jueves, 24 de agosto de 2017

Plus de peligrosidad (relato)



Hay trabajos duros.
Hay barrios duros.
Y hay amigos que lo siguen siendo, aunque los tiempos sean duros.

Si unes las tres cosas, vivirás historias tan tremebundas como este relato mágico y pavoroso de Juan Nadie.
Pincha en la portada y podrás descargarte el PDF gratis.

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PLUS DE PELIGROSIDAD



Todo el mundo empezó a sospechar de Sergio cuando apareció al volante de aquel cochazo. Nadie en el barrio podía permitirse un coche come ese, y muchos menos alguien como él, que apenas conseguía ganarse la vida trabajando de reponedor en el súper de Benita. Luego vino la compra del piso. Una flipada de grande y espacioso, en una de las calles que limitan con la parte más rica de la ciudad, de esas que tienen nombres de gente que nadie conoce, donde los edificios son mucho más guapos que en el resto del barrio. Allí se fue a vivir con toda la familia, su madre viuda y sus cuatro hermanas, todas menores que él.
Poco después vinieron los cambios en su aspecto físico. Sergio nunca había estado gordo, ni tan siguiera sobrado de peso, pero en unos pocos meses se quedó delgado y huesudo como un tallo de bambú. Estaba siempre ojeroso y con aspecto cansado, como si no durmiese lo suficiente. El humor se le agrió, se le puso un carácter irritable y brusco. Perdía la paciencia con rapidez y contestaba con malos modos. Pasó de ser un tío majo a un auténtico gilipollas.
Además, estaban las desapariciones. De vez en cuando a Sergio no se le veía el pelo por ninguna parte durante varios días, a veces una semana entera. Si le preguntabas a una de sus hermanas te contestaban con un «está de viaje». Puras evasivas, desde luego. ¿Adónde y para qué iba a viajar un pobre diablo del barrio como él? Cuando aparecía después de esos «viajes» se le veía más hecho polvo que nunca. Una vez incluso volvió con un brazo en cabestrillo. Después se tiraba varios días en casa, sentado en el sofá o durmiendo, sin apenas salir y sin contestar a las llamadas de los amigos. Sea lo que sea que hiciese en esas salidas, consumía todas sus energías.
Yo conocía a Sergio desde siempre. En el colegio de la calle Céspedes fuimos inseparables. Los dos mejores amigos del mundo. Después crecimos, y nuestra amistad se enfrió un tanto. Pero en el barrio siempre te encuentras con todo el mundo, y nunca dejamos de vernos de vez en cuando y tomarnos unas cervezas en honor de los viejos tiempos.
Cuando empezaron las misteriosas actividades de Sergio pensé muchas veces en sentarme y hablar en serio con él. Aquello en lo que estuviese metido no podía ser nada bueno. Lo discutí innumerables veces con amigos y conocidos comunes. La conclusión siempre era la misma. Nadie gana tanto dinero y tan rápido sin meterse en algo sucio. Luego estaba la salud de Sergio, que parecía deteriorarse a pasos agigantados, indiscutible evidencia de la enorme tensión y el estrés al que estaba sometido. Nadie sabía nada, sólo había rumores, pero todos nos imaginábamos algún asunto de tráfico de drogas y cosas así. Sin embargo, nunca pude acarrear el valor suficiente para enfrentarme a él. En el barrio no es que fuésemos todos unos angelitos. Aquí no te encontrabas a turistas haciendo fotos por la calle. A la policía sólo la veías pasar de noche, y en contadas ocasiones. Pero aun así lo reconozco, me daba un poco de miedo. Si Sergio estaba relacionado con gente chunga y peligrosa de verdad, lo último que yo quería era verme atrapado en medio.
Pasó un tiempo sin que Sergio y yo nos viésemos. Di por supuesto que estaba de nuevo en uno de sus misteriosos viajecitos. Me sorprendió encontrármelo un día trabajando de dependiente en la panadería de Antonio, un viejo solterón y cascarrabias al que solíamos birlarle algún pastelillo que otro cuando éramos críos.
No pude dejar de advertir que tenía mucha mejor cara que antes. Las ojeras casi habían desaparecido. Ya no tenía ese aire atemorizado y tenso, incluso había ganado algo de peso.
Me saludó con una sonrisa y me ofreció la mano con alegría.
Le devolví el saludo, aunque con una cierta aprensión. Pero poco a poco la conversación se fue haciendo más distendida. A fin de cuentas, nos conocíamos de toda la vida. Quedamos en vernos esa misma tarde, a tomar algo y charlar de los viejos tiempos. Dijo que tenía algo que contarme. Me mostré un tanto escéptico, pero acepté.
Cuando llegué al bar, él ya estaba sentado en una de las mesas junto a la ventana. Agitó la mano en un saludo, una sonrisa tensa iluminaba su cara. Antes de sentarme a su lado me acerqué a la barra y le hice una seña a Bernabé, el camarero. No tuve que ordenarle nada. En ese bar conocían mis gustos al detalle. Iba allí con regularidad desde que me salieron los dientes de leche.
La conversación con Sergio empezó con cierta dificultad, como si hubiese un obstáculo invisible que sortear. Era obvio que sentía una enorme necesidad de contarme algo, pero no acababa de encontrar la manera. Después de un como estas, tirando, y la familia, bien gracias, y comentar el tiempo, me contó que estaba pensando en comprarle el negocio al viejo Antonio. Bueno, más que pensar, ya lo había decidido. El panadero no tenía hijos, así que Sergio podría hacer las funciones de heredero en la empresa. Por eso había entrado a trabajar con él, para aprender todo lo que hubiese que ser aprendido sobre el arte de amasar el pan. Incluso ya había hablado con el banco para la cuestión del préstamo. Sólo tendría que dar una entrada, y el resto a pagar en cómodos plazos durante una porrada de años.
—Pues la entrada debe ser un buen pico, porque el local es grande. Además, tendrás que pagar seguros, licencias y esas cosas —comenté en un tono un tanto paternalista.
—Tengo algunos ahorrillos —contestó.
—Ajá —repliqué.
Nos quedamos en silencio. El momento había llegado.
—Verás, Paco… —comenzó con cierta indecisión—. Sé lo que la gente del barrio comenta sobre mí —continuó al cabo de unos segundos—. Que si ando metido en cuestiones de no sé qué y no sé cuánto, que si mafias, rollos raros y demás. Mi pobre madre se llevó un disgusto enorme cuando le llegaron los rumores.
—Bueno Sergio, no es por nada, pero entenderás que… bueno, ese cochazo que te compraste, y tus ausencias… pues…
—No, si lo entiendo. En este barrio es normal que la gente se extrañe cuando alguien gana mucho dinero en poco tiempo. Tú eres un buen amigo, por eso quería sentarme a charlar contigo, para contártelo.
Bebió un sorbo de su cerveza y continuó con la historia más sorprendente que había escuchado en todos los días de mi vida.
—Verás. Aunque parezca lo contrario, yo no estoy metido en tráfico de nada chungo ni me trato con mafias ni nada por el estilo. El trabajo en el que he ganado todo ese dinero es legal. Completamente legal. Es un trabajo de actor.
Enarqué las cejas en un inconfundible gesto de incredulidad.
—¡Venga, Sergio! No me contarás ahora que te has convertido, de la noche a la mañana, en una estrella de Hollywood. Si es así, por qué nunca te he visto por la tele, cómo es que no está el bar lleno de paparazzi —dije mientras movía las manos en un amplio gesto.
—Bueno. Se trata de un trabajo de actor un tanto especializado. En los últimos meses he estado trabajando en programas para la televisión, de esos de cámara oculta.
—¡¿Qué?!
—Sí, hombre. Seguro que has visto alguna vez un programa de esos. Consiste en gastarle bromas a la gente. Ya sabes. Un tipo o dos actúa de anzuelo para colocar a cualquier persona anónima que en ese momento pasa por allí en algún marrón ridículo, y con una cámara oculta se graban sus reacciones.
—Sí, sí. Ya sé de lo que se trata. Lo he visto alguna vez —repliqué con una cierta impaciencia—. Pero no acabo de comprender.
—Yo trabajaba como gancho. Era uno de esos actores que se hacen pasar por alguien para gastarle la broma a la inocente víctima. No me pongas esa cara, es la verdad. Ese era mi trabajo secreto y la razón por la que desaparecía de vez en cuando. Iba a los rodajes de los spots.
—¿Y con eso se gana tanto dinero? —pregunté escéptico.
—Pues, aunque te parezca mentira, la verdad es que sí. La razón por la que lo pagan tan bien pagado es porque es de peligroso que te cagas —explicó Sergio con suma seriedad.
—¡No me digas!
—Aunque no te lo creas, es cierto. En los programas de la tele siembre se ve cómo la víctima, al final de la broma, reacciona con sonrisas y buen humor. Incluso saluda a la cámara. Todos quedan tan amigos. Mucha simpatía y buen rollito. Pero la mayoría de la gente no reacciona así. Como poco, suelen insultarte, te llaman de hijo puta para arriba, amenazan con denunciarte o denunciar al programa. No te imaginas la mala leche que tiene la gente de la calle, esa gente normal que tiene toda la pinta de no haber roto un plato en su vida. En muchos casos responden con una violencia que no te puedes ni imaginar.
Cada vez sentía más asombro ante la historia que Sergio me estaba contando.
—Una vez estábamos gastándole una broma a una anciana en una tienda de un centro comercial —continuó mi amigo—. Yo era uno de los ganchos y tenía que aparecer delante de la vieja en calzoncillos. En cuanto me vio, la muy jodía levantó el bastón que llevaba y me arreó en toda la cabeza. Traté de parar los golpes con el brazo y casi me lo rompe. Tuve que andar un tiempo con el brazo en cabestrillo. Otra vez la víctima era un tipo joven en una gasolinera. Mientras echaba gasolina en el coche, yo le quité el mango del surtidor y empecé a llenar un garrafón de plástico que yo llevaba. El tipo, y dos amigos que iban con él en el coche, se liaron a hostias conmigo. Menos mal que los del equipo de filmación aparecieron rápido, ya están acostumbrados y están siempre preparados, si no, habría terminado en el hospital. Y aun así acabé con unos cuantos de moretones y el labio partido.
—Recuerdo esa vez. Cuando te vimos, los colegas y yo discutimos sobre si te habrías metido en alguna pelea. Un ajuste de cuentas o algo así —dije.
—Pues no, Paco. Ya te digo que mi trabajo era legal, aunque jodido. No hay muchos que se presten a ello. Por eso lo pagan tan bien. En seis meses he ganado más dinero del que podría ganar en años en cualquier otro curro. Pero es muy duro. No te puedes imaginar la tensión y el agobio que sufres. En los últimos meses, me entraba tal estado de nervios justo antes de empezar el rodaje, que más de una vez tuve que salir corriendo al váter con las tripas descompuestas. Claro que no es de extrañar en un trabajo en el que te juegas la vida.
—¿Jugarte la vida?
—Sí, sí. Ya ha ocurrido varias veces. Recuerdo uno de los spots que estábamos rodando. Uno de mis compañeros hacía de gancho, y yo tenía que intervenir luego en la escena. El tipo al que le gastábamos la broma sacó una pistola del bolsillo de su chaquetón y le descerrajó dos tiros en la cabeza a mi compañero. Murió en el acto. Ahí fue cuando decidí que tenía bastante. Ese mismo día presenté mi dimisión. Mi agente no se extrañó en absoluto. Nadie dura más de unos pocos meses en este trabajo. Tan sólo he conocido a un tipo que lleva más de un año en el negocio, y afirma que quiere continuar. Le llaman el Kamikaze. Ha acabado ya tres veces en el hospital. La última vez se tiró casi una semana en coma.
Durante unos segundos no supe que decir. Estaba alucinado del todo. Bebí un largo trago de mi cerveza antes de volver a hablar.
—¿Te estas quedando conmigo?
—Te juro que todo lo que te he contado es verdad —respondió Sergio en tono solemne.
—Pues me dejas de piedra.
—Sé que es una historia alucinante, pero quería contártelo. Quiero borrar esos jodidos rumores sobre mis supuestas actividades chungas y demás. Ya se acabó. Ahora lo más peligroso que pienso hacer es cocer en el horno bollos de cabello de ángel —replicó Sergio con una amplia sonrisa.
Durante un par de minutos nos acabamos nuestras cervezas en silencio.
—Oye, Sergio —dije.
—¿Sí?
—¿Podrías darme el teléfono de tu agente?
El horror se dibujó en la cara de mi amigo.

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Obra inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual de Safe Creative (www.safecreative.org) con el número 1008066987982, con fecha de 6 de agosto de 2010.
© Juan Nadie, Planeta Tierra, 2016.
Todos los derechos reservados. All rights reserved.
Ilustración de la portada: fotomontaje del autor.

 

4 comentarios:

  1. Quedé atrapado desde el comienzo.
    Disfruté del relato, amigazo
    Shalom

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    1. Gracias, Beto, por leer y tomarte la molestia de comentar. Me alegra mucho que el relato te gustase.
      Un saludo,

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  2. ¡Hola! ¡Qué interesante relato! Me ha encantado cómo haces creer que es un asunto de mafias y la explicación final. Por no hablar de la reacción: "quiero el número de tu agente" jajajajaja me ha dejado de piedra,como dicen por ahí.

    Ma ha encantado, gracias por compartir :)

    Saludos.

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    1. Gracias, Stiby, por leer y comentar. Me alegra que te gustase el relato.
      Un saludo,

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