Jonás encuentra
en Alis la última esperanza de perpetuar su inmortalidad.
¿Accederá el
alienígena a ser la tabla de salvación del último dios en la Tierra?
¿Se
convertirán en los dioses de un nuevo mundo? ¿Podrán sacar a la humanidad del
primitivismo y el retroceso en el que ha caído? ¿O seguirá la religión siendo
un instrumento de poder, como lo ha sido siempre?
Para el último
dios en la Tierra, sólo hay dos cosas a las que temer: el fin de su propia
inmortalidad y el encuentro con otro dios.
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AL FINAL, DIOS SOLO
Tercera parte
Jonás accionó el
interruptor. Las luces del techo, alimentadas por las pilas atómicas del
sótano, iluminaron la estancia. Era una habitación amplia y con aspecto
aséptico. Sin embargo, a pesar de su estanqueidad, los milenios lo habían
recubierto todo de una gruesa capa de polvo. A un lado se encontraban una
docena de urnas transparentes puestas de pie, alineadas a lo largo de la pared.
Todas estaban vacías excepto dos, en cuyo interior se podían ver sendas copias
del cuerpo metálico del Dios Solitario. Sólo que esas copias se veían nuevas,
sin abolladuras, raspones ni manchas. Como todos sus recambios anteriores, eran
copias básicas, de metal y plástico, sin la cubierta que imitaba la piel humana
y le daba rasgos faciales. En el otro lado de la estancia, un grupo de consolas
de aspecto ominoso: el sistema de transferencia mental a los cerebros
positrónicos.
Alis lo observó
todo con sus tres ojos y con sumo interés.
—Aquí están.
Sólo me quedan estos dos —dijo Jonás.
—Así es —dijo el
cinturón del alienígena.
—¿Podrías
fabricar nuevas unidades? —preguntó Jonás.
—El nombre de
las aleaciones de tu cuerpo artificial no significan mucho para mí, Jonás.
Tendría que hacer un exhaustivo análisis espectrográfico de los materiales. Y
de tus sistemas positrónicos, claro. Creo que tengo todos los instrumentos
necesarios en mi nave.
—Pero… ¿podrías
replicarlos?
—Si cuento con
los materiales adecuados, lo más probable.
El rostro
metálico de Jonás no reflejó ninguna emoción, pero el sentimiento de alivio fue
tan intenso que casi le hizo temblar. Quizás hubiese alguna esperanza, se dijo.
Quizás todavía podía conseguir un aplazamiento a su fecha de caducidad. El
alienígena parecía mostrarse amistoso y colaborador. De hecho, parecía que su
motivación principal era la curiosidad por el nuevo planeta recién descubierto.
Pues bien, Jonás satisfaría toda su curiosidad. Sobre todo, si eso iba
acompañado de una recompensa.
Abandonaron la
sala de transferencia y subieron a las partes más superficiales del sótano. Se
sentaron en el suelo de lo que otrora fue una estancia dedicada a despachos. El
mobiliario hacía mucho tiempo que se había convertido en polvo. Alis manifestó
su deseo de volver en breve a su nave. Jonás asintió. Comprendió que, para un
ser orgánico que necesita alimento, luz y aire, los sótanos del ruinoso
edificio no debían resultar muy acogedores.
—Quizás mejor
que me acompañes —dijo Alis—. Así podría hacer un examen preliminar de tu
cuerpo robótico.
—Desde luego
—replicó Jonás—. Cuanto antes empecemos mejor, ¿no crees?
—Así es. Lo que
todavía me sorprende es esa adoración que te profesan tus congéneres orgánicos.
No acabo de comprender por qué te consideran un… ¿Cuál es la palabra?... Un
dios. Un ser con propiedades y capacidades que no son reales.
El concepto de
deidad fue quizás lo más difícil de hacerle entender al alienígena.
Aparentemente, su raza no tenía nada semejante, ni parecía ser algo común en
otras razas sentientes. Alis mostró cierta dificultad en concebir el
pensamiento mágico. Fue una ardua tarea hasta que el traductor del cinturón
encontró las palabras adecuadas y la idea por fin penetró en la mente del
alienígena. Jonás no podía leer mucho del lenguaje corporal de la criatura,
pero comprendió que la idea resultó para Alis toda una revelación. Casi una
epifanía. Las manchas rojizas de las placas córneas de su cara se tornaron de
un carmesí encendido.
—¿Nunca han
existido los dioses en tu mundo?
—No. Al menos
que yo sepa.
—Pues en la
Tierra los ha habido siempre. En todas las culturas. Los cerebros humanos
funcionan así.
Alis entrecerró
los ojos y levantó las manos, un gesto que Jonás empezaba a aprender que
expresaba sorpresa.
—¿Tenéis varios
cerebros?
—No, no. Sólo
tenemos uno. Bueno, en realidad está dividido en dos hemisferios cerebrales,
unidos por el cuerpo calloso, un grueso haz de fibras nerviosas que los
conecta.
—Curioso y
peculiar.
—De hecho… —dijo
Jonás—. Déjame buscarlo un momento…
Revisó con
rapidez los archivos de su memoria positrónica.
—¡Ah, sí! Aquí
está —dijo al cabo de unos segundos—. Antes del colapso de la tecnología, hubo
un autor que escribió un libro titulado El
origen de la conciencia en el colapso de la mente bicameral. El autor, un
tal Julian Jaynes, sostenía que los dos hemisferios eran, o fueron en los
inicios de la humanidad, dos inteligencias separadas. En situaciones de estrés,
el hemisferio izquierdo, más racional y normalmente dominante, se veía
bombardeado por alucinaciones auditivas y visuales procedentes del hemisferio
derecho, más emocional. La gente interpretaba esas alucinaciones como mensajes
de dioses y demonios, lo que dio lugar al nacimiento de las religiones. Según
Jaynes, la cultura humana se construyó en torno a ese modo de pensar religioso
y alucinatorio. El hombre moderno, el tecnológico me refiero, pudo librarse de
esta forma de pensar y desarrolló la capacidad de introspección, pero las
religiones nunca desaparecieron.
—Peculiar idea.
—Imagino, si las
teorías de Jaynes eran ciertas, que con la caída de la civilización el hombre
volvió a formas de pensar más primitivas. Por eso no les resultó demasiado
difícil adoptarme como un dios. Era la manera más fácil para ellos de explicar
mi existencia.
—Sois unos seres
bastante peculiares, tengo que admitir —dijo Alis abriendo mucho sus tres
ojos—. No conozco a ninguna otra raza cuyo órgano pensante tenga una estructura
similar. Claro que tampoco conozco a ninguna raza que virtualmente haya
cometido suicidio tecnológico a nivel global.
Jonás clavó la
mirada en el alienígena. El último comentario no le había resultado demasiado
halagador. Pero no dijo nada. Su existencia dependía de la tecnología que esa
criatura de otro mundo pudiera proporcionarle.
Abandonaron los
sótanos del edificio y salieron al exterior.
La explanada
estaba abarrotada de gente. Muchos miraban con asombro la nave espacial, aunque
ninguno parecía haberse atrevido todavía a acercarse demasiado a ella. A la
vista del Dios Solitario y el alienígena, la multitud de arrodilló y empezó a
entonar el habitual mantra que repetían una y otra vez en las ceremonias
religiosas. Sólo el sumo sacerdote y sus acólitos se mantuvieron en pie. Se
acercaron con recelo.
—Dios Solitario
—dijo el sumo sacerdote—. Tus fieles aguardan las nuevas.
—Sí, claro,
claro. Eh… Bien… —dijo Jonás.
—Será mejor que
te deje para hablar con tus devotos —dijo Alis—. Te espero abajo, en el sótano.
Diles que no se acerquen a la nave. Podría ser peligroso para ellos.
—¿No querías ir
a tu nave?
—Así es. Pero no
tengo prisa. Puedo esperar mientras atiendes a tus congéneres orgánicos.
—Sí, sí. Claro,
claro. No te preocupes.
Tras la marcha
del alienígena, el sumo sacerdote preguntó a Jonás sobre el significado de la
venida del nuevo dios, y como ello iba a afectar a la tribu. Qué cambios en la
liturgia serían necesarios para adaptarla a la nueva deidad, un dios que no era
como su Dios Solitario, pero tampoco como los hombres del mundo. Jonás tuvo que
usar una buena dosis de paciencia para tranquilizar al sacerdote. Le aseguró
que nada cambiaría en sus vidas. Ellos seguirían siendo la tribu elegida que
vivía junto al Dios Solitario. De hecho, si todo salía bien, gozarían de las
bendiciones del dios mucho más tiempo del esperado. El sumo sacerdote no acabó
de entenderlo por completo, pero aceptó las palabras de su dios.
—Ahora podéis
marchar a vuestras casas —dijo el Dios Solitario tras la larga conversación.
—Los fieles nos
quedaremos aquí, junto a las rocas sagradas, para orarte a ti y al nuevo dios
—dijo el sumo sacerdote.
Jonás se encogió
de hombros.
—Está bien. Como
quieras.
Se despidió del
sumo sacerdote y volvió a los sótanos del edificio.
Alis no aparecía
por ninguna parte. Lo buscó por las distintas dependencias. Cuando encendió la
luz en la sala de transferencia, lo que vio le hizo sentir el mayor terror que
había sentido en su milenaria vida.
Las dos urnas
con los reemplazas estaban abiertas. Los cuerpos robóticos habían sido
reducidos a un amasijo medio carbonizado de plástico y metal.
Alis surgió de
un rincón tras las consolas de transferencia. Empuñaba algo, un pequeño
cilindro brillante, en una de sus manos de siete dedos. A todas luces, un arma.
—Cañón
disruptivo —explicó levantando el artilugio—. Proyecta un haz de energía que
altera la composición molecular del objetivo. Es muy efectivo a la hora de
destruir objetos sólidos, como puedes apreciar.
—Pero… pero…
¿por qué? —preguntó Jonás en tono lastimero. Si hubiese podido llorar, las
lágrimas correrían por su rostro de metal.
—Estás acabado,
Jonás. Te mentí. No tengo la menor posibilidad de replicar tus cuerpos
robóticos.
Jonás sintió
como la ira y la rabia hacían hervir sus circuitos positrónicos. Alzó las manos
y avanzó un par de pasos hacia el alienígena.
—Aun así, no
tenías que…
Alis volvió a
disparar. Jonás cayó al suelo reducido a otro montón informe de escombros
metaloplásticos.
El alienígena
disparó varias veces más sobre el cuerpo del robot, luego guardó el arma en su
cinturón y miró a los restos durante unos segundos.
Abandonó la
estancia y se encaminó hacia el exterior.
—Creo que me van
a gustar los seres de este planeta —dijo en voz alta.
Subió las viejas
escaleras hasta asomarse al antiquísimo balcón. Será necesario construir algo
nuevo, se dijo. Un edificio digno de un dios, desde luego. Algo grande,
majestuoso, en piedra tallada, con muchos niveles escalonados. Probablemente no
sabrán cómo hacerlo. Tendré que enseñarles.
Los primitivos
en la explanada lo contemplaron expectantes.
Activó el
traductor del cinturón y levantó los brazos.
—Adoradores del
Dios Solitario —gritó—. Vuestro nuevo dios ha llegado.
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© Juan Nadie, Planeta Tierra, 2016
Obra inscrita en el Registro de la Propiedad
Intelectual de Safe Creative (www.safecreative.org) con el número 1409292214611,
con fecha de 29 de septiembre de 2014.
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Ilustración de la portada: fotomontaje del autor.
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