¿Cómo llega un
hombre a convertirse en el último dios en la Tierra?
Tras la llegada
del alienígena a una Tierra que ha retrocedido hasta la Edad de Piedra, ¿cómo
será el encuentro con el Dios Solitario? ¿Cuál será la reacción de sus
creyentes?
¿Podrá el Dios Solitario encontrar una solución a su dilema gracias
a la ayuda del alienígena?
Aquí llega la
segunda parte de las tres en que se divide este fascinante relato.
Primera Parte.
Tercera Parte.
Primera Parte.
Tercera Parte.
El
próximo jueves, la conclusión final (manténganse atentos a este blog).
Relato disponible
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AL FINAL, DIOS SOLO
Segunda parte
—La bipedación
es bastante común entre las razas tecnológicamente avanzadas de la galaxia
—dijo Alis a través del traductor de su cinturón.
—Resulta
asombroso —replicó Jonás con cierta alegría en la voz, aunque su rostro
metálico no expresó emoción alguna.
—Es lo más
lógico. Dos extremidades para desplazarse y dos para manejar objetos. Aunque a
veces son más de dos. O menos. Conozco a una raza que sólo tiene un apéndice
manipulador que le sale de la parte superior de la cabeza. Si se lo cortas, le
crece uno nuevo.
—Fascinante.
Absolutamente fascinante. Es una lástima que hayas llegado tarde a nuestro
planeta.
—Vuestro planeta
está bastante lejos de las zonas más habitadas de la galaxia. Llegué aquí por
pura casualidad.
—¿Nunca
detectasteis alguna de nuestras transmisiones?
—Si no fueron
transmisiones supralumínicas, difícilmente. Demasiada distancia.
—No llegamos a
desarrollar nada a velocidades superiores a las de la luz.
—No muy lejos
llegasteis, entonces —dijo Alis con un característico gesto que Jonás había
empezado a interpretar como el equivalente al encogimiento de hombros humano.
Cuando lo hacía, las diminutas manchas rojizas de las placas córneas de su
rostro disminuían la intensidad de su color y se volvían más pálidas.
Se encontraban
en los sótanos del edificio de Renacimiento S.L., el sancta sanctorum del Dios
Solitario. Las pilas atómicas de estroncio90, similares a las que
alimentaban el cuerpo robótico del dios, aunque de mayor tamaño, proporcionaban
la energía eléctrica necesaria. Era, casi con total seguridad, el último
reducto tecnológico del planeta.
Jonás aún se
sentía un poco extraño al oír los chasquidos y silbidos que salían de la boca
de Alis y, apenas un segundo más tarde, las palabras comprensibles a través del
traductor del cinturón. Pero había que reconocer que el programa era una
maravilla. En unas pocas horas de charla, había adquirido el suficiente
vocabulario para llevar una conversación con casi total fluidez en la lengua de
los hombres.
Uno de los
momentos en los que el traductor se atascó sin remedio fue cuando Jonás le
preguntó al alienígena por su nombre. El galimatías silábico que surgió del
cinturón era incomprensible, pero parecía todo lo que el traductor era capaz de
proporcionar en ese aspecto. Así que Jonás decidió llamarlo Alis. El alienígena
no puso ninguna objeción.
Alis le contó
que precedía de una región distante de la galaxia, más cercana al núcleo, donde
la densidad de estrellas era mucho mayor. Y también el número de planetas
habitados y habitables. No había nave nodriza en ninguna parte. A pesar de su
pequeño tamaño, pues se trataba de un modelo individual, la nave de Alis estaba
perfectamente dotada para el viaje supralumínico intragaláctico. El alienígena
viajaba solo. Le explicó a Jonás que los de su especie no solían agruparse en
grandes números. Incluso para los cánones de su raza, Alis era un ser algo
solitario e introvertido, aunque aquí el traductor tuvo algunos problemas para
encontrar las palabras adecuadas. De vez en cuando, Alis sentía una cierta
inquietud, un ansia que sólo podía satisfacer de una manera. Tomaba una nave
equipada con todos los pertrechos que pudiese necesitar, y se aventuraba por
los confines de la galaxia en busca de nuevos mundos y nuevas criaturas a las
que estudiar y clasificar.
Jonás pensó que
debía tratarse de una especie de académico o intelectual entre los de su
especie.
—No detecté
signos de civilización tecnológica, pero sí de la presencia de vida orgánica y
pigmentos fotosintéticos. Así que decidí aterrizar en tu planeta —explicó
Alis—. Entonces detecté las radiaciones de tus pilas atómicas de…. ¿cómo se
llama el elemento?
—Estroncio90.
—Así es.
Estroncio90. Me resultó cuando menos peculiar, lo cual es del todo
lógico, así que decidí acercarme a la fuente de las radiaciones.
Jonás asintió.
Hablaron durante
un buen rato. La curiosidad del alienígena parecía genuina, insaciable y hasta
un poco infantil. Casi, casi humana. Ante la insistencia de Alis, Jonás le hizo
un somero resumen de la historia del planeta y de los avatares y vicisitudes
por los que había pasado la humanidad. Alis se mostró particularmente
interesado en el hecho de que, a lo largo de toda su historia, los humanos
estuviesen divididos en naciones, cada una con sus gobernantes particulares,
que podían entrar en conflicto unas con otras. La existencia de una minoría de
individuos que dictase los comportamientos del resto le resultó una idea
exótica y extraña. Le hizo a Jonás varias e incisivas preguntas al respecto.
—¿No hay
gobiernos, ni reyes, ni guerras en tu planeta, Alis? —preguntó Jonás.
—La resolución
de un conflicto se realiza entre los implicados en dicho conflicto, con la
ayuda, si es necesaria, de otros cercanos al mismo. La extensión general de
dicho conflicto a individuos que nada tienen que ver con él me parece una idea
bastante peculiar, Jonás. Cualquier miembro de mi especie te diría que es un
gasto innecesario de recursos.
—¡Hum! No dejas
de tener razón, Alis. Al menos en cierto sentido.
—Resulta
fascinante la existencia de esas… élites que gobiernan, capaces de acumular la
capacidad de distribución de recursos y de… de toma de decisiones…
—De poder.
Acumulaban poder —aclaró Jonás.
Alis hizo un
gesto que Jonás interpretó como asentimiento.
—¿No hay
gobernantes en tu mundo? —preguntó el Dios Solitario.
—No creo que
muchos miembros de mi especie viesen necesidad alguna de algo así, verdad sea
pensada con lógica —replicó el alienígena.
Jonás se encogió
de hombros y abrió la boca en un amago de sonrisa en su rostro de metal y
plástico.
—Si alguno de
mis contemporáneos te oyese, se llevaría las manos a la cabeza —dijo.
Tardó un buen
rato en explicarle al alienígena, con la inestimable ayuda del programa
traductor, el sentido de su última frase.
También hablaron
largo y tendido sobre las similitudes y diferencias de sus respectivos mundos.
Tras largos siglos de soledad intelectual, Jonás estaba realmente disfrutando
de la conversación con alguien que empezaba ya a considerar su igual más que
los primitivos seres humanos que le adoraban en la explanada. Alis parecía
sentir al menos la suficiente curiosidad, sobre todo en algunos temas, para
charlar con el robot.
—Resulta
sorprendente que puedas respirar la atmósfera de la Tierra —dijo Jonás.
—En realidad la
composición de gases no es la más adecuada para mi sistema… de… ¿intercambio
gaseoso?
—Respiratorio.
Sistema respiratorio.
—Así es. Mi
sistema respiratorio. Tengo un dispositivo de modificación de gases en la
entrada de mis vías respiratorias. Y por supuesto tengo otros dispositivos en
diversos lugares de mi anatomía que me protegen y previenen de la entrada de
cualquier organismo patógeno. También me permiten adaptarme a la gravedad de tu
planeta.
—Claro, claro.
Es evidente que vosotros estáis mucho más avanzados tecnológicamente que
nosotros. Que lo que nosotros nunca estuvimos —dijo Jonás con un gesto que, de
haber tenido un cuerpo de piel y músculos, hubiese ido acompañado de un
suspiro.
—Pero tu cuerpo
no es orgánico. Es evidentemente artificial y tecnológico —puntualizó Alis. La
membrana transparente de su ojo central parpadeó con rapidez.
—Yo soy el
último que queda. El único que nunca fue.
El Dios
Solitario, cuyo nombre humano fue Jonás, le narró al alienígena el porqué de su
cuerpo robótico y de la situación en la que se encontraba.
Jonás nació de
carne humana hacía ya más de tres milenios, un periodo que, visto desde la
distancia del futuro, fue el pico de la civilización tecnológica humana en la
Tierra. A los veinte y pocos años le diagnosticaron una variedad especialmente
agresiva de esclerosis múltiple. Había algunos tratamientos paliativos que
podían frenar algo el desarrollo de la enfermedad. Pero la cura completa era
del todo imposible. En su caso, el camino quedaba claramente determinado. Poco
a poco, las fibras nerviosas de su organismo perderían la vaina de mielina. Empezaría
necesitando una silla de ruedas. Luego iría perdiendo cada vez más el control
de sus funciones motoras. La visión se deterioraría progresivamente. Después
vendrían los problemas gastrointestinales, el estreñimiento, la insuficiencia
respiratoria, los calambres musculares, la incapacidad de tragar y de hablar,
los problemas cognoscitivos. Los médicos fueron brutalmente honestos con él.
Moriría atrapado dentro de un cuerpo inútil en menos de tres años. Intentarían
reducir el dolor en lo posible. Era lo único que podían hacer.
Entonces el milagro
ocurrió. O al menos la rendija que le permitió vislumbrar una salida a su
dramática situación.
Renacimiento
S.L. era una nueva y revolucionaria compañía especializada en el desarrollo de
componentes robóticos y software informático. Desarrollaron un nuevo prototipo
de robot que era una copia, indistinguible a simple vista, de un ser humano.
Construido en titanio, con malla de nanotubos de carbono y otras aleaciones
metálicas, el prototipo estaba cubierto con una capa de plástico orgánico que
imitaba a la perfección la piel humana. Incluso estaba caliente al tacto. El
robot podía hablar, caminar e incluso comer, aunque los alimentos eran
simplemente almacenados en un depósito de su vientre. También podía eructar y
soltar pedos, siempre que se le suministrase la mezcla adecuada de líquidos a
los pequeños depósitos de su interior. No necesitaba, sin embargo, consumir
ningún alimento sólido o líquido. Tampoco respirar. Sus necesidades energéticas
se suplían con una pila atómica que podía durar varios siglos.
Pero lo más
asombroso del nuevo modelo de robot era su cerebro positrónico. Dicho cerebro
permitía transferir, en su totalidad, la mente sin alterar de un ser humano.
Dentro del cerebro positrónico, y dentro del cuerpo robótico, la persona
transferida no sería capaz de realizar complejos y rapidísimos cálculos
matemáticos como si fuese una computadora de última generación, pero tendría a
su disposición, guardadas en su inmensa memoria interna, una copia de la
mayoría de los escritos alguna vez creados por la raza humana. Sería como tener
la mayor biblioteca del mundo dentro de la cabeza. Además de las capacidades de
su cerebro positrónico, el cuerpo robótico era inmune al frío o al calor, a las
enfermedades, a los compuestos contaminantes y a la paulatina degradación de la
vejez. Alimentado con su pila atómica, podía vivir durante siglos. Con las
oportunas reparaciones, quizás eternamente.
Era la
inmortalidad individual, por fin, al alcance de la mano.
Renacimiento
S.L. clamaba que las pruebas realizadas con ratas, perros y monos habían
funcionado a la perfección. Sólo faltaba una cosa: probarlo en humanos.
Necesitaban voluntarios.
La polémica y
las críticas no tardaron en estallar.
Antes de que los
legisladores votaran en contra, Jonás se agarró con uñas y dientes a la única
oportunidad que vio de escapar de su cuerpo tullido. Se presentó como
voluntario para la primera transferencia de una mente humana a un cuerpo
artificial.
Funcionó a las
mil maravillas.
El nuevo Jonás
robótico, que no necesitaba comer ni beber, ni dormir ni respirar, se paseó por
congresos internacionales y platós de televisión.
La violencia que
se desató sorprendió a casi todos por su contundencia.
Grupos
religiosos y de ideologías conservadoras se manifestaron con toda la energía
que las leyes de los distintos países les permitieron. Hubo tumultos, luchas,
heridos y algún muerto. La sede central de Renacimiento S.L. fue atacada e
incendiada. Los gobiernos se apresuraron a proclamar leyes prohibiendo la
transferencia de una mente humana a un cuerpo robótico. Renacimiento S.L. se
declaró en quiebra, sus directivos se escondieron en el anonimato, y la empresa
desapareció como tal. Las patentes se vendieron, pero nadie se atrevió a
repetir el proceso.
Jonás fue el
primero y el último. Fue el único.
El único ser
humano dentro de una envoltura artificial. Rechazado y odiado por casi todos
los miembros de su especie. Intentaron acabar con él en varias ocasiones. Se
salvó gracias a la dureza de las aleaciones metaloplásticas de su cuerpo
robótico. No le quedó más remedio que huir.
Se refugió en
secreto en una perdida cabaña de las altas montañas. No necesitaba suministros
ni medicinas, y las bajas temperaturas no eran ningún problema para él. Durante
un tiempo, recibió en secreto la visita ocasional de alguno de los pocos amigos
o familiares que lo apoyaron. De vez en cuando conseguía sintonizar alguna
transmisión radiofónica.
Estuvo escondido
en las montañas durante décadas. Llegó un momento en que las visitas se
interrumpieron. Jonás pensó que sus amigos habían muerto o simplemente le
habían abandonado de una manera definitiva. Las transmisiones radiofónicas
también dejaron de llegar.
Una inmensa
soledad fue su única compañera durante mucho, muchos años.
A pesar de la
magnífica biblioteca que guardaba en su memoria positrónica, la soledad se hizo
demasiado insoportable.
Decidió volver
al mundo. Quizás, se dijo, con el tiempo la cuestión de la transferencia a
cuerpos robóticos había sido finalmente aceptada.
Descendió de las
montañas.
Con horror, se
encontró que el mundo que él conocía había dejado de existir.
Las ciudades
eran ruinas abandonadas. La tecnología había desaparecido. La poca gente que
encontró había retrocedido al paleolítico. La civilización humana se había ido
al garete. Le sorprendió la facilidad con que la gente parecía haber olvidado
todo el conocimiento acumulado durante milenios.
Nunca supo
exactamente qué pasó. Los registros electrónicos eran ya inservibles, y lo poco
que encontró en letra impresa no acabó de aclararle las dudas. Encontró
referencias al agotamiento de los recursos fósiles, a cambios climáticos y
largas sequías, al incremento del fanatismo religioso y político, a guerras por
los recursos naturales, a crisis económicas y sociales. Incluso leyó algo sobre
el aumento de la actividad solar. Al final concluyó que probablemente fue un
cúmulo de diversos factores lo que acabó con la civilización humana.
Intentó
adaptarse a la nueva humanidad, pero el rechazo fue incluso peor que antes. Un
hombre que nunca dormía, nunca comía, nunca bebía y nunca envejecía no tardó en
ser mirado con suspicacia y recelo primero, después con miedo, y finalmente con
odio.
Muchos lo
consideraron un dios. Otros, un demonio. Lo atacaron infinidad de veces. Los
ataques y el tiempo hicieron que la cubierta de imitación piel se fuese
deteriorando, hasta que asomó el cuerpo metálico subyacente.
Luego llegaron
los problemas técnicos. Con el paso de las décadas, las articulaciones
empezaron a atascarse. Perdió la visión en uno de sus ojos. La cubierta
exterior de titanio estaba abollada y corroída en algunos puntos. Tarde o
temprano la pila de estroncio90 se agotaría.
Necesitaba un
repuesto.
Tardó años en
llegar caminando hasta la antigua sede de Renacimiento S.L. Para cuando alcanzó
su destino, el grupo de devotos primitivos que le seguían había desarrollado
toda una religión a su alrededor. Sus referencias al pasado tecnológico de la
humanidad facilitaron las cosas. En el pasado, decían los sacerdotes de la
nueva fe, el mundo estaba habitado por seres inmortales rodeados de maravillas.
Pero los dioses se habían marchado y ahora sólo quedaba uno. Uno que los
protegería con sus bendiciones mientras los fieles esperaban el regreso de los
otros dioses.
La mitología del
Dios Solitario estaba en marcha.
Desde entonces
vivía allí, hacía ya más de veinte siglos, en las por fortuna autosuficientes
ruinas de Renacimiento S.L., rodeado y venerado por su tribu de elegidos. Allí
había conseguido los repuestos que necesitaba. Pero ya sólo quedaban dos. Sólo
dos cuerpos robóticos descansaban en sus urnas del sótano, esperando la
transferencia de la mente de Jonás a sus cerebros positrónicos.
—Pero tú guardas
todo el conocimiento tecnológico de tu raza —dijo Alis—. ¿Por qué no lo
compartes con tus congéneres orgánicos?
El Dios
Solitario se encogió de hombros.
—Nunca confiaron
en mí. Nunca me aceptaron —respondió tras un par de segundos de silencio.
El alienígena
hizo un gesto que Jonás no entendió.
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© Juan Nadie, Planeta Tierra, 2016
Obra inscrita en el Registro de la Propiedad
Intelectual de Safe Creative (www.safecreative.org) con el número 1409292214611,
con fecha de 29 de septiembre de 2014.
Todos los derechos reservados. All rights reserved.
Ilustración de la portada: fotomontaje del autor.
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