Las
sirenas atraen con su canto y sus voluptuosas promesas a los marineros
que surcan los siete mares, abocándolos a un fatal destino.
Pero no todos los mares son iguales, ni las sirenas aparecen siempre donde cuentan las viejas historias.
El grupo de soldados al mando del teniente Herrero, envueltos en una guerra que no es la suya, acabarán por descubrirlo.
Noveno y último capítulo de esta noveleta de terror bélico.
Capítulos anteriores:
Capítulo I.
Capítulo II.
Capítulo III.
Capítulo IV.
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo II.
Capítulo III.
Capítulo IV.
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
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Capítulo 9
En una oficina del Palacio de la Moncloa, alrededor de
un magnífico escritorio de caoba tallada, se sentaban tres hombres. Uno era el
presidente del Gobierno. Otro el ministro de Defensa. El tercero era el JEME,
el Jefe de Estado Mayor del Ejército de Tierra, un militar en uniforme de gala.
Lucía las divisas de General del Ejército en las hombreras y llevaba la pechera
abarrotada de medallas y condecoraciones.
—Acabo de leer el resumen del informe del capitán
Alcántara, general —dijo el presidente del Gobierno—. Pero hay cosas que no
acabo de entender.
—Nosotros tampoco, señor presidente —respondió el
general.
—Toda la información que tenemos está en ese informe —terció
el ministro de defensa. Señaló con la barbilla al legajo de papeles sobre la
mesa—. Todo lo demás es pura especulación.
—¿Qué es lo que pasó, general? —preguntó el
presidente.
—En realidad no lo sabemos, señor presidente. Como
bien ha dicho el señor ministro, los datos son pocos y la especulación mucha.
Por lo que sabemos, la misión asignada a la sección del teniente Herrero fue
ejecutada con éxito y en el plazo previsto. Tras la misma, tenían que volver a
la base, el campamento Red Fox de la vigésimo
cuarta División de Infantería americana, de la que salieron vía transporte
aéreo unos días antes. La vuelta a la base debía realizarse por tierra, a
través de una zona desértica y deshabitada, con lo que se evitaba así que se
encontrasen tanto con habitantes locales como con algún contingente aliado. Daban
un gran rodeo, pero era necesario dado el carácter de la misión, señor
presidente.
—Pero nunca regresaron —afirmó el presidente por lo
bajo.
—No. No llegaron a alcanzar la base. Cinco días
después del esperado regreso del teniente Herrero y su unidad, y sin haber
conseguido ningún tipo de contacto por radio, el alto mando decidió mandar en su
busca al capitán Alcántara al mando de la mitad de su compañía, también
estacionada en la base Red Fox. Siguiendo
la señal del localizador GPS, encontraron a la sección del teniente Herrero, o
lo que quedaba de ella.
—¿Lo que quedaba de ella? —el presidente enarcó las
cejas.
—Sólo encontraron uno de los BMR que fueron enviados
en la misión. Estaba abandonado en el fondo de una pequeña hondonada, en una
región de dunas móviles, a unos sesenta kilómetros al suroeste de la base. Ni
rastro de Herrero ni de sus hombres. Alcántara y su unidad buscaron en varios
kilómetros a la redonda, pero no encontraron nada. La arena y el viento habían
borrado cualquier posible huella que nos diese una pista de lo que había
ocurrido allí —explicó el general.
—¿Ningún rastro?
—Apenas. No había casquillos de bala, huellas de
impactos en el vehículo o señal alguna que indicase algún tipo de
confrontación. Tan sólo encontraron una chaqueta de uniforme, perteneciente al
brigada Ramírez, desgarrada y manchada de sangre. Además… en la puerta trasera
del BMR se había quedado una bota enganchada, una bota del ejército español. En
el interior de la bota había un pie. Había sido seccionado a la altura del
tobillo. El hueso estaba astillado y la carne desgarrada. No era el corte que
se hubiese hecho con algún tipo de arma blanca. No sabemos a quién pertenecía
ese pie.
—¡Qué horror! —exclamó el presidente.
—Alcántara y sus hombres —intervino el ministro—
tomaron fotos del lugar, recogieron los restos y volvieron con el BMR
abandonado a la base americana.
—¿Qué hay de los otros vehículos que participaron en
la misión? —preguntó el presidente.
—No lo sabemos, señor presidente —respondió el general—.
Por la posición del vehículo encontrado, parece que Herrero y sus hombres se
desviaron muchos kilómetros de la ruta señalada para retornar a la base. Tampoco
sabemos por qué lo hicieron, pero unos días antes hubo una fuerte tormenta en
el desierto, lo que pudo obligarles a desviar su camino. Pero de nuevo sólo
podemos especular.
—¿Qué es esto del Mayor Smith?
—Apenas una hora después de que el capitán Alcántara y
sus hombres regresaran a la base Red Fox,
se recibió una llamada de la base de mando del mismísimo general Schwarzkopf. Veinte
minutos más tarde se presentó en el campamento un tal mayor Smith, con
insignias de la infantería americana, al frente de un grupo de supuestos
ingenieros militares. Requisaron las fotos tomadas por Alcántara, el BMR y los
restos. No pudimos negarnos. A fin de cuentas, los americanos están al mando en
esta guerra.
—Pero Alcántara menciona en su informe que se sintió
muy extrañado por la presencia del mayor Smith y sus hombres. Incluso indica sus
dudas sobre si eran o no militares de verdad —comentó el presidente.
—Hombres de la CIA o la NSA, seguro —intervino el ministro
de Defensa.
El general asintió con gravedad.
El presidente guardó un fruncido silencio durante unos
instantes.
—¿Qué se les ha comunicado a las familias de Herrero y
sus hombres? —preguntó.
—Lo habitual en estos casos —replicó el general—. Que lamentamos
comunicarles que sus familiares han sido víctimas de un accidente mientras
transportaban pertrechos, que han muerto como valientes en acto de servicio a
la patria, pero que los cuerpos han resultado terriblemente mutilados, por lo
que se les enviarán las cenizas de sus restos tras la cremación.
—¿La prensa?
—Tres cuartos de lo mismo —respondió el ministro.
—¿De dónde han sacado esas cenizas?
—¡Oh! Cerdos y ovejas incinerados —explicó el ministro—.
Es el procedimiento estándar.
Durante unos segundos, el presidente del Gobierno
meditó en silencio, el rostro sombrío y la mirada fija en algún punto de la
gruesa moqueta.
—Entonces, dígame, general —preguntó al cabo—. ¿Cuál
es la conclusión que podemos sacar de todo esto?
—La misma que antes de empezar esta guerra, señor
presidente —contestó el general sin el menor titubeo en la voz—. La misión del
teniente Herrero nunca existió.
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© Juan Nadie, Planeta Tierra, 2017.
Obra inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual de Safe Creative (www.safecreative.org) con el número 0811091272760, con fecha de 9 de noviembre de 2008.
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Ilustración de la portada: fotomontaje del autor.
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