que te permitirá contemplar la realidad en que vives (el sistema monetario) desde una perspectiva diferente.
http://goo.gl/SiQMZG

Y sí, es una novela de zombis. Así que encontrarás tripas y sesos desparramados a mansalva. Y muchas otras cosas más que no te imaginas.

Pincha en la portada de la novela si quieres saber más.

Puedes encontrarla tanto en formato papel como electrónico.

No hay comentarios:

Publicar un comentario