jueves, 2 de febrero de 2017

Religiosidad Zombi (parte 3 de 3)

¿Cómo sería una religión basada en los zombis?

La historia de Santa Ágata de los Zombis te lo cuenta.
Aquí tienes la tercera parte y conclusión de este inusual relato. 
 
Si quierer ler la primera parte, pincha aquí. 
 
Si quieres leer la segunda parte, pincha aquí. 

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Religiosidad zombi (3)


Dos días más tarde, a Ágata le dieron el alta en el hospital provisional de campaña de Almuradiel. José Manuel Tejada presentó su dimisión fulminante e irrevocable, y su renuncia a seguir siendo miembro del ejército. Al principio, sus superiores sopesaron la posibilidad de encarcelarlo por intento de deserción, pero luego lo dejaron ir. El cabo primero no había destacado por su particular brillantez durante su carrera castrense, así que pensaron que el ejército tampoco perdía nada en ello. Lo dejaron marchar.

Apenas una semana más tarde, aparecía en los telediarios las primeras imágenes de uno de los multitudinarios sermones del hermano Tejada. Micrófono en mano, con el rostro arrebolado de pasión religiosa, arengaba a las masas que se habían acercado a escucharle. Sobre el improvisado escenario, sentada en una silla de incómodo respaldo, impolutamente vestida de blanco, con su cara triste de muñeca rota y perdida en su eterno silencio, estaba Santa Ágata. A sus pies, en una protectora urna de cristal blindado, el incorrupto brazo zombi de la madre de la santa abría y cerraba los dedos sin cesar.

Como supuesto portavoz de la santa, el hermano Tejada insistía en cada sermón que su labor era meramente la de traducir el mensaje. Nunca aclaró, sin embargo, cómo una niña muda le transmitía el divino mensaje a él. Tampoco es que el mensaje fuese de una claridad diamantina. Variaba según los sermones, pero en general parecía ser una mezcolanza, no demasiado bien hilvanada, de mensajes apocalípticos de fin de milenio y exhortaciones a la salvación a través de la adoración de la santa. Eso no fue óbice, sin embargo, a que la Asociación de Fieles Oradores del Fin de los Tiempos de Santa Ágata de los Zombis alcanzase pronto un número de fieles que se contaba por millares. Las réplicas en plástico, fabricadas en China, del brazo incorrupto y móvil de la madre de la santa se vendieron como rosquillas. La Asociación pronto tuvo que contratar a abogados y asesores fiscales para administrar las cada vez mayores cantidades de euros que le llegaba gracias a la fe de sus seguidores.

Poco tiempo después, Santa Ágata de los Zombis fue encontrada muerta en oscuro callejón de Tarragona, cerca de la zona del puerto. Ágata, junto con el hermano Tejada y el círculo más cercano de seguidores, habían llegado la noche anterior a la ciudad, que sería el primer punto de la serie de sermones y apariciones en público que constituirían la gira catalana de la santa.
Durante una semana o así, la muerte de Santa Ágata fue una de las noticias principales en los medios. Según datos filtrados desde las oficinas de la policía científica, el cuerpo presentó señales de violencia, incluyendo marcas de estrangulamiento y fractura craneal múltiple, el himen desgarrado y restos de semen en la vagina.

No se hicieron acusaciones contra nadie, sin embargo.

Los detractores de la Asociación culparon al hermano Tejada de lo ocurrido. Incluso lo señalaron como autor de los hechos. Llegaron a difundir el bulo de que la había matado porque la niña por fin se había recuperado del shock de su traumática experiencia y había empezado a hablar. La mayoría de sus seguidores, sin embargo, vieron en su muerte el tercer y claro signo de su conexión divina. Una santa tan santa como Santa Ágata no podía ser menos que llamada a los cielos por voluntad de Nuestro Señor.

Convertida su santa en mártir, la Asociación de Fieles Oradores del Fin de los Tiempos de Santa Ágata de los Zombis creció como la espuma.


El hermano Tejada empezó a realizar vuelos con regularidad a Suiza y al Caribe.

El caso de Santa Ágata fue quizás el más popular y multitudinario de todos los movimientos religiosos que surgieron a raíz de la pandemia zombi.

Pero no fue el único.

De hecho, la adoración de reliquias zombis, es decir, fragmentos corporales de no-ciudadanos no-muertos, empezó a convertirse en un fenómeno tan popular, que las autoridades, seglares y eclesiásticas, tuvieron que tomar cartas en el asunto.

La mayoría de dichas reliquias no eran más que trozos de plástico; cabezas, brazos, manos y piernas que trataban de imitar la carne grisácea, con aspecto de cera podrida, de los zombis. Pero otras eran reales. Traídas no se sabía cómo, ni cuándo ni por quién desde el territorio infectado. Ninguno de sus portadores, sin embargo, parecía disfrutar de la inmunidad de Santa Ágata. Fueron muchos los que se infectaron por el manejo de trozos de zombi sin seguir las rigurosas especificaciones y protocolos del Código Técnico de la Zombificación. En todos los casos, tan pronto como la infección era detectada, una brigada especial de la Guardia Civil y del Ejército, creada ex profeso para tal fin, se personificaba en el domicilio del infectado. Tanto él, las personas que estuviesen en su proximidad en ese momento, o lo hubiesen estado en las horas cercanas a la infección, así como la reliquia zombi causante de todo el problema, eran eficaz y oportunamente troceadas, amontonadas en un espacio despejado, rociadas con gasóleo y quemadas hasta su total combustión.

En general, la pandemia zombi supuso una revitalización del sentimiento religioso en la piel de toro, algo venido a menos en las últimas décadas de laicismo y materialismo consumista. Incluso se observó un repunto de las vocaciones sacerdotales. Iglesias donde antes sólo iba un puñado de viejas beatas, que revoloteaban como cuervos alrededor de su párroco favorito, empezaron a llenarse de gente de todas las edades y condiciones.

Pero tampoco era bueno dejar que toda esa pasión religiosa, ese sentimiento fervoroso, ese estremecer de la fe, ocurriese sin ton ni son, sin la adecuada dirección y encauzamiento de los líderes adecuados. Sobre todo, porque cosas como la adoración de reliquias zombis podía derivar muy fácilmente en desviaciones cuasi-heréticas de la ortodoxia aceptada y establecida.

La Conferencia Episcopal Española no tardó en dejar claras sus posiciones al respecto.

La adoración de fragmentos zombificados de personas no es algo visto con buenos ojos en el seno de nuestra Santa Madre Iglesia, aunque tampoco lo condenamos de facto. Hasta que el Concilio Vaticano III no se pronuncie al respecto, lo mejor que podemos hacer es rezar. Pero aconsejamos precaución —dijo monseñor Benito María Trocco Paella, arzobispo de la archidiócesis de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal

El matrimonio católico con un no-ciudadano no-muerto es algo que en principio no podemos aprobar —dijo monseñor Trocco en otra de sus intervenciones públicas—, por la imposibilidad de llevar a su término la sagrada función reproductora del matrimonio. Aunque si la zombificación de uno de los cónyuges se produjo después del santo sacramento, el matrimonio sigue siendo válido.

Nuestra Santa Madre Iglesia sigue oponiéndose con toda firmeza al abominable crimen del aborto, aun cuando el proceso de zombificación se haya culminado en la madre, en el feto o en ambos —comunicó Trocco Paella a su feligresía.

Todo católico y cristiano sigue siendo católico después del proceso de zombificación. La zombificación no es razón suficiente para la excomunión del desafortunado feligrés —dijo monseñor más de una vez.

Gracias a las rápidas y eficaces diligencias de la Conferencia Episcopal Española, el Papa de Roma no tardó en visitar nuestro país una vez controlada la infección.

Agustino I, el poco más de seis meses antes nombrado obispo de Roma, el anterior papa presentó su dimisión para sorpresa de toda la cristiandad, vino con todo su séquito a una de las secciones del muro donde los trabajos estaban más avanzados.

En su lado norte, desde luego.

El vicario de Cristo dio la bendición urbi et orbi a la construcción y a sus bravos constructores. También declaró frente a las cámaras de medio mundo, y junto a todos los dirigentes y dignatarios que lo acompañaban, que la pandemia zombi no podía ser otra cosa que una señal de los cielos. Un claro mensaje de Dios de que algo no iba del todo bien en el mundo. Que teníamos que volver a los sagrados valores defendidos durante milenios por nuestra Santa Madre Iglesia.

Además, prometió el pronto inicio del proceso de beatificación de Santa Ágata de los Zombis, lo que hizo que sus índices de popularidad subieran unos puntos nada despreciables. Por último, declaró que España y Portugal, a pesar del dolor sufrido, debían considerarse países afortunados. Pues habían sido los pueblos elegidos por el Altísimo como receptores de su mensaje.

No todos estuvieron de acuerdo con las palabras del Santo Padre.

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