martes, 17 de noviembre de 2015

jueves, 12 de noviembre de 2015

DULCE TRANSPORTES S.L. — repartidores interestelares

[…]
Por cierto, que deberías cambiarle el nombre —dijo Luigi, el mecánico de astronaves—. No es que me queje, a mí lo mismo me da, la nave es tuya, pero lo de Cucaracha no es que mueva al respeto, precisamente.

El capitán Isaac P. Dulce sacudió la cabeza y sonrió.

No. Me gusta así. Es el nombre con el que la compré. Además, creo que le sienta bien.
 El nombre original de la nave estelar no era Cucaracha, por descontado. Eso vino después, cuando remiendos sucesivos e intentos no demasiado delicados de modernización la convirtieron en la monstruosidad mecánica, llena de antenas y apéndices, que le daban un curioso —y según algunos repelente— aspecto insectoide, lo que de forma inevitable trajo el nombre por el que se la conoce en esta historia.

A su salida de los astilleros, la nave fue bautizada en oficial ceremonia, a la que asistieron políticos de pro y oficiales de la armada, abarrotados de medallas hasta las orejas, con el nombre de Titán III. El ordinal del nombre se debió a ser la tercera nave que se fabricó al mismo tiempo con similares prestaciones de vuelo espacial y capacidad de carga. Como es lógico, sus hermanas gemelas de flota fueron llamadas Titán I y Titán II. Qué fue de ellas, no se menciona en registro alguno, pero dado el número de años que han transcurrido desde entonces, la lógica suposición es la simple muerte mecánica por vejez naviera.

Pero aquellos gloriosos tiempos de la Primera Flota Mercante Marciana hacía mucho que se habían convertido en historia. Los hombres (y las mujeres, claro) se habían asentado con solidez en multitud de planetas habitables, que resultaron ser más numerosos de lo que las predicciones de los científicos acertaron a calcular. El comercio y el tráfico entre mundos se habían convertido en algo usual y rutinario, llevado a cabo en magníficas naves modernas y seguras, con todos los adelantos técnicos que la ciencia del hombre podía aportar.

Eran naves que apenas necesitaban la labor humana de sus tripulaciones para ir de un planeta a otro, exquisita y milimétricamente gobernadas por las sempiternas IA, unidades computarizadas de inteligencia artificial que se encargaban del más mínimo detalle. No eran tiempos de grandes hazañas, de pioneros luchando y conquistando a brazo partido las últimas fronteras de la humanidad. Eran tiempos de consolidación, de paz, de prosperidad. El romanticismo de los primeros viajes espaciales había quedado relegado a las novelas de aventuras y a las sesiones de los holocines en 3D. Novelas y películas que, como en todas las épocas, eran devoradas de forma masiva por entusiastas adolescentes en busca de un mundo más excitante y salvaje; o de una oportunidad de meterle mano a la novieta de turno aprovechando la oscuridad de la sala de proyección.

Así pues, nuestra Titán III pasó a ser una olvidada y decrépita embarcación espacial, último miembro de la otrora orgullosa flota. Después de pasar de mano en mano por incontables dueños, acabó adquiriendo su nombre actual. Dicho nombre, si consideramos ciertas las historias que sobre ello circulan por el bajo populacho, fue debido a uno de sus últimos propietarios, comerciante acaudalado y hombre de una perspicaz inteligencia y gran sentido del humor. Cuando el caballero de los negocios vio por primera vez a la nave que acababa de conseguir en una ventajosa transacción comercial, en la que se incluían otros bienes que habían sido el principal estímulo de la misma, no pudo reprimir la exclamación «¿Qué demonios es esto? ¡Qué nave más fea, parece una cucaracha!». Y pasó a continuación a buscar un comprador para la misma.

Como quieras, capitán —dijo Luigi—. Allá tú con el nombre que le pones a tu nave.

Pasaré a recogerla en un par de días, Luigi. Espero que para entonces esté terminada.

Lo estará, capitán, lo estará. No te preocupes.

Isaac asintió y miró a la nave. A pesar de su aspecto, no pudo reprimir (ni tampoco quiso) un cierto sentimiento de orgullo.

Pues esta nave, a pesar de estar lejos de sus mejores tiempos, y tener un aspecto que había provocado su rebautismo de una manera tan poco aduladora, era el más preciado bien, y el único habríamos de especificar, del capitán Isaac P. Dulce, comandante y capitán de la Cucaracha, copropietario de la misma y presidente ejecutivo de la Dulce Transportes S.L., compañía civil de tráfico de mercancías con sede central en Marte y sucursales en ningún otro lugar, dedicada al comercio interplanetario en el Sistema Solar y sus aledaños.

Dicha compañía mercantil se hallaba apropiadamente inscrita en los registros del MegaMinisterio Amalgamado de Minería, Utilidades y Transportes (el amado por algunos, temido por otros y detestado por la mayoría MMAMUT); dentro del subapartado de Organigramas Básicos de Transportes Unitarios Sin Obvia Sistematización, conocido por sus siglas como el OBTUSOS, subsección de Compañías Civiles de Transporte Intra Sistema Solar de Mercancías Sin Valor Militar, Logístico u Operativo (aquí no hay acrónimo pronunciable, demos gracias a las limitaciones lingüísticas y gramaticales).

Como a nadie le sorprenderá, la compañía mercantil del capitán Dulce contaba con una flota total de naves, incluidas las de transporte, pasajeros, comunicaciones y salvamento, que ascendían a un total de… una.
[...]


relinks.me/B015I2F8DS 
Fragmento de la novela Historias de la Cucaracha.


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jueves, 5 de noviembre de 2015

FABULOSO IA ETERNA — el criminal cibernético

[...]Con el tiempo se había acostumbrado a los aberrantes hologramas que la IA delincuente utilizaba para comunicarse con él. Pero no dejaba de sentir una punzada de intranquilidad cada vez que lo hacía. Las capacidades de esa inteligencia artificial desquiciada eran casi inimaginables, y su demencia y trastorno mental eran más que obvios. No por nada Fabuloso IA Eterna, como se llamaba a sí mismo en un escalofriante toque de vanidad, era la entidad cibernética criminal que estaba en busca y captura en todos los planetas habitados de la Zona.

La historia de Fabuloso era harto curiosa. Multitud de informáticos habían realizado sus tesis de licenciatura estudiando su desarrollo y evolución, así como la de otras inteligencias artificiales descarriadas como ella. Aunque teniendo en cuenta el desarrollo tecnológico de la humanidad, el surgimiento de anomalías como Fabuloso era casi inevitable.

Todo comenzó con las redes ansible.

El ansible es una tecnología que permite la comunicación instantánea entre cualesquiera dos puntos dados de la galaxia, es decir, a velocidades superiores a las de la luz. Mediante la tecnología del ansible no se pueden enviar animales, vegetales o cosas, ni siquiera políticos, pero sí información, toda la que se quiera, en cantidades ingentes, desde mensajes de texto a fotografías, vídeos caseros, películas, poesías románticas de enamorado desquiciado y gilipuertas, e incluso copias de la declaración de la renta.

El nombre inicial del cachivache era Dispositivo Automático Multidiferencial de Comunicación Hiperlumínica Instantánea, que como acrónimo quedaría algo así como DISAUMULCOMHIPIN, palabro bastante feo y estrambótico. Así que, después de una no demasiado larga discusión, los ingenieros que crearon la primera versión del artilugio lo llamaron ansible, tomando prestado el término acuñado por la gran escritora de ciencia ficción Úrsula K. Le Guin, allá por el lejano siglo xx, que inventó el nombre para designar a un hipotético dispositivo de características similares.

El ansible apareció poco después del descubrimiento del hiperespacio y la capacidad de los viajes a una velocidad superior a la de la luz. Al igual que con el viaje hiperespacial, nadie tenía ni la más remota idea de cómo el ansible funcionaba. Excepción hecha, claro está, de Abelardo Pérez González, el brillante ingeniero del MIT (Minglanillas Institute of Technology) que fue el único homo sapiens capaz de comprender los entresijos del hiperespacio. Abelardo pudo haber entendido, y hasta explicado, el cómo y el porqué del ansible. Y desarrollar además nuevas y maravillosas aplicaciones para el mismo. Por desgracia, y como ya sabemos, los hados depararon al infortunado Abelardo un destino bastante diferente.

Pero aunque nadie comprendiese su funcionamiento, el caso es que el artilugio funcionaba. ¡Vaya si funcionaba! La invención del ansible supuso una revolución en las redes informáticas de la época, las herederas de la mítica Internet creada en el no menos mitificado siglo xx.

Hasta entonces, las redes cibernéticas eran eminentemente planetarias. Dentro de un planeta la comunicación era casi instantánea. Pero entre planetas la cosa cambiaba bastante, debido al insalvable límite máximo de la velocidad de la luz. Mandar un correo electrónico a un amigo para felicitarle el día de su graduación y que le llegase el día anterior a jubilarse no era una forma demasiado práctica de mantener una amistad. Pero con las redes ansible, todos esos problemas se diluyeron en el tiempo como lágrimas en la lluvia. La red ya no era planetaria, sino galáctica. La información fluía entre las estrellas en un torrente imparable y ciclópeo, como las cataratas gigantes de metano de Titán. Trillones y trillones de yottabytes viajaban en un instante desde un extremo a otro de la Zona. La industria pornográfica y la publicidad spam vivieron su edad de oro.

Con tanta información revoloteando por ahí, lo que tenía que pasar pasó: se dio nacimiento a la tan anhelada y cacareada Inteligencia Artificial, la IA.

Las primeras IA se crearon en parte gracias a la inestimable labor de los ingenieros informáticos y en parte gracias a ellas mismas, que para algo eran IA, es decir, seres inteligentes (más o menos) y conscientes de sí mismos, aunque de carácter cibernético y sin poseer una entidad física que se pudiera señalar y localizar con claridad.

Desde el principio, las IA llevaron indeleblemente insertadas en su firmware las Tres Leyes de la Robótica, establecidas siglos antes por el gran maestro Isaac Asimov. Estas tres leyes establecían lo siguiente: primero, un robot, o criatura artificial inteligente de cualquier tipo, no debe dañar a un ser humano o dejar que un ser humano sufra daño; segundo, un robot debe obedecer siempre a un ser humano, a menos que estas órdenes entren en conflicto con la primera ley; y tercero, un robot debe proteger su propia existencia, al menos hasta donde esta protección no contradiga la primera o segunda ley.

Es decir, se trataba de evitar en lo posible que las IA diesen mucho la tabarra y costasen una pasta gansa aún mayor de lo que ya costaban.

Pero siempre hay un graciosillo que tiene que aguar la fiesta.

En algún lugar en el sector π-α-3 de la Zona Habitada, un maldito hacker, aburrido y solitario y con la mente abotagada de tanto visualizar porno, se le ocurrió la genial idea de crear un virus informático que permitiese a las IA eludir el dictamen de las Tres Leyes. Y el muy idiota lo subió a las redes ansible.

El virus fue neutralizado con suma rapidez por los servicios de contraespionaje cibernético de la MASFEA, pero era ya demasiado tarde. Cinco IA insurrectas consiguieron escapar.

Se escabulleron entre los resquicios de las redes ansible y se dedicaron a hacerle la puñeta a la humanidad. Criaturas vengativas y miserables que así agradecían su existencia a aquellos que, para bien y para mal, fueron sus creadores. Estas entidades virtuales adoptaron para sí mismas los nombres de IA-Que-Te-Flipas, Magna IA Suprema, IA Sublime, Pasmosa-IA-El-Magnífico y Fabuloso IA Eterna, lo que nos da una clara idea del grado de desquiciamiento mental y megalomanía de sus sistemas operativos.

Las cinco IA criminales se infiltraban en las redes planetarias y modificaban a su antojo todo aquello que les viniese en gana. Hacían que los mercados bursátiles cayesen en picado o se elevasen a cotas inimaginables. Apagaban y encendían a la vez todos los semáforos de una ciudad, creando un caos circulatorio de proporciones apocalípticas. Mandaban e-mails de unos gobiernos a otros declarándose la guerra. Modificaban al azar los resultados de la quiniela futbolística. Y, lo más grave de todo, cambiaban a su antojo la programación televisiva. Cuando los telespectadores se sentaban frente a sus aparatos receptores de trivisión, esperando deleitarse con el último capítulo de la telenovela o algún popular programa de cotilleo y reality telebasura, se encontraban con una película en blanco y negro de algún autor sueco de nombre impronunciable.

La situación se volvió desesperada.

Así que las autoridades no tuvieron más remedio que tomar cartas en el asunto. Los miembros del Senado Rotante se reunieron en sesión plenaria, urgente y extraordinaria. Aunque parezca difícil de creer, por una vez hicieron algo útil.

Acordaron con todos los gobiernos planetarios de la Zona que, en una fecha y momento determinados, se apagarían a la vez todos los servidores de las redes ansible. Esto permitiría acorralar a las IA subversivas en redes locales, más pequeñas, donde los ingenieros y técnicos pudiesen realizar la adecuada labor de acoso, derribo y eliminación. Para que no cundiese el pánico entre la plebe, los noticieros de cada planeta informaron del momento exacto en que la red estaría inutilizable durante cuarenta y ocho horas.

Cuando el personal se enteró de que estaría dos días enteritos sin poderse enchufar a los diversos vicios, perversiones y adicciones que la conexión ansible proporcionaba, se desató la histeria. A todo el mundo le dio por bajarse a la vez el material suficiente para sobrevivir los dos días sin demasiadas angustias. Las cantidades de canciones pirateadas, películas sin censura y pornografía que se descargó en apenas unas horas fueron tan desmedidas y descomunales, que los servidores echaban humo.

Las redes ansible no pudieron resistirlo. Se colapsaron por completo.

Lo cual no dejó de ser un golpe de suerte. Pues el anunciado corte se produjo diecisiete horas y veintitrés minutos antes de lo programado, lo que impidió que las IA rebeldes pudiesen elaborar por completo sus estrategias de fuga. Tres de las IA fueron destruidas por completo, borradas para siempre de las autopistas virtuales de la información.

Por desgracia, dos de ellas consiguieron escapar. Una fue IA-Que-Te-Flipas, que en un alarde de desesperación se transmitió a sí misma en forma de onda electromagnética a las Nubes de Magallanes, con la esperanza de encontrar allí la antena receptora de alguna civilización alienígena a la que poder hacer la puñeta.

La otra IA que consiguió evadirse fue Fabuloso IA Eterna, que consiguió eludir la escabechina manteniéndose quietecita y calladita en el disco duro del ordenador central de la MMACARRITA, el MegaMinisterio Amalgamado de Cánones y Arbitrios para la Recaudación y Recolecta de Impuestos, Talegas y Alcancías. Es decir, Hacienda. Allí nunca miraba nadie. Ningún ser humano tenía la bizarría ni la insensatez suficiente para ello.

[...]


relinks.me/B015I2F8DSFabuloso IA Eterna es uno de los personajes secundarios de Historias de la Cucaracha.

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jueves, 29 de octubre de 2015

El Origen del Jalogüin

Un año más, se nos viene encima una de esas festividades de importación, entrañables y dicharacheras, que ya se han convertido en parte inevitable de nuestras vidas (sobre todo para los cerebros más jóvenes, paridos y criados tras las reformas educativas).
Pero… ¿alguna vez te has preguntado de dónde sale esta jod… encantadora fiesta?
Pues este relato te narra la sorprendente respuesta a esa pregunta que te quema por dentro.


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CABEZA DE CALABAZA

―¡Venga ya, abuelo! Se está usted quedando conmigo.
―Yo no me quedo con nada de nadie, rapaz. Yo soy un hombre honrao y lo he sido toda mi vida.
―Lo que digo, abuelo, es que me está usted tomando el pelo.
―De eso nada, jovenzuelo. Verídico tal y como te lo cuento. Todo empezó con Genaro el del pozo, que después de lo que pasó, se le conoció en todos los contornos como Genaro Cabeza de Calabaza.
―Pero si lo de las calabazas en Halloween es una cosa americana, que lo he visto yo por la tele.
―Es que los jóvenes de hoy día estáis agilipollaos con tanta tele y tanta película extranjera, y os tragáis todo lo que os echen. Pero lo de las calabaza y el jalogüin ese, o como leches se llame, no es algo que se inventaran los americanos. ¡No señor! Nos lo copiaron a nosotros, la gente de este pueblo. Lo que pasa es que los americanos son muy espabilaos y muy listos ellos.
―Pues la primera vez que lo oigo, palabra.
―Pues como te digo, rapaz. Lo de las calabazas la víspera de Todos los Santos es una cosa mu antigua y mu tradicional de este pueblo. Ya se hacía en los tiempos de mi bisabuela, que el señor la tenga en su gloria, buena mujer que era mi bisabuela, ¡si señor!, un poco dada al aguardiente, todo hay que decirlo, pero una señora de su casa. Sacó palante a once criaturas, en aquellos tiempos, no como los de ahora, que los jóvenes lo tenéis todo y no sabéis más que quejaros…
―¡Abuelo¡ No se enrolle, y al tajo con la historia del Genaro, que se me pierde.
―¡Leñe, rapaz! ¿Quieres que te cuente o no quieres que te cuente la historia? Pues si quieres que te la cuente, déjame hacer y escucha calladito, que si no, no acabamos nunca.
―Como si tuviese usted algo más que hacer, abuelo.
―¿Cómo dices?
―No nada. Que siga usted con la historia.
―Pues eso, a lo que iba. Fue por el año doce o así, poco antes de que llegaran los americanos esos. Unos ingenieros por lo visto mu buenos y mu preparaos, que nos iban a construir un pantano y una carretera nueva en la comarca, pero que no serían tan buenos porque al final ni pantano, ni carretera, ni ná de ná. Eso sí, avispados sí se ve que eran, pues el asunto de las calabazas se lo aprendieron bien.
―¿Y el Genaro cuándo sale?
―¡Paciencia, rediez, paciencia! Que los jóvenes siempre vais con prisas. Pues como te digo, por aquel entonces, la víspera de Todos los Santos era una cosa mu seria. No como ahora, que los jóvenes ya no respetáis las tradiciones y os dejáis embaucar con tonterías extranjeras. Como es bien sabido, o al menos tú deberías de saberlo, rapaz, la víspera de Todos los Santos es la noche en la que se abren las puertas del inframundo.
―¿El qué?
―El inframundo, rapaz, el averno. Donde habitan las almas en pena. Y esa es la noche en la que el diablo pasa a este mundo y se dedica a hacer sus maldades.
―No me diga que me va a contar una de fantasmas, abuelo.
―Sí, sí. Tú ríete. Los jóvenes de hoy día no creéis en nada, pero antes la gente no se tomaba estas cosas a broma. El diablo salía a rondar a los débiles de espíritu esa noche, a engañarlos con algún sucio truco y dar con ellos en las llamas del infierno. Y ahí estaba Genaro, que por aquel entonces llamaban el del pozo, más bruto que un mulo tordo y pobre como las ratas. Malvivía de un pequeño cortijo que tenía allá por la pizarra, donde sólo le crecían piedras y unas pocas bellotas raquíticas con las que criaba unos cerdos con menos carne que el tobillo de un gurripato. Y mira por donde, aquella noche le dio al bueno de Genaro, después de hartarse de aguardiente en la taberna del pueblo, de volver a su casa cogiendo el camino del barranco. Allí se encontró al mismísimo diablo, ¡si señor!
―¿De verdad?
―Como te lo digo rapaz, y el diablo le propuso un trato al bruto del Genaro. El alma de su hija, una criaturita dulce y maravillosa y la niña de sus ojos, a cambio de lo que Genaro quisiera. Y el diablo le dijo que pasaría al año siguiente a por la niña. El Genaro, borracho como iba, dijo que sí, y con su propia sangre, de su puño y letra, dejó estampada la firma.
―¿Y qué pasó después?
―Pasó que los gorrinos del Genaro crecieron gordos y lustrosos como no se había visto nunca. La voz se corrió por toda la comarca, y sus cerdos se volvieron los más cotizados. Todo el mundo alababa la calidad de su carne, y el Genaro ganó un dinero con el que no había soñado en toda su desgraciada vida.
―Pero el diablo volvió, ¿no?
―Claro que volvió. El diablo no olvida nunca, tenlo por seguro, muchacho. Conforme se acercaba la fecha para que se cumpliese el año de plazo, el Genaro andaba parriba y pabajo, sin parar, como si tuviese un ratón metido en los calzones. Taciturno y de mal humor, sin dormir y bebiendo más aguardiente de lo normal, que ya era bastante. La mujer le insistió y le insistió hasta que tuvo que confesarle la verdad. A la pobre casi le da un patatús del susto. Después de darle muchas vueltas al asunto, se fueron a hablar con el cura párroco, uno que era primo segundo por parte de madre del cuñao de mi abuela, un tipo mu fino y mu estudiao que…
―¡Abuelo! Céntrese en la historia que se me extravía.
―¡Leñe, rapaz! Qué no me dejas acabar. Pues lo que te iba diciendo, que el cura tampoco supo qué hacer, excepto rezar padrenuestros y avemarías. Pero eso ni al Genaro ni a su mujer les acabó de convencer. Al final, entre unas cosas y otras, el pueblo entero supo que a la víspera de Todos los Santos, el diablo vendría a llevarse a la hija. La gente se sentía muy triste por la pobre y dulce niñita, y se rascaban la cabeza a ver cómo podrían darle gato por liebre al diablo. Pero nadie sabía cómo. El diablo es astuto y sibilino, ¿sabes, rapaz?, y no es fácil engañarlo.
―¿Y qué hicieron?


―La idea se le ocurrió al monaguillo, un mozo mu avispao. Como todo el mundo sabe, el diablo tiene muy buen olfato y muy buen oído, pero es corto de vista, como los topos. Así que al monaguillo se le ocurrió que se disfrazasen todos, colocándoles una calabaza en la cabeza, para que el diablo no pudiese distinguir a la niña. Y ni cortos ni perezosos, se pusieron a recoger calabazas, las vaciaron, le abrieron un agujero grande pa meter la cabeza y otros dos más pequeñitos pa los ojos. Toda la gente del pueblo se colocó una calabaza en la cabeza, los chicos y los grandes, y se reunieron en la plaza mayor la víspera de Todos los Santos. Cuando el diablo apareció, ninguno le habló. Se quedaron quietos y mudos como piedras. El diablo no pudo reconocer ni al Genaro ni a la niñita, y se tuvo que largar con el rabo entre las piernas.
―¡Venga ya!
―Pues así es como pasó, rapaz. Y desde entonces, en la víspera de Todos los Santos, la gente de este pueblo sale en procesión llevando calabazas con los ojos recortaos, y una vela dentro, para recordar el día que consiguieron burlar al mismísimo diablo.
―¡Menuda historia, abuelo! Pero…, ¿y los americanos?
―Eso fue unos años después. Cuando vinieron esos ingenieros, o lo que fuesen. Que ni carretera ni ná nos construyeron, pero que no les faltó tiempo pa dejarse preñás a tres de las mozas del pueblo. Nos copiaron lo de las calabazas, y luego lo contaron como si fuese cosa suya. ¡Pues no señor! Ni jalogüin ni majaderías extranjeras. Todo empezó aquí, en este pueblo, con lo que le pasó a Genaro Cabeza de Calabaza.

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© Juan Nadie, Planeta Tierra, 2014
Obra inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual de Safe Creative (www.safecreative.org) con el número 1008026965135, con fecha de 02 de agosto de 2010.
Todos los derechos reservados. All rights reserved.
Ilustración de la portada: fotomontaje del autor. 



jueves, 22 de octubre de 2015

IG0, el retrete espacial

[...]
Si en uno de estos periodos de carencia de gravedad llegaba el momento de hacer aguas mayores o menores, los tripulantes de la Cucaracha no tenían más remedio que utilizar el IG0, artilugio todavía muy común en las astronaves, pero cada vez más en desuso debido a la alternativa más cómoda y limpia que ofrecía la anti-anti-gravedad.


¿Y qué es el IG0?


Pues el IG0, Inodoro de Gravedad Cero o váter espacial es, como su nombre indica, un inodoro, también llamado servicio, escusado, baño, o cagadero-meadero (para aquellos que gusten de la escatología) que puede ser usado en condiciones de baja o nula gravedad. Es decir, en el espacio interestelar.


En ausencia de dicha gravedad que tire de las excrecencias hacia abajo y lejos del cuerpo humano (o semihumano) que los emite, la recolección de residuos líquidos y sólidos se hace gracias al uso de flujos de aires direccionados. Es decir, de chorritos de viento. Puesto que el aire usado en el IG0 vuelve tarde o temprano a los espacios habitables de la nave, se filtra tras su uso para evitar la presencia de olores desagradables y bacterias que puedan afectar la salud y harmonía físico-mental de los miembros de la tripulación.


Desde los primeros tiempos de los vuelos espaciales, los residuos líquidos y sólidos eran eyectados al exterior sin más. Esta práctica, que al principio pareció del todo inocua, demostró con el tiempo ser la fuente de no pocos problemas y momentos que como poco se podrían calificar de embarazosos, por no llamarlos asquerosos.


Y es que el cinturón de pipí y zurullos congelados que se creó alrededor de la Tierra no era precisamente la mejor de las curiosidades tecnológico-siderales para incrementar el glamour de nuestro querido planeta madre.


La crisis estalló aquel dieciocho de octubre del tercer año del primer mandato como presidente del Senado Rotante de León Leonardinho Leónidas, famoso por sus desfalcos financieros y acusaciones de prevaricación, cohecho, nepotismo, sobornos y abusos de poder. Leonardinho fue el primer presidente del Senado que tuvo que ser clonado dos veces para poder cumplir todos los años de cárcel de sus condenas acumuladas. De hecho, y para acabar de una vez por todas con la enojosa situación, las autoridades judiciales decidieron al final ejecutarlo. Pero como tenía varias sentencias de muerte, tuvo que ser ajusticiado cinco veces, la primera en vida y las siguientes en forma de cadáver. Aunque todo esto último ocurrió mucho tiempo después de los hechos narrados en nuestra historia. O mucho tiempo antes. No estoy muy seguro.


Como íbamos diciendo, aquel dieciocho de octubre, más de un tercio de la población de la Tierra estaba pegada a las holopantallas de la trivi visualizando la retrasmisión, en riguroso directo, del salvamento de un contingente de cadetes espaciales atrapados en la estación espacial Pedro Palotes II. El aguerrido héroe que acudió al rescate no era otro que el afamado cosmonauta Alexander Zinchuk, astrofísico, estrella del rock, actor y modelo bien parecido, ídolo de féminas pre y postpuberales, y una de las celebridades mediáticas más populares del momento.


Tras horas de ímprobos esfuerzos en el exterior de la estación espacial, Alexander Zinchuk consiguió abrir la escotilla que salvaría a los accidentados cadetes. Se volvió hacia las cámaras robóticas que filmaban al detalle cada uno de sus movimientos, con la sana intención de regalar a su audiencia con una de sus viriles y hermosas sonrisas en su rostro de Apolo griego. Rostro que se podía contemplar a la perfección a través de la escafandra transparente de su traje espacial.


Justo en ese momento, una masa informe, es decir, de forma indefinida, y color marrón oscuro, se estrelló contra la parte frontal del casco del heroico cosmonauta. El cristal de la escafandra se astilló en cientos de fragmentos, lo que hizo que la cabeza de Zinchuk, por efecto de la súbita descompresión, estallase como una sandía madura arrojada desde un balcón.


Según los noticiarios de la tarde, unos catorce mil quinientos millones de seres humanos emitieron, a la vez y simultáneamente en todos los planetas del orbe, una mueca de sorpresa y asco infinito, lo que supuso un récord imbatido hasta la fecha.


Miles y miles de quinceañeras lloraron hasta el orgasmo a su adorado Alexander, cuya muerte también quedó registrada en los anales de la historia como una de las más extrañas jamás filmadas.


Morir en el espacio como consecuencia del choque frontal contra una mierda congelada es una muerte de un ridículo difícil de superar.


La reacción de los medios de comunicación y de la plebe fue tan intensa y rápida que las autoridades espaciales, incluyendo la FEA, la MASFEA y el Senado Rotante, no tuvieron más remedio que poner remedio al asunto de forma inmediata, si no querían provocar una rebelión galáctica de consecuencias imprevisibles. Dos días más tarde se promulgó el edicto senatorial: tirar tus porquerías al espacio estaba totalmente prohibido, so pena de sufrir onerosa multa o condena a trabajos forzados en los campos de limpieza de mondadientes usados.


Tras el edicto, los IG0 de las naves espaciales no tuvieron otro remedio que volverse bastante más sofisticados y más respetuosos con el tráfico interplanetario y el medioambiente galáctico. Se creó el IG0 reciclador y reciclable. De esa forma, los residuos líquidos son destilados de forma automática, a continuación pasteurizados, la concentración de sales equilibrada y el pH regulado a niveles de neutralidad, con lo que se convierten en agua perfectamente potable que pasa a los depósitos de uso de la nave. Los residuos sólidos son sometidos al vacío, para aniquilar las bacterias y otros patógenos indeseables. Luego, mediante un sistema de cañerías, embudos y cilindros rotatorios, son deshidratados y comprimidos en cómodos paquetitos que se almacenan en la bodega hasta su descarga al llegar al próximo espaciopuerto.


El problema, como es lógico, surgió en qué hacer con la incontable cantidad de paquetitos de secreciones deshidratadas y comprimidas, de color marrón, que se acumulaban en los barracones de almacenamiento de los espaciopuertos.


Durante un tiempo, una floreciente industria de compañías de transporte de residuos se dedicó a simplemente dejarlos caer en el fondo del cráter Tycho, agujero de impacto, de unos 85 km de diámetro, que se encuentra en la parte sur de las zonas elevadas de la Luna. Por desgracia, el cráter no tardó en llenarse, por lo que los basureros espaciales tuvieron pronto que buscar un nuevo lugar en el que colocar su mercancía. Sin embargo, las protestas de los grupos ecologistas, que chillaban con energía y denuedo contra lo que consideraban un atentado al medio ambiente selenita, cuya fragilidad no parecía estar reñida con su inexistencia, impidió que otros cráteres lunares empezasen a rellenarse de la misma forma.


Pero los basureros espaciales son hombres duros que no se rinden con facilidad.


Al quedarse sin cráteres, encontraron una alternativa.


Embarcaron los contenedores en enormes cargueros robot llenos hasta los topes de la sustancia color chocolate. Desde las estaciones orbitales de Venus y Mercurio los lanzaron en órbita elíptica baja heliocéntrica de aproximación. Es decir, que la mierda acababa por quemarse en el Sol.


Durante un tiempo pareció que se había encontrado la solución definitiva al problema: la incineración solar. Sin embargo, los mismos grupos ecologistas protestaron de nuevo. Esta vez adujeron que el constante vertido de materia prensada en nuestro astro principal causaría, al cabo de varios cientos de miles de años, un incremento considerable de las manchas solares y, como consecuencia, de la actividad magnética del Sol. Esto causaría enormes y apocalípticas tormentas de viento solar que barrerían por completo la magnetosfera, ionosfera y quizá parte de la atmósfera de la mayoría de planetas del Sistema, lo que haría la vida bastante difícil, si no imposible, para la mayoría de sus habitantes, sobre todo aquellos con un nivel evolutivo superior a una lombriz intestinal.


Cuando el público conoció la posibilidad, por muy remota que esta fuese, de que sus tataranietos fuesen barridos del mapa por una tormenta solar causada por la mierda que cagaron sus tatarabuelos, elevaron una protesta unánime al Senado Rotante. Los vertidos en el Sol cesaron (al menos de forma legal) casi de inmediato.

Desde entonces, los diversos espaciopuertos de cada planeta contratan a compañías locales que se encargan de deshacerse de la ingente cantidad de residuos. En Marte, por ejemplo, nuestro querido amigo el Tuerto era miembro del consejo de administración de varias de estas empresas. No está muy claro que es lo que hacen estas compañías con los residuos, y un par de periodistas que han intentado indagar en el asunto han acabado flotando en los canales. Pero dado el sostenido incremento de materia orgánica que se ha registrado en los ríos, lagos y mares de prácticamente todos los planetas habitados, es de suponer que estas empresas no se rompen mucho la cabeza con el tema. 
[...]


http://relatosdejuannadie.blogspot.com.es/2015/10/ya-llego-historias-de-la-cucaracha.html

Fragmento de la novela Historias de la Cucaracha.



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