jueves, 30 de junio de 2016

Gibraltar español y zombi

¿Cómo conseguir que la Roca pase por fin a formar parte de nuestra carpetovetónica piel de toro?  

Muy sencillo: una pandemia zombi lo soluciona todo. 

Pincha en la portada o sique leyendo para abajo y sabrás cómo. 





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Las imágenes de la televisión mostraron la que había sido noticia de la semana en casi todos los medios de comunicación. La primera visita oficial de su Graciosa Majestad, la Muy Honorable Isbela II, de la casa Windchor, Reina del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, a sus dos nuevos territorios de ultramar y nuevos miembros de la Commonwealth: Ceuta y Melilla.

Había sido una de las consecuencias más sorprendentes e insospechadas de la pandemia zombi.

Apenas un mes después de que los primeros casos de infección apareciesen en la Costa del Sol, la oleada zombi llegó a La Línea de la Concepción. Tan pronto como les llegó la noticia, las autoridades gibraltareñas cerraron la verja a cal y canto, levantaron parapetos de apariencia más bien endeble, y se dispusieron a la discreta y rápida evacuación de todos los gobernantes y ciudadanos de cierta relevancia.

El ejecutivo de Philip Pomeron, Primer Ministro del Reino Unido, no perdió el tiempo en convocar al embajador español en Londres a una reunión de máxima urgencia. Veintiocho minutos más tarde, Bibiano Godoy, presidente del Gobierno de España, tomaba un jet privado a Londres en compañía del ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación.

La ceremonia oficial y la firma de los acuerdos se celebraron al día siguiente ante las cámaras de televisión, con todo el boato, bambolla y profusión de sonrisas falsas que la ocasión merecía.

El gobierno de su Graciosa Majestad Isbela II, cedía, total e incondicionalmente, la soberanía del Peñón al gobierno de España.

Y el gobierno español aceptó encantado y sonriente. Incluso la propia Isbela II y el mismísimo José Javier I de Borrón, monarca de las Españas, hicieron presencia con su habitual pose de momias acartonadas para que los fotógrafos registrasen tan histórico momento.

Trescientos años desde el Tratado de Utrecht. Trescientos años de tira y afloja entre España y la Gran Bretaña, con aperturas y cerrojazos varios a la verja, continuos rifirrafes entre la Royal Gibraltar Police y la Guardia Civil, con algún que otro pescador de Algeciras y más de un traficante de esos de lancha motora y luz de luna pillados de por medio.

Y fueron los zombis los que consiguieron que Gibraltar, por fin, fuese español.

Los llanitos, que en su gran mayoría fueron abandonados por aquellos a los que habían confiado su gobierno, no pudieron hacer mucho más que acordarse de todos los antepasados de los miembros del gobierno de la Gran Bretaña y de su Graciosa Majestad. Eso y morir.

Pues tres horas después de la firma del histórico acuerdo, el otrora orgulloso «The Rock» voló en pedazos.

Las imágenes del Peñón saltando por los aires se repitieron en las cadenas de televisión de todo el mundo casi tanto como la caída de las Torres Gemelas de Nueva York.

Desde la II Guerra Mundial, el interior del Peñón de Gibraltar estaba profusamente horadado por una amplia red de túneles y galerías, enormes pasadizos y salas que en su momento se diseñaron para albergar quirófanos de campaña, hospitales, cocinas, comedores, barracones, almacenes, centrales de electricidad y todo lo necesario para sobrevivir en el interior de la roca durante varios meses. Según los expertos, en los túneles del Peñón podían alojarse durante medio año toda la población de Gibraltar, y de la vecina La Línea de la Concepción, sin sufrir ningún problema de abastecimiento.

Justo tras la evacuación de los gobernantes y dignatarios gibraltareños, efectivos del MI6 atiborraron los túneles de la roca con PE4, un explosivo militar de alta potencia con similares características al C-4. Tan pronto como el suelo de Gibraltar pasó a ser de nacionalidad española, apretaron el botón.


Las leyendas luego contarían que fragmentos de la Roca aparecieron en Tánger, e incluso en Tetuán.

Los llanitos que sobrevivieron a la explosión, fueron devorados por los zombis.

El macaco de Gibraltar, el único primate salvaje, además del ser humano y los zombis, que todavía se encontraba en libertad en Europa, pasó a la historia.

Pero la mayor sorpresa radicó en la segunda parte del tratado firmado a toda prisa entre España y El Reino Unido.

Agradecidas por la generosa cesión del Peñón al pueblo español, las Cortes Generales, reunidas con carácter extraordinario y con casi total unanimidad, acordaron corresponder al pueblo inglés con un gesto no menos generoso y magnánimo. Cedieron a Gran Bretaña las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla. El ejecutivo de Philip Pomeron no se hizo de rogar. El pueblo británico, en las personas de sus representantes, aceptó encantado. De esa manera, los ingleses según manteniendo un importante control sobre el tráfico marino del Estrecho, así como de las comunicaciones entre el mar Mediterráneo y el océano Atlántico, en sentido este-oeste, y entre Europa y África, en sentido norte-sur. Por otra parte, el carácter de puerto franco de las dos ex ciudades autónomas, que los británicos se apresuraron en ratificar, ofrecía una serie de ventajas fiscales y comerciales que las hicieron irresistibles para los dirigentes de la pérfida Albión.

El rey de Marruecos hizo llamar de inmediato de vuelta a Rabat a su embajador en Madrid. Medios de comunicación no demasiado afines al régimen marroquí declararon que el monarca alauí lanzó maldiciones que hicieron temblar los mismísimos cimientos del Corán. En los medios oficiales, el rey de Marruecos se limitó a calificar a los españoles y a los británicos como unos bastardos, traidores, hijos de una camella sarnosa.

Entre el asunto de Ceuta y Melilla, y la amenaza de que la pandemia zombi se extendiese al norte de África, las relaciones diplomáticas entre España y Marruecos se deterioraron enormemente. Los respectivos monarcas de ambos países incluso llegaron a cancelar un programado safari de caza al Serengueti, en busca de alguna inusual y endémica especie de antílope de cuernos en espiral.

Como no fue sorpresa para nadie, los que se llevaron la peor parte fueron los ciudadanos españoles y marroquíes.


Para proteger la integridad sanitaria de su territorio, la Marina Real Marroquí mandó la mayor parte de sus naves a las aguas del Estrecho. La British Army, que desde hace siglos navegaba por esas aguas, incrementó considerablemente sus efectivos para proteger a sus recién adquiridas posesiones africanas. La Armada Española mandó una fragata FFG, dos patrulleras P40 y uno de los submarinos clase galerna. A ello se sumaron varios cruceros y destructores de la Sexta Flota de la Armada de los Estados Unidos, en su calidad de fuerzas de paz.

Nunca, desde los tiempos de las Guerras Púnicas, las aguas del Estrecho y el mar de Alborán, habían estado tan profusamente transitadas por navíos militares.

A pesar de que no hubo especial coordinación entre las distintas fuerzas armadas, todas se dedicaron con eficacia al mismo objetivo: abatir cualquier embarcación no militar o no identificada que intentase abandonar las costas de Andalucía y el Algarve. 

Barcas a remos, lanchas motoras, lanchas zodiac, veleros, yates de recreo, barcos de pescadores, incluso hidropedales y tablas de windsurfing. Y pateras. Sobre todo, pateras. Esas barcas miserables y atiborradas de sueños y desgracias siempre habían viajado en la misma dirección: de sur a norte. Ahora lo hacían en dirección contraria, aunque con la misma desesperación.

No sirvió de mucho. Todo artilugio flotante que llevase a bordo personas, fue hundido de forma inmisericorde.


La mayoría eran andaluces que trataban de escapar de la horrenda pesadilla que se les echaba encima y había destrozado sus vidas. Pero también había turistas de todas partes del mundo a los que sus vacaciones de sol y playa se les habían transmutado en un infierno de vísceras sangrantes. Y también había muchos marroquíes, que vivían y trabajaban en el sur de España, y que intentaron desesperadamente cruzar las aguas para volver con sus seres queridos.

Ninguno llegó a la orilla norteafricana. Al menos eso es lo que dijeron los informes oficiales.

La operación fue calificada por los medios afines a los distintos gobiernos implicados como de un rotundo éxito.
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