En estos días que se nos echan encima, nos acechan a la vuelta de la esquina, nos empechan con inquina y nos empachan con sordina…
Ya
casi estamos en Navidad, esa entrañable época del año llena de ñoñería,
consumismo, buenos deseos y lucecitas de colores. Porque seamos sinceros, estas
cordiales festividades tienen cosas que las convierte un auténtico peñazo,
¿verdad? Vamos, que al final acabas deseando que a ese malnacido de Papá Noel y a esos desgraciados de los Reyes Magos les reviente el hígado de
una vez.
Es
en este momento del año que, como cada año, vuelve a nosotros con pérfida
insistencia, cuando lo mejor que podemos hacer es disfrutar del más portentoso
relato navideño que han contemplado los siglos (poco más o menos).
Pero
si en algo se caracterizan los relatos de Juan Nadie, es por su falta de ñoñería, gazmoñería
y mojigatería. No encontrarás aquí escenas lacrimógenas y sentimentales, llenas
de paz, amor, buena voluntad, finales felices y perdices.
Pues
si quieres aliviarte un rato con una versión
alternativa de la Navidad, aquí tienes este relato.
Si
pinchas en la portada, podrás leerle en Wattpad.
Y como premio
especial navideño, el relato es COMPLETAMENTE GRATIS
0,00 €
AVISO: Ten cuidado
de no salpicarte demasiado con la sangre.
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DUELO A MUERTE EN EL PORTAL DE BELÉN
Gaspar y Melchor se desplazaban con
cautela entre las silenciosas tiendas y los apagados escaparates del inmenso
centro comercial. Eran las dos y diez de la mañana y los dos hombres mostraban
un rostro ceñudo y profundamente concentrado. Gaspar llevaba una
Smith&Wesson semiautomática, con una capacidad para ocho balas de 9mm, con
un alcance efectivo de 50 metros. Melchor portaba, una en cada mano, dos Walter
P-22 Target de cañón extra largo de 127mm, calibre .45 y cargador con capacidad
para diez tiros. Quería estar seguro de tener suficiente munición para acabar
con su enemigo.
—Según los últimos informes, el gordo
rojo vendrá aquí esta noche para hacer un muestreo de las últimas tendencias en
juguetes y regalos. Estará solo, y como lleva el trineo vacío, sólo traerá a esa
mala bestia de Rudolf con él. Baltasar se encargará del maldito reno —dijo
Melchor en voz baja.
—Espero que los informes sean
fiables —respondió Gaspar.
—Lo son, tenlo por seguro. Nuestra
fuente ya nos ha demostrado otras veces su fiabilidad. Además, ya sabemos de
años anteriores que unos días antes de Navidad el gordo visita los grandes
centros comerciales en varias ciudades importantes. El muy cabrón siempre ha
estado un paso por delante de nosotros en cuanto a estrategias de marquétin.
Más de la mitad de su ejército de aborrecibles duendecillos se dedican exclusivamente
a hacer estudios de mercado y proyecciones de ventas. Ese es uno de los
factores que han hecho que, en los últimos cincuenta años, hayamos perdido
terreno frente a él de una manera constante. Cada vez son más las personas,
sobre todo los niños, que les piden sus regalos a Santa Claus, y no a los Tres
Reyes Mayos. Pero eso se acabó, este año va a ser el último que el rojo panzón
nos hace la puñeta. Vamos a acabar con él de una vez por todas. Nuestra espía
nos pasó la información hace dos días. Esta noche el gordo vendrá aquí y
nosotros le estaremos esperando —dijo Melchor con una cruel sonrisa en el
semblante.
Los dos magos doblaron con cautela
la esquina de uno de los pasillos del enorme edificio comercial.
—¿No nos encontraremos a alguno de
los guardias de seguridad? —preguntó Gaspar.
—No te preocupes. Aquí no hay
guardias durante la noche. La seguridad la controlan a través del circuito
interno de cámaras de televisión.
—Entonces podrán vernos.
—Si, por supuesto. Pero trata de
explicarle a la policía que has visto a los Tres Reyes Magos, armados con
pistolas, asaltando de madrugada un centro comercial —replicó Melchor con
sorna.
Gaspar le devolvió una sonrisa de
complicidad.
Caminaron despacio por la tercera
planta del edificio, donde se encontraban la mayoría de las jugueterías y
tiendas de artículos infantiles.
—Ese cabrón debería de andar por
aquí —comentó Melchor—. A fin de cuentas, esta es la sección que más le
interesa. Espero que no…
El tableteo de una ametralladora
retumbó en el silencio de las galerías. Los escaparates detrás de Melchor y
Gaspar estallaron en miles de fragmentos de cristal que cayeron al suelo con
una extraña musicalidad.
—¡A cubierto! —gritó Melchor—.
¡Corre!
Melchor levantó la mano y disparó
tres rápidos disparos sobre el escaparate de una tienda de ropa y accesorios
para embarazadas. El cristal se hizo añicos. Los dos magos se lanzaron al
interior de la tienda y se parapetaron detrás del mostrador.
—¡El maldito tiene un subfusil! —exclamó
Melchor con rabia—. Por poco nos deja fritos el hijo de mala madre. ¿Te das
cuenta Gaspar? El gordo va armado y nos ha sorprendido. Eso quiere decir que
nos estaba esperando. ¿Cómo es posible que haya sabido…? —Melchor miró a su
compañero—. ¡Oh Dios mío, Gaspar! ¡Gaspar!
El fornido rey blanco estaba
tendido en el suelo, la cabeza apoyada contra el mostrador de la tienda. Una
mueca de dolor desfiguraba su rostro y respiraba con dificultad. Se agarraba el
pecho con una mano crispada. Gruesos hilos de sangre caliente se escapaban
entre sus dedos.
Melchor se dio cuenta que su
compañero tenía varios impactos de bala. Además de la herida en el pecho,
Gaspar sangraba por el hombro, la cadera y el muslo. Su cara tenía un
ceniciento color pálido.
—Me… me ha alcanzado, Melchor —dijo
Gaspar con esfuerzo. Tosió con violencia y una bocanada de sangre oscura manchó
su siempre impoluta y radiante barba blanca.
El horror se dibujó en la cara de
Melchor.
—No te preocupes, Gaspar. No es tan
malo como parece —dijo el pequeño rey mago de tez cetrina sin demasiada
convicción—. Sólo tienes que aguantar un poco. Acabaré con ese gordo hijo de
puta en un minuto y te llevaré enseguida a un hospital. En unos días estarás
como nuevo.
—Me parece que estas Navidades no
voy a poder ayudaros con el reparto de regalos —la voz de Gaspar era apenas un
susurro.
—No digas tonterías. Aguanta,
hombre. Saldremos de esta.
Gaspar intentó hablar de nuevo,
pero ningún sonido salió de su garganta. Emitió un último estertor y dejó de
respirar. Su cuerpo se relajó y su cabeza cayó desmayadamente sobre su pecho.
Melchor se quedó durante unos
minutos en silencio, de rodillas junto al cuerpo de su compañero. Gruesos
lagrimones rodaron por su moreno semblante.
Apretó los dientes con fuerza y
agarró sus armas.
Una risa estridente y profunda
resonó en las amplias galerías del centro comercial.
—¿Qué os ha parecido la sorpresa,
reyezuelos? Apuesto a que no os esperabais esto —gritó Santa Claus desde el
fondo del pasillo.
Melchor salió de la tienda andando
muy despacio. Su rostro era una máscara de hierro. El odio y la determinación
brillaban en sus pupilas. Se plantó en medio del pasillo, las piernas
ligeramente abiertas, los brazos a lo largo del cuerpo con las enormes pistolas
en la mano.
—Sal y da la cara si te abreves,
gordo del demonio —retó Melchor.
El eco de las pisadas retumbó como
zambombazos en los oídos de Melchor. Papá Noel se paró al otro lado del
pasillo, desafiante; una cínica sonrisa deformaba su oronda cara. Llevaba su
traje habitual, rojo y blanco. La blanca borla de su gorro resultaba
incongruente con el moderno fusil Kalashnikov AK-47, calibre 7.62mm y cadencia
de disparo de 600/minuto, que portaba cruzado sobre el pecho.
—¿Dónde está tu amiguito Gaspar? —preguntó.
—Ha muerto —espetó Melchor.
—Vaya. Cuanto lo siento. Bueno. La
verdad es que no lo siento en absoluto. De hecho, esa era mi intención cuando
disparé —rió el de rojo.
—¿Cómo sabias que veníamos? —preguntó
Melchor con amargura.
—La puta que colocasteis entre mi
gente no trabajaba para vosotros. Trabajaba para mí. Era un agente doble. Me
informó con todo detalle acerca de vuestros planes para esta noche. Al
principio pensé simplemente en no aparecer, o irme a otro centro comercial.
Pero luego decidí que era mejor esperaros y prepararos una sorpresita. La
verdad es que estoy cansado de esta estúpida competencia que mantenemos desde
hace siglos. Me pareció una buena oportunidad de acabar de una vez por todas
con esta enojosa situación.
—Maldito cabrón.
—Vamos, Melchor. ¿Dónde está tu
profesionalidad? Sois vosotros los que habéis tratado de matarme. Y la verdad,
me parece patético. Estáis acabados. Habéis ido perdiendo terreno sin parar en
los últimos años. Vuestro final es irremediable. Lo de esta noche sólo es un
desesperado intento que confirma vuestro fracaso. Las Navidades son mías, cada
año más. Pronto los Tres Reyes Magos sólo serán un borroso recuerdo— señaló Santa
Claus con orgullo y desprecio.
—¡Nosotros llegamos primero!
Durante siglos hemos sido el símbolo de la Navidad en la mayor parte del mundo civilizado —chilló
Melchor.
—¡Pero no habéis sabido manteneros
en la cima! —replicó Santa con rabia— Podíamos haberlo hecho juntos; podíamos
habernos ayudado. Pero no, erais demasiado egoístas, queríais la gloria para
vosotros solos. Ahora yo soy el símbolo de la Navidad.
Los dos hombres se miraron el uno
al otro con odio durante lo que pareció una eternidad pero que no debió de ser
más de unos segundos. El silencio se cristalizó entre ellos en el pasillo del
centro comercial.
—¿Dónde está Baltasar? —preguntó al
fin Melchor.
—Mi querido Rudolf lo estaba
esperando en la azotea del centro comercial. Rudolf es una excelente mascota,
¿sabes? Tiene capacidades que no te puedes imaginar. A estas alturas, el jodido
negro estará haciéndole compañía al bueno de Gaspar.
Melchor lanzó un alarido de rabia,
levantó los brazos, apuntando con sus armas al hombre de rojo, y se lanzó en
una frenética carrera hacia su enemigo, sin dejar de disparar ni de gritar. Santa
Claus levantó la ametralladora, afianzó los pies en el suelo y sin tan siquiera
pestañear apretó el gatillo.
Los 7.62mm del Kalashnikov hicieron
bailar en el aire el pequeño cuerpo de Melchor. Varios de los proyectiles
afectaron casi simultáneamente a diversos órganos vitales, causándoles daños
irreversibles. Antes de caer al suelo, el rey mago estaba muerto.
Una de las balas calibre .45 de la Walter de Melchor impactó
en el cuello de Santa, pulverizó su nuez de Adán, le desgarró la laringe y
destrozó la cuarta y quinta vértebras cervicales al salir por el cogote.
El gordo se llevó la mano al
cuello. Copiosos borbotones de sangre manaban sin cesar de la horrible herida.
Intentó respirar, pero sólo consiguió que más sangre manara de su boca.
Comprendió que era el final. Cayó con pesadez al suelo, estrellando la cabeza
sobre las pulidas baldosas del pasillo. Al cabo de un minuto dejó de moverse.
A la mañana siguiente la luz del
ascensor se encendió en el tercer piso. La puerta se abrió y del cuadrangular
espacio salió una mujer vestida con un mono azul pálido, aura de apatía y cara
de sueño, empujando un carrito que portaba diversos utensilios de limpieza. Se
quedó un momento parada, lo ojos abiertos como platos ante el espectáculo que
se ofrecía ante ella.
—Malditos vándalos, ya han vuelto a
asaltar el centro comercial durante la noche —refunfuñó para su coleto—. ¿A ver
quién coño limpia ahora todo esto?
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© Juan Nadie, Planeta Tierra,
2016.
Obra inscrita en el Registro de
la Propiedad Intelectual de Safe Creative (www.safecreative.org) con el número 1102228556501, con fecha de 22 de febrero de
2011.
Todos los derechos reservados.
All rights reserved.
Ilustración de la portada:
fotomontaje del autor.
NOTA: Este relato consiguió una
mención especial del jurado, y fue seleccionado para ser incluido y publicado
en la antología «No más turrón por favor»,
en enero de 2008, una antología de relatos navideños cargados de humor negro.
Con lo tierno que es Santa Claus, verle manar sangre por la garganta es de lo más impactante. ;)
ResponderEliminarPues sí, Santa Claus y los Reyes Magos tiroteados y sangrando es puro espíritu navideño, jeje.
ResponderEliminarUn saludo,