Son sólo maneras de hablar, de quejarse, de protestar
y de manifestar la propia estupidez.
Pero… ¿y si algún día fuese posible de verdad?
¿Si nuestros genitales tuviesen, gracias a los
adelantos de la ciencia, la suficiente autonomía
para vivir sus vidas y no darnos tanto la tabarra?
El futuro sexual de la humanidad es tan incierto como
cualquier otro futuro.
Por fortuna, la ciencia ficción sicalíptica nos
permite echar un vistazo a ese futuro y contestar a esas preguntas que nos
acucian.
Un nuevo relato sicalíptico de Rebeca Rader, el álter
ego femenino, impúdico y rijoso de Juan Nadie.
Pincha en la portada y podrás poseerlo, TOTALMENTE GRATIS, en formato PDF.
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DISEÑO
MODULAR
Robert Bishop se inclinó sobre los mandos de la consola en el pequeño
habitáculo que constituía su puesto de guardia. Todo estaba en orden. Los
indicadores titilaban en color verde pálido y los gráficos fluctuaban dentro de
los parámetros normales. Miró la pantalla de su terminal. Aún le quedaban
varias horas de guardia. Se recostó hacia atrás en el asiento y estiró
mandíbulas y músculos faciales en un gigantesco bostezo.
Los turnos de guardia siempre eran aburridos. Y eso era bueno. Cuando
no eran aburridos, sólo había una alternativa: algo había roto la plácida
monotonía. Por lo general, ese algo no era nada bueno. Mejor tener una larga y
tediosa guardia que tener que solucionar emergencias y acabar perdido en
lamentaciones. Además, su puesto de guardia no era de los principales. De eso
se encargaba la oficialidad de la nave. Como ingeniero de tercera a bordo de la
Solaris69, sus funciones de vigilancia se limitaban a monitorizar los sistemas
auxiliares de mantenimiento y soporte vital en dos de las dieciséis cubiertas de
la nave. Era un trabajo fácil. Aburrido, pero fácil. Y eso era bueno. A Robert
el aburrimiento no le molestaba. Lo prefería mil veces a la dificultad. Se
sentía cómodo con él. Además, eso ayudaba a no perder la chaveta. El tedio era
parte consustancial de la vida en la Solaris69, una nave de prospección minera
interestelar que orbitaba alrededor de Rea, una de las lunas de Saturno.
Con un chasquido mitad metálico mitad plástico, el pene de Robert
Bishop se desprendió de su entrepierna y cayó al suelo. Aterrizó con un
golpecito almohadillado sobre los testículos y se mantuvo erguido, la erección
a su máxima capacidad y el glande hinchado y oscuro como un fresón algo pasado.
De la base del pene surgieron unos apéndices articulados, como los
tentaculitos de un pulpo biónico, sobre los que el miembro viril se incorporó y
echó a andar. Salió de debajo del asiento y se encaminó hacia la escotilla de
salida del puesto de guardia.
A mitad de camino, se giró y miró a Robert Bishop.
—¿A dónde vas? —preguntó Robert.
—A la cubierta tres —contestó el pene.
—¿Qué vas a hacer allí?
—He quedado en comunicaciones con la vagina de la teniente Salazar,
¿vale?
¡Vaya!, se dijo Robert, a este pene mío no le faltan ínfulas, no
señor. Qué bien se lo monta el muy cabrón. Nada menos que Lilya Salazar, la
preciosa teniente de comunicaciones. Una rubia de piel de marfil y tetas del
tamaño de la escafandra de un traje espacial. De hecho, se decía que el traje
de la teniente había tenido que ser modificado para dar cabida a su generosidad
mamaria. Que Robert recordase, sólo había cruzado un par de rápidos saludos con
Lilya durante todo el tiempo que llevaban compartiendo el espacio vital de la
Solaris69. Lilya le gustaba bastante. Era muy atractiva. Varias veces había
visto a la vagina de la teniente andando por los pasillos de la nave. Claro que
nunca estaba seguro si se trataba del coño de Lilya Salazar o el de Rita Puk,
la geofísica de la cubierta siete. Otra tetona con la que apenas había hablado.
También le gustaba Rita, era muy resultona.
—¿Tardarás mucho? —volvió a preguntar Robert.
—En un par de horas estaré de vuelta —dijo el pene.
—¿Y si tengo que hacer pis?
—Pues te aguantas. Hoy he quedado.
—Vale. Pero ven aquí primero, no vayas directamente al camarote.
—OK, jefe. Hasta la vista.
El pene se giró sobre sus apéndices articulados y salió de la pequeña
estancia. Los testículos se trabaron un momento sobre el borde inferior de la
escotilla.
Robert Bishop volvió a poner su atención sobre los indicadores de la
consola de control, no sin antes cerrarse la bragueta. En la entrepierna de
Robert sólo quedó un círculo plano de aspecto metálico y brillante, con bordes
algo más oscuros, donde se localizaban las clavijas de sujeción. El centro del
disco estaba surcado por una infinidad de circuitos electrónicos que permitían
el intercambio de información entre él y sus genitales.
Esta polla mía está siempre pensando en lo mismo, se dijo Robert.
Claro que es lo que se espera. A fin de cuentas, un pene es un pene y está para
lo que está. La fuga y tocata de su miembro viril no le sorprendió. Ya llevaba
un rato notándolo crecer bajo sus pantalones. Cuando sintió que la bragueta se
habría por dentro lo supo con seguridad: el maldito tenía planes para la noche.
Robert volvió a exhalar otro gigantesco bostezo. Espero que se lo pase
bien el cabezón. A fin de cuentas, todo lo que su pene hiciese y experimentase,
todos los orgasmos y corridas, todas las penetraciones y mamadas en las que se
viese implicado, él las experimentaría después, cuando el miembro volviese a
conectarse a su cuerpo. Mientras, él podía dedicarse a otras cosas, como a
disfrutar de una lánguida, tranquila y aburrida guardia.
Eran las ventajas del diseño modular de órganos y apéndices. Siempre
podías mandar a uno de tus brazos a hacer alguna de tus tareas. Así se
aumentaba la eficiencia y tenías más tiempo libre.
Hablando de órganos, desde hacía unos días Robert notaba ciertas
molestias por la zona del hígado. Quizás se le había vuelto a cascar la
vesícula biliar. A ver si mañana se acordaba de llevarla a la enfermería.
Aunque su vesícula biliar era tan modular como el resto de sus órganos y
apéndices corporales, y podía extraerse sin necesidad de cirugía de su cavidad
abdominal, no podía ir por si misma a ver al médico. Sólo los genitales tenían
la movilidad y autonomía suficiente para tener su propia vida social.
Robert Bishop pasó el resto de la guardia bostezando y disfrutando del
aburrimiento. Estaba a punto de terminar su turno cuando su pene volvió a
cruzar la escotilla de entrada al puesto de control. Robert miró el reloj en la
pantalla de la terminal. Habían pasado algo más de tres horas y media.
—Has tardado —dijo Robert.
—Me he entretenido un poco —dijo el pene—. ¿Te han entrado ganas de
mear?
—No.
—Entonces no te quejes.
—¿Qué tal con la teniente?
—Fenomenal. Tres sin sacarla. Esa chica es estupenda.
—¿Dónde habéis estado?
—En la sala de recreo de la cubierta tres.
—Se te ve un poco sucio —comentó Robert.
—Es que también me he follado al culo de Louis Yu.
—¿Quién es ese?
—Trabaja como estibador en la cubierta doce —respondió el pene—. Un
culo bastante peludo, por cierto.
—¡Ah, ya!
El tono de voz de Robert expresaba una vieja resignación. Era una de
las consecuencias de los genitales modulares. En un universo cerrado como la
Solaris69, que tardaba casi tres años en ir y volver a la Tierra, al final los
genitales de todos habían follado con los genitales de todos.
Cuando su pene volviese a encajársele en la entrepierna, Robert
reviviría toda la actividad sexual que su pene había mantenido separado de su
cuerpo. No sólo sentiría la penetración en la vagina de Lilya Salazar, sino que
disfrutaría de toda la anatomía de la teniente. Se regocijaría con esos pechos
enormes y turgentes y con esa piel de marfil. Claro que también sentiría en
toda su plenitud la cópula con el cuerpo peludo de Louis Yu. Eso a Robert no le
hacía tanta gracia. Pero tampoco estaba tan mal. Louis era un buen tipo, aunque
fuese peludo. Incluso le gustaba un poco.
De cualquier manera, no le quedaba más remedio que aceptarlo. A fin de
cuentas, el pene de Robert tomaba sus propias decisiones.
—Yo soy tu polla, así que hago lo que mejor me parece, ¿vale? —solía
sentenciar el pene siempre que salía el tema a discusión.
Pero Robert no sólo experimentaría, a posteriori, las relaciones
sexuales que su pene hubiese mantenido con los genitales de otros miembros de
la tripulación. También, aunque de una forma más leve y difusa, gracias al
diseño modular de sus cuerpos, disfrutaría de las cópulas que esos otros
habitantes de la Solaris69 hubiesen realizado en el pasado. Pocos meses tras la
partida de la nave de la Tierra, todo el mundo a bordo había acabado por follar
con la totalidad del resto de la tripulación. Todos estaban un poco enamorados
de todos, y todos sentían una cierta atracción sexual hacia el resto de sus
compañeros de viaje. De esa forma se incentivaban y reforzaban la camaradería y
el compañerismo entre los miembros de la dotación de la nave. Se extendía entre
las dieciséis cubiertas un ambiente relajado e informal, una leve pero
sostenida tensión sexual, que ayudaban a la convivencia diaria a bordo.
La promiscuidad modular era también parte del diseño modular.
Y eso era bueno, pensaba Robert Bishop.
Casi tan bueno como una lánguida y aburrida guardia.
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© Rebeca
Rader, Planeta Tierra, 2018.
Obra
inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual de Safe Creative (safecreative.org)
con el número 1306185290380, con fecha de 18 de junio de 2013.
Todos
los derechos reservados. All rights
reserved.
Ilustración
de la portada: fotomontaje de la autora.
Rebeca Rader es miembro de FESNI, Fantástica Escritura
Sicalíptica y Narrativa Impúdica, la inefable y quimérica asociación de
creadores de fábulas libidinosas.
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