jueves, 7 de julio de 2016

Tránsito Interludio (microrrelato)

El reloj de la estación gritaba en silencio las once y dieciocho, cuando a Lucía se le cayó el alma a los pies. Trastabilló un momento y estuvo a punto de desfallecer, pero logró mantenerse erguida el tiempo suficiente para alcanzar el banco de madera del andén, donde se sentó con abandono.
Exhaló un larguísimo suspiro que la dejó postrada en el banco, desinflada como una marioneta sin hilos y quieta como un fósil vivo. El aire que salió por su boca contenía la poca esperanza que aún le quedaba a Lucía, por eso estaba cargado de diminutas partículas doradas que rielaron en el aire de la estación. Pues la esperanza es de color dorado; esa el la razón por la que tanta gente ambicione el oro, aunque no sepan el porqué.
Ninguno de los pasajeros llegó a ver los fragmentos de la esperanza de Lucía flotando en el aire. Para cuando el reloj de la estación cantó a voz en grito las doce menos tres minutos, ya no quedaba nada de la dorada nubecilla, que se había disuelto entre el polvo de palomas en los caballetes de hierro del techo. Nadie oyó gritar al reloj. Nadie lo oía nunca, quizás porque nadie lo escuchaba. Tan sólo las palomas se sentían atemorizadas de vez en cuando por sus gritos, y se lanzaban presurosas a escabullirse por los tragaluces y ventanucos de la fachada principal.
El reloj de la estación volvió a chillar con todas sus fuerzas la una menos cuarto, pero el sonido de su alarido se ahogó bajo el ruido mecánico del tren de las doce y treinta y seis, que salía con retraso.

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En el vestíbulo de entrada a la estación, había una mujer de ropas tristes y cara mustia que vendía rosas. La última mota dorada de la esperanza de Lucía acabó acurrucándose entre uno de los pétalos. Se salvó.
La mujer que vendía rosas decidió pasear su invisibilidad entre los andenes. Ofreció su mercancía a los pasajeros que subían o bajaban del tren, pero ninguno quiso comprar las lozanas rosas de alegre color rojo. A pesar de que la alegría es roja, como la sangre o el vino, por eso tanta gente los derrama tan a menudo. Quizás los viajeros estaban demasiado ocupados en no escuchar el ensordecedor estruendo de los alaridos del reloj.
Cuando llegó junto al banco de Lucía, la mujer que vendía rosas le ofreció comprar una de ellas.
Lucía levantó la mirada pero no respondió. Volvió a dejar caer el mentón sobre el pecho.
Quizás porque vio en sus ojos el verde de la tristeza, la mujer sacó una rosa de su ramillete y la depositó con suavidad en el banco, junto a Lucía. Después se marchó y volvió a su guardia silenciosa y paciente en el vestíbulo de la estación.
Cuando el reloj aulló las dos y diecisiete, Lucía giró la cabeza y observó con sorpresa a la rosa sentada junto a ella. La cogió con su mano derecha, se la acercó al rostro y aspiró su fragancia con fuerza. La última partícula de esperanza entró de nuevo en su garganta y llenó por completo su pecho, que se volvió dorado y brillante, aunque nadie pudo verlo.
La esperanza en el interior de Lucía creció y empujó con fuerza, hasta que gruesos lagrimones de color azul destilaron la angustia de su cuerpo. Pues la angustia es azulada, por eso tanta gente mira al cielo con sobrecogimiento. Invisibles, las lágrimas azules rodaron por el rostro de Lucía y formaron un charquito luminiscente bajo el banco de madera del andén.
Cuando el reloj de la estación bramaba y rugía las tres y cuarenta y un minutos, Lucía se levantó del banco y caminó hacia las taquillas. Compró un billete de ida y vuelta.  
Subió al expreso de las cinco y veinte. El tren abandonó la estación en el momento en que el reloj gritaba desaforado que el tiempo había cesado de existir justo dos minutos antes, cuando los números de su pantalla digital se apagaron por falta de suministro eléctrico.
A través del cristal de la ventanilla se podía ver la rosa que Lucía aún llevaba en la mano.

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© Juan Nadie, Planeta Tierra, 2016. Obra inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual de Safe Creative (www.safecreative.org) con el número 1007066751302, con fecha de 06 de julio de 2010. Todos los derechos reservados. All rights reserved. Ilustración de la portada: fotomontaje del autor.

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