¿Cómo
sería una religión basada en los zombis?
La
historia de Santa Ágata de los Zombis te lo cuenta.
Aquí tienes la
tercera parte y conclusión de este inusual relato.
Si
quierer ler la primera parte,
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quieres leer la segunda parte,
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Religiosidad
zombi (3)
Dos días más
tarde, a Ágata le dieron el alta en el hospital provisional de
campaña de Almuradiel. José Manuel Tejada presentó su dimisión
fulminante e irrevocable, y su renuncia a seguir siendo miembro del
ejército. Al principio, sus superiores sopesaron la posibilidad de
encarcelarlo por intento de deserción, pero luego lo dejaron ir. El
cabo primero no había destacado por su particular brillantez durante
su carrera castrense, así que pensaron que el ejército tampoco
perdía nada en ello. Lo dejaron marchar.
Apenas una
semana más tarde, aparecía en los telediarios las primeras imágenes
de uno de los multitudinarios sermones del hermano Tejada. Micrófono
en mano, con el rostro arrebolado de pasión religiosa, arengaba a
las masas que se habían acercado a escucharle. Sobre el improvisado
escenario, sentada en una silla de incómodo respaldo, impolutamente
vestida de blanco, con su cara triste de muñeca rota y perdida en su
eterno silencio, estaba Santa Ágata. A sus pies, en una protectora
urna de cristal blindado, el incorrupto brazo zombi de la madre de la
santa abría y cerraba los dedos sin cesar.
Como supuesto
portavoz de la santa, el hermano Tejada insistía en cada sermón que
su labor era meramente la de traducir el mensaje. Nunca aclaró, sin
embargo, cómo una niña muda le transmitía el divino mensaje a él.
Tampoco es que el mensaje fuese de una claridad diamantina. Variaba
según los sermones, pero en general parecía ser una mezcolanza, no
demasiado bien hilvanada, de mensajes apocalípticos de fin de
milenio y exhortaciones a la salvación a través de la adoración de
la santa. Eso no fue óbice, sin embargo, a que la Asociación de
Fieles Oradores del Fin de los Tiempos de Santa Ágata de los Zombis
alcanzase pronto un número de fieles que se contaba por millares.
Las réplicas en plástico, fabricadas en China, del brazo incorrupto
y móvil de la madre de la santa se vendieron como rosquillas. La
Asociación pronto tuvo que contratar a abogados y asesores fiscales
para administrar las cada vez mayores cantidades de euros que le
llegaba gracias a la fe de sus seguidores.
Poco tiempo
después, Santa Ágata de los Zombis fue encontrada muerta en oscuro
callejón de Tarragona, cerca de la zona del puerto. Ágata, junto
con el hermano Tejada y el círculo más cercano de seguidores,
habían llegado la noche anterior a la ciudad, que sería el primer
punto de la serie de sermones y apariciones en público que
constituirían la gira catalana de la santa.
Durante una
semana o así, la muerte de Santa Ágata fue una de las noticias
principales en los medios. Según datos filtrados desde las oficinas
de la policía científica, el cuerpo presentó señales de
violencia, incluyendo marcas de estrangulamiento y fractura craneal
múltiple, el himen desgarrado y restos de semen en la vagina.
No se hicieron
acusaciones contra nadie, sin embargo.
Los detractores
de la Asociación culparon al hermano Tejada de lo ocurrido. Incluso
lo señalaron como autor de los hechos. Llegaron a difundir el bulo
de que la había matado porque la niña por fin se había recuperado
del shock de su traumática experiencia y había empezado a hablar.
La mayoría de sus seguidores, sin embargo, vieron en su muerte el
tercer y claro signo de su conexión divina. Una santa tan santa como
Santa Ágata no podía ser menos que llamada a los cielos por
voluntad de Nuestro Señor.
Convertida su
santa en mártir, la Asociación de Fieles Oradores del Fin de los
Tiempos de Santa Ágata de los Zombis creció como la espuma.
El hermano
Tejada empezó a realizar vuelos con regularidad a Suiza y al Caribe.
El caso de
Santa Ágata fue quizás el más popular y multitudinario de todos
los movimientos religiosos que surgieron a raíz de la pandemia
zombi.
Pero no fue el
único.
De hecho, la
adoración de reliquias zombis, es decir, fragmentos corporales de
no-ciudadanos no-muertos, empezó a convertirse en un fenómeno tan
popular, que las autoridades, seglares y eclesiásticas, tuvieron que
tomar cartas en el asunto.
La mayoría de
dichas reliquias no eran más que trozos de plástico; cabezas,
brazos, manos y piernas que trataban de imitar la carne grisácea,
con aspecto de cera podrida, de los zombis. Pero otras eran reales.
Traídas no se sabía cómo, ni cuándo ni por quién desde el
territorio infectado. Ninguno de sus portadores, sin embargo, parecía
disfrutar de la inmunidad de Santa Ágata. Fueron muchos los que se
infectaron por el manejo de trozos de zombi sin seguir las rigurosas
especificaciones y protocolos del Código Técnico de la
Zombificación. En todos los casos, tan pronto como la infección era
detectada, una brigada especial de la Guardia Civil y del Ejército,
creada ex profeso para tal fin, se personificaba en el domicilio del
infectado. Tanto él, las personas que estuviesen en su proximidad en
ese momento, o lo hubiesen estado en las horas cercanas a la
infección, así como la reliquia zombi causante de todo el problema,
eran eficaz y oportunamente troceadas, amontonadas en un espacio
despejado, rociadas con gasóleo y quemadas hasta su total
combustión.
En general, la
pandemia zombi supuso una revitalización del sentimiento religioso
en la piel de toro, algo venido a menos en las últimas décadas de
laicismo y materialismo consumista. Incluso se observó un repunto de
las vocaciones sacerdotales. Iglesias donde antes sólo iba un puñado
de viejas beatas, que revoloteaban como cuervos alrededor de su
párroco favorito, empezaron a llenarse de gente de todas las edades
y condiciones.
Pero tampoco
era bueno dejar que toda esa pasión religiosa, ese sentimiento
fervoroso, ese estremecer de la fe, ocurriese sin ton ni son, sin la
adecuada dirección y encauzamiento de los líderes adecuados. Sobre
todo, porque cosas como la adoración de reliquias zombis podía
derivar muy fácilmente en desviaciones cuasi-heréticas de la
ortodoxia aceptada y establecida.
La Conferencia
Episcopal Española no tardó en dejar claras sus posiciones al
respecto.
—La adoración
de fragmentos zombificados de personas no es algo visto con buenos
ojos en el seno de nuestra Santa Madre Iglesia, aunque tampoco lo
condenamos de facto. Hasta que el Concilio Vaticano III no se
pronuncie al respecto, lo mejor que podemos hacer es rezar. Pero
aconsejamos precaución —dijo monseñor Benito María Trocco
Paella, arzobispo de la archidiócesis de Madrid y presidente de la
Conferencia Episcopal
—El
matrimonio católico con un no-ciudadano no-muerto es algo que en
principio no podemos aprobar —dijo monseñor Trocco en otra de sus
intervenciones públicas—, por la imposibilidad de llevar a su
término la sagrada función reproductora del matrimonio. Aunque si
la zombificación de uno de los cónyuges se produjo después del
santo sacramento, el matrimonio sigue siendo válido.
—Nuestra
Santa Madre Iglesia sigue oponiéndose con toda firmeza al abominable
crimen del aborto, aun cuando el proceso de zombificación se haya
culminado en la madre, en el feto o en ambos —comunicó Trocco
Paella a su feligresía.
—Todo
católico y cristiano sigue siendo católico después del proceso de
zombificación. La zombificación no es razón suficiente para la
excomunión del desafortunado feligrés —dijo monseñor más de una
vez.
Gracias a las
rápidas y eficaces diligencias de la Conferencia Episcopal Española,
el Papa de Roma no tardó en visitar nuestro país una vez controlada
la infección.
Agustino I, el
poco más de seis meses antes nombrado obispo de Roma, el anterior
papa presentó su dimisión para sorpresa de toda la cristiandad,
vino con todo su séquito a una de las secciones del muro donde los
trabajos estaban más avanzados.
En su lado
norte, desde luego.
El vicario de
Cristo dio la bendición urbi
et orbi a la
construcción y a sus bravos constructores. También declaró frente
a las cámaras de medio mundo, y junto a todos los dirigentes y
dignatarios que lo acompañaban, que la pandemia zombi no podía ser
otra cosa que una señal de los cielos. Un claro mensaje de Dios de
que algo no iba del todo bien en el mundo. Que teníamos que volver a
los sagrados valores defendidos durante milenios por nuestra Santa
Madre Iglesia.
Además,
prometió el pronto inicio del proceso de beatificación de Santa
Ágata de los Zombis, lo que hizo que sus índices de popularidad
subieran unos puntos nada despreciables. Por último, declaró que
España y Portugal, a pesar del dolor sufrido, debían considerarse
países afortunados. Pues habían sido los pueblos elegidos por el
Altísimo como receptores de su mensaje.
No todos
estuvieron de acuerdo con las palabras del Santo Padre.
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