[...]Con
el tiempo se había acostumbrado a los aberrantes hologramas que la
IA delincuente utilizaba para comunicarse con él. Pero no dejaba de
sentir una punzada de intranquilidad cada vez que lo hacía. Las
capacidades de esa inteligencia artificial desquiciada eran casi
inimaginables, y su demencia y trastorno mental eran más que obvios.
No por nada Fabuloso IA Eterna, como se llamaba a sí mismo en
un escalofriante toque de vanidad, era la entidad cibernética
criminal que estaba en busca y captura en todos los planetas
habitados de la Zona.
La
historia de Fabuloso era harto curiosa. Multitud de informáticos
habían realizado sus tesis de licenciatura estudiando su desarrollo
y evolución, así como la de otras inteligencias artificiales
descarriadas como ella. Aunque teniendo en cuenta el desarrollo
tecnológico de la humanidad, el surgimiento de anomalías como
Fabuloso era casi inevitable.
Todo
comenzó con las redes ansible.
El
ansible es una tecnología que permite la comunicación
instantánea entre cualesquiera dos puntos dados de la galaxia, es
decir, a velocidades superiores a las de la luz. Mediante la
tecnología del ansible no se pueden enviar animales, vegetales o
cosas, ni siquiera políticos, pero sí información, toda la que se
quiera, en cantidades ingentes, desde mensajes de texto a
fotografías, vídeos caseros, películas, poesías románticas de
enamorado desquiciado y gilipuertas, e incluso copias de la
declaración de la renta.
El
nombre inicial del cachivache era Dispositivo
Automático Multidiferencial de Comunicación Hiperlumínica
Instantánea, que
como acrónimo quedaría algo así como DISAUMULCOMHIPIN, palabro
bastante feo y estrambótico. Así que, después de una no demasiado
larga discusión, los ingenieros que crearon la primera versión del
artilugio lo llamaron ansible, tomando prestado el término acuñado
por la gran escritora de ciencia ficción Úrsula K. Le Guin,
allá por el lejano siglo xx,
que inventó el nombre para designar a un hipotético dispositivo de características similares.
El
ansible apareció poco después del descubrimiento del hiperespacio y
la capacidad de los viajes a una velocidad superior a la de la luz.
Al igual que con el viaje hiperespacial, nadie tenía ni la más
remota idea de cómo el ansible funcionaba. Excepción hecha, claro
está, de Abelardo Pérez González, el brillante ingeniero del MIT
(Minglanillas Institute of Technology) que fue el único homo
sapiens capaz de comprender los entresijos del hiperespacio.
Abelardo pudo haber entendido, y hasta explicado, el cómo y el
porqué del ansible. Y desarrollar además nuevas y maravillosas
aplicaciones para el mismo. Por desgracia, y como ya sabemos, los
hados depararon al infortunado Abelardo un destino bastante
diferente.
Pero
aunque nadie comprendiese su funcionamiento, el caso es que el
artilugio funcionaba. ¡Vaya si funcionaba! La invención del ansible
supuso una revolución en las redes informáticas de la época, las
herederas de la mítica Internet creada en el no menos mitificado
siglo xx.
Hasta entonces, las redes
cibernéticas eran eminentemente planetarias. Dentro de un planeta la
comunicación era casi instantánea. Pero entre planetas la cosa
cambiaba bastante, debido al insalvable límite máximo de la
velocidad de la luz. Mandar un correo electrónico a un amigo para
felicitarle el día de su graduación y que le llegase el día
anterior a jubilarse no era una forma demasiado práctica de mantener
una amistad. Pero con las redes ansible, todos esos problemas
se diluyeron en el tiempo como lágrimas en la lluvia. La red ya no
era planetaria, sino galáctica. La información fluía entre las
estrellas en un torrente imparable y ciclópeo, como las cataratas
gigantes de metano de Titán. Trillones y trillones de yottabytes
viajaban en un instante desde un extremo a otro de la Zona. La
industria pornográfica y la publicidad spam vivieron su edad
de oro.
Con
tanta información revoloteando por ahí, lo que tenía que pasar
pasó: se dio nacimiento a la tan anhelada y cacareada Inteligencia
Artificial, la IA.
Las
primeras IA se crearon en parte gracias a la inestimable labor de los
ingenieros informáticos y en parte gracias a ellas mismas, que para
algo eran IA, es decir, seres inteligentes (más o menos) y
conscientes de sí mismos, aunque de carácter cibernético y sin
poseer una entidad física que se pudiera señalar y localizar con
claridad.
Desde
el principio, las IA llevaron indeleblemente insertadas en su
firmware
las Tres Leyes de la Robótica,
establecidas siglos
antes por el gran maestro Isaac Asimov.
Estas tres leyes establecían lo siguiente: primero, un robot, o
criatura artificial inteligente de cualquier tipo, no debe dañar a
un ser humano o dejar que un ser humano sufra daño; segundo, un
robot debe obedecer siempre a un ser humano, a menos que estas
órdenes entren en conflicto con la primera ley; y tercero, un robot
debe proteger su propia existencia, al menos hasta donde esta
protección no contradiga la primera o segunda ley.
Es
decir, se trataba de evitar en lo posible que las IA diesen mucho la
tabarra y costasen una pasta gansa aún mayor de lo que ya costaban.
Pero
siempre hay un graciosillo que tiene que aguar la fiesta.
En
algún lugar en el sector π-α-3 de la Zona Habitada, un maldito
hacker, aburrido y solitario y con la mente abotagada de tanto
visualizar porno, se le ocurrió la genial idea de crear un virus
informático que permitiese a las IA eludir el dictamen de las
Tres Leyes. Y el muy idiota lo subió a las redes ansible.
El
virus fue neutralizado con suma rapidez por los servicios de
contraespionaje cibernético de la MASFEA, pero era ya demasiado
tarde. Cinco IA insurrectas consiguieron escapar.
Se
escabulleron entre los resquicios de las redes ansible y se dedicaron
a hacerle la puñeta a la humanidad. Criaturas vengativas y
miserables que así agradecían su existencia a aquellos que, para
bien y para mal, fueron sus creadores. Estas entidades virtuales
adoptaron para sí mismas los nombres de IA-Que-Te-Flipas, Magna IA
Suprema, IA Sublime, Pasmosa-IA-El-Magnífico y Fabuloso IA Eterna,
lo que nos da una clara idea del grado de desquiciamiento mental y
megalomanía de sus sistemas operativos.
Las
cinco IA criminales se infiltraban en las redes planetarias y
modificaban a su antojo todo aquello que les viniese en gana. Hacían
que los mercados bursátiles cayesen en picado o se elevasen a cotas
inimaginables. Apagaban y encendían a la vez todos los semáforos de
una ciudad, creando un caos circulatorio de proporciones
apocalípticas. Mandaban e-mails de unos gobiernos a otros
declarándose la guerra. Modificaban al azar los resultados de la
quiniela futbolística. Y, lo más grave de todo, cambiaban a su
antojo la programación televisiva. Cuando los telespectadores se
sentaban frente a sus aparatos receptores de trivisión, esperando
deleitarse con el último capítulo de la telenovela o algún popular
programa de cotilleo y reality telebasura, se encontraban con
una película en blanco y negro de algún autor sueco de nombre
impronunciable.
La
situación se volvió desesperada.
Así
que las autoridades no tuvieron más remedio que tomar cartas en el
asunto. Los miembros del Senado Rotante se reunieron en sesión
plenaria, urgente y extraordinaria. Aunque parezca difícil de creer,
por una vez hicieron algo útil.
Acordaron
con todos los gobiernos planetarios de la Zona que, en una fecha y
momento determinados, se apagarían a la vez todos los servidores de
las redes ansible. Esto permitiría acorralar a las IA subversivas en
redes locales, más pequeñas, donde los ingenieros y técnicos
pudiesen realizar la adecuada labor de acoso, derribo y eliminación.
Para que no cundiese el pánico entre la plebe, los noticieros de
cada planeta informaron del momento exacto en que la red estaría
inutilizable durante cuarenta y ocho horas.
Cuando
el personal se enteró de que estaría dos días enteritos sin
poderse enchufar a los diversos vicios, perversiones y adicciones que
la conexión ansible proporcionaba, se desató la histeria. A todo el
mundo le dio por bajarse a la vez el material suficiente para
sobrevivir los dos días sin demasiadas angustias. Las cantidades de
canciones pirateadas, películas sin censura y pornografía que se
descargó en apenas unas horas fueron tan desmedidas y descomunales,
que los servidores echaban humo.
Las
redes ansible no pudieron resistirlo. Se colapsaron por completo.
Lo
cual no dejó de ser un golpe de suerte. Pues el anunciado corte se
produjo diecisiete horas y veintitrés minutos antes de lo
programado, lo que impidió que las IA rebeldes pudiesen elaborar por
completo sus estrategias de fuga. Tres de las IA fueron destruidas
por completo, borradas para siempre de las autopistas virtuales de la
información.
Por
desgracia, dos de ellas consiguieron escapar. Una fue
IA-Que-Te-Flipas, que en un alarde de desesperación se transmitió a
sí misma en forma de onda electromagnética a las Nubes de
Magallanes, con la esperanza de encontrar allí la antena receptora
de alguna civilización alienígena a la que poder hacer la puñeta.
La
otra IA que consiguió evadirse fue Fabuloso IA Eterna, que
consiguió eludir la escabechina manteniéndose quietecita y
calladita en el disco duro del ordenador central de la MMACARRITA, el
MegaMinisterio Amalgamado de Cánones y Arbitrios para la Recaudación
y Recolecta de Impuestos, Talegas y Alcancías. Es decir, Hacienda.
Allí nunca miraba nadie. Ningún ser humano tenía la bizarría ni
la insensatez suficiente para ello.
[...]
Fabuloso
IA Eterna es uno de los personajes secundarios de Historias de la Cucaracha.
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en la portada de la novela si quieres saber más,
tanto en formato papel como
electrónico.
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