En el vacío del espacio, nadie
puede oír tus gritos.
Eso es lo que dicen. Pero no es
cierto.
Cualquiera que se haya subido
alguna vez a una nave estelar y haya surcado las inmensidades del espacio
exterior lo sabe.
Siempre habrá alguien que puede escuchar
tus gritos.
Ese alguien eres tú.
Y de ti mismo, no puedes escapar.
Un relato corto de Juan
Nadie con temática de ciencia ficción un tanto sombría y tenebrosa.
Pincha en la portada y podrás bajarte el PDF gratis (pero
recuerda, no debes gritar).
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EL LADO OSCURO DE LA LUNA
Encontrarse un cadáver no es la cosa más inusual que pueda
ocurrir. Tarde o temprano, todo el mundo muere. Y temprano o tarde, el muerto
es encontrado por alguien, si es que ese alguien no se encontraba ya al lado
del muerto cuando éste aún no había empezado a serlo. Así que hallar un
cadáver, si bien no es algo que le ocurra cada día al común de los mortales,
tampoco es algo de una remotísima probabilidad. Lo insólito en este caso fueron
las particulares circunstancias del evento. El dónde y el cómo Robert Bishop se
encontró con un cadáver, completamente muerto y completamente desconocido, en
aquella mañana del mes de abril del año 2119. Robert Bishop se encontraba a
bordo de la Solaris7, una nave de prospección minera interestelar que orbitaba
alrededor de Rea, una de las lunas de Saturno, a 1.277.988.900 km de la Tierra,
y de la que él era el único tripulante.
Robert estaba realizando sus ejercicios matutinos de footing, matutinos según el calendario y
horario marcianos de la nave, por supuesto. Corría alrededor del fuselaje
interno de la Solaris7, gracias a la gravedad artificial que proporcionaba la
continua rotación de la nave alrededor de su eje central. Fue entonces cuando
encontró el cadáver. Estaba allí, en medio del corredor. Era un hombre. Vestía
el familiar mono de color grisáceo habitual en los mineros espaciales, con el
logotipo de la compañía sobre el lado izquierdo del pecho y la insignia con su
rango y nombre en el derecho. Tendido boca arriba, los brazos algo separados
del cuerpo, y los ojos abiertos y fijos en la miríada de tubos y cables que
cruzaban el techo. Por la entreabierta boca asomaba la punta de una lengua
color rojo oscuro.
El inesperado encuentro hizo que Robert Bishop vacilara
durante unos instantes en su carrera y casi trastabilló, pero se recuperó con
rapidez. Saltó con elegancia por encima del cadáver y continuó con sus
ejercicios alrededor del cilindro rotante de la nave.
¡Jodido síndrome de Robinson Crusoe!, murmuró por lo bajo.
Aunque la comunidad médica la conocía como alucinación
inducida por aislamiento confinado de larga duración, las ratas del espacio,
como les gustaba llamarse a sí mismos a los mineros espaciales, lo llamaban el
síndrome de Robinson Crusoe.
Desde la base central en Marte, donde estaba el cuartel
general de la compañía dedicada a la explotación minera del Sistema Solar,
hasta las lunas de Saturno, suponía para Robert Bishop un viaje de casi dos
años. Seis meses más de exploración en las lunas del gigante anillado, buscando
nuevos yacimientos, y dos años de vuelta a casa tras aprovechar el impulso
gravitacional del gran planeta gaseoso. Una vida de confinamiento en el
reducido espacio vital de una nave que surcaba indefensa la enormidad del
espacio, con sólo ocasionales y dificultosas conversaciones (más de una hora de
intervalo entre cada réplica) con los seres queridos en el planeta madre. Cualquier
ser humano que pase todo ese tiempo sin contacto directo con sus semejantes
acaba por sufrir alucinaciones.
A todas las ratas del espacio les ocurre. Tarde o temprano,
un amigo imaginario aparece de la nada, materializándose de súbito en la nave, para
alivio de la soledad y el aburrimiento. Se trata de una alteración más o menos
benigna y por completo reversible. Nada que no se cure con un par de semanas en
un centro psiquiátrico y un buen cóctel farmacológico tras la vuelta a casa.
A Robert Bishop le encantaban las historias policíacas de
suspense, de esas con crímenes y detectives de sombrero torcido y gris
gabardina que se situaban en el lejano siglo XX. Combatía las largas y vacía
horas devorando las novelas del género que se encontraban en la base de datos
de la nave. Así que su alucinación, en vez del usual amigo imaginario, amistoso
y charlatán, o la chica mona y simpática de curvas generosas, se había
materializado en forma de cadáver desconocido y misterioso.
¡Por supuesto! No podía ser de otra forma, se dijo Robert a
sí mismo con una media sonrisa que quiso ser una mueca irónica.
Durante los primeros días intentó ignorarlo, suponía que
acabaría por desvanecerse en cualquier momento. Ni siquiera se molestó en
preguntar al ordenador central de a bordo. Ya sabía cuál sería la respuesta de
la máquina: el único ser humano, vivo o muerto, presente en la Solaris7 era él
mismo. Ni tan siquiera mencionó el incidente en el último informe rutinario que
mandó a la base de la compañía minera en Fobos City.
El problema fue cuando el cadáver empezó a oler.
Aguantó el hedor todo lo que pudo, pero al fin se decidió. Reprimió
una mueca de asco cuando se acercó al muerto. La piel había adquirido un
desagradable tono purpúreo. Empujó al hombre con el pie y pudo sentir la
solidez del cuerpo a través del tejido de su bota.
Eso le hizo sentirse tremendamente desconcertado. Se supone
que las alucinaciones son incorpóreas, pensó.
Miró al cadáver con el ceño fruncido. El hombre muerto
parecía tener una fea herida en la sien derecha. Costras de sangre reseca y
negruzca rodeaban la lesión, en cuyo centro se podía apreciar asomando el
blanco de los astillados huesos craneales.
Tras unos minutos de cavilación comprendió que para sentir a
su alucinación como algo sólido, debía hallarse en una fase muy avanzada del
síndrome. Pero Robert Bishop no era un hombre que se dejase amilanar con
facilidad. No en vano era uno de los mineros veteranos más avezados de todo el
sistema.
Se puso los guantes y el casco del traje espacial que usaba
para sus incursiones en el exterior de la nave. Eso lo protegería del asqueroso
olor y del aún más desagradable contacto. Envolvió el cadáver con varias piezas
de la tela plástica que se utilizaba para la recogida de muestras minerales y
lo arrastró hasta el gran congelador de las cocinas. Al salir se fijó en varios
bultos grandes, envueltos en plástico, que se encontraban al fondo de la cámara
bajo cero. Creía saberse de memoria la lista de víveres a bordo, pero no pudo
recordar que había dentro de aquellos alargados paquetes. Se dijo a sí mismo
que lo averiguaría más tarde.
Al día siguiente, cuando realizó de nuevo sus ejercicios
matutinos, el pasillo estaba vacío. No más encuentros con cadáveres imposibles.
Sonrió muy satisfecho de sí mismo.
***
17 Junio 2120
Prospecciones Mineras
Interestelares S.A.
Marte, Fobos City,
INFORME CONFIDENCIAL
Asunto: Incidente Solaris7
Nave: Solaris7,
#XPS-147, tipo estándar modificado clase C de exploración minera en el Sistema
Exterior. Tripulación usual de seis miembros, tres hombres y tres mujeres, al
mando de la capitana e ingeniero astroespacial Jelena Jorensen.
Resumen del Incidente: El
día 9 de Mayo del presente año, la nave Soralis7 fue detectada navegando a la
deriva a 6.500 km del borde exterior del Cinturón de Asteroides. Hacía más de
un año del último contacto con la nave. Avisadas las autoridades, la policía de
la flota interestelar procedió al abordaje de la Solaris7, que no respondió
a ninguno de los requerimientos de comunicación realizados. Las unidades de
asalto de la policía de la flota procedieron al abordaje según protocolo
estándar. En el interior de la nave fueron encontrados los cadáveres congelados
de cinco de los seis miembros de la tripulación, con la excepción del joven
cocinero de a bordo Robert Bishop. Los cuerpos mostraban signos de violencia. En
cuanto a la Solaris7, no se encontraron daños estructurales apreciables, ni
fallos irreversibles en los sistemas de navegación y soporte vital; aunque se
pudo constatar la falta de uno de los trajes espaciales utilizados para
reparaciones en el exterior de la nave. El ordenador de a bordo fue precintado
electrónicamente por las autoridades policiales a petición del comité ejecutivo
de la compañía Prospecciones Mineras Interestelares S.A. La caja negra de la
nave permanece en las dependencias centrales de la policía de la flota
interestelar, en Fobos City, a la espera de su desclasificación.
Conclusión: Información
recolectada insuficiente para una determinación precisa de los sucesos
ocurridos en la Solaris7.
El caso permanece abierto.
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© Juan Nadie, Planeta Tierra, 2017.
Obra inscrita en el Registro de la Propiedad
Intelectual de Safe Creative (www.safecreative.org) con el número
1104229038741, con fecha de 22 de abril de 2011.
Todos los derechos reservados. All rights reserved.
Ilustración de la portada:
fotomontaje del autor.
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