Aunque muy pocos lo saben, existeun subgénero literario con apenas unas pocas décadas de vida y
por lo general no muy conocido todavía por el gran público.
A diferencia de la
ciencia ficción, la literatura de laboratorio trata
de mostrar un retrato realista de los científicos actuales y sus
profesiones.
Las historias se ambientan en el presente y tratan sobre el
conocimiento
científico establecido en la actualidad,
sin adentrarse (al menos no demasiado) en el terreno de la
especulación. Científicos reales (sean personajes históricos o no)
suelen ser sus personajes principales.
Además de la novela,
la literatura de laboratorio ha encontrado en el arte
dramático
un vehículo apropiado para sus fines. En los últimos años han
surgido
pequeñas obras de teatro que utilizan
la ciencia como tema de fondo y como inspiración.
Siguiendo esta línea de creación artística,
presentamos aquí el primer
trabajo inédito de Juan Nadie
dentro del subgénero de la literatura
de laboratorio.
Se trata de una pequeña
obra de teatro (la
primera y hasta el momento única incursión del autor en el arte
dramático), con
un solo acto y sólo dos personajes.
Si pinchas en la portada, podrás bajarte el PDF gratis.
También puedes leerlo en Wattpad.
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Cerebros evolucionando
Personajes:
STÉFANOS, doctorando y becario de investigación.
GREGORIUS, doctorando y becario de investigación.
Nota:
doctorando/da:
Persona que se está preparando para obtener el grado de doctor,
es decir, que está realizando su tesis doctoral.
Escenario:
Un laboratorio de investigación biológica. Dos poyatas en forma
de ele, abarrotadas de instrumentos: una campana de flujo laminar,
centrífugas, pipetas, un pH-metro, una placa de electroforesis,
cajas de guantes de látex a medio gastar, rollos de papel, estantes
y anaqueles atiborrados de fotocopias, páginas garabateadas,
cuadernos, libros y frascos con soluciones salinas. En una esquina,
dos pantallas de ordenador muestran complejos gráficos. A través de
los ventanales se observa la noche; la luces de la ciudad al fondo y
los faros de los coches pasando por una autopista de circunvalación.
Tras un largo día en el laboratorio, Stéfanos y Gregorius charlan
sentados en sillas giratorias con ruedas, ambas con el respaldo y los
brazos bastante desgastados. Stéfanos es alto y delgado, con el pelo
rizado que pide a gritos la atención del peluquero. Viste vaqueros,
sandalias y una descolorida camiseta con la tabla periódica impresa.
Gregorius es bajo y regordete, con una alopecia bastante avanzada,
viste pantalones beige que hace mucho desde la última vez que se
plancharon, deportivas que una vez fueron blancas y el pico de la
camisa le asoma por el cuello del jersey. Ambos llevan gruesas gafas
con montura de plástico oscuro y batas blancas, bastante arrugadas y
con algunos lamparones. Del frigorífico donde guardan reactivos y
muestras biológicas han sacado un paquete de seis cervezas. Ya se
han bebido la primera, las botellas vacías descansan junto a la
microcentrífuga, y van por la segunda. No hay nadie más en el
laboratorio.
STÉFANOS.- La evolución es una
ingeniosa chapucera. Usa lo que tiene a mano para darle nuevos usos,
si es que puede. La evolución es una gran aficionada al reciclaje.
GREGORIUS.- El ejemplo de las
plumas de los dinosaurios, ¿no? Que aparecieron como un sistema de
termorregulación y acabaron sirviendo para volar en las aves.
STÉFANOS.-
(asintiendo)
Por ejemplo. Nuestros cerebros serían otro claro ejemplo. Utilizamos
para actividades modernas circuitos cerebrales antiguos que surgieron
con otros fines.
GREGORIUS.-
(levanta
la cerveza en un simulacro de brindis) Elabore
un poco más su hipótesis, cuasi-doctor Stéfanos.
STÉFANOS.- La
lectura, mi querido colega y cuasi-doctor Gregorius. Una actividad
que los humanos han desarrollado en los últimos siglos. Un suspiro
si lo comparamos con los ciento cincuenta mil años de existencia de
la especie. De hecho, en un artículo recién aparecido en Trends
in Cognitive Science,
una tal Carolyn Parkinson afirma que los cerebros humanos no han
evolucionado para leer, pero que leemos reciclando los engranajes
neuronales que evolucionaron para procesar caras y objetos.
GREGORIUS.- De lo que se deduce,
como bien acabas de decir de forma implícita, mi docto colega, que
el reciclaje evolutivo de estructuras cerebrales posibilitó el
surgimiento del lenguaje en los humanos, y por ende de la cultura.
STÉFANOS.- En efecto, estimado
colega. Y no sólo estructuras neuronales. Las hormonas también
jugaron un papel importante. Así tenemos la oxitocina o la
vasopresina, que en principio servían para regular el comportamiento
reproductivo de los mamíferos, mediante el refuerzo a través del
placer de las relaciones macho-hembra y el cuidado de las crías. En
los humanos, y también en otros primates, estar hormonas han servido
para fortalecer relaciones sociales, lo que ha favorecido la
colaboración entre individuos sin lazos de sangre, aspecto sin el
cual no hubiese sido posible el desarrollo de la sociedad.
GREGORIUS.- Ya sabemos que la
plasticidad neuronal del cerebro humano está muy por encima de la de
cualquier otro ser vivo. Pero el cerebro humano tiene limitaciones.
STÉFANOS.- En efecto, así es,
por increíble parezca. Sin embargo... serías tan amable de
ilustrarme con un ejemplo.
GREGORIUS.-
(ríe
y bebe de su cerveza)
Por supuesto. Uno de los ejemplos más evidentes es el límite del
grupo social. Los humanos están adaptados para vivir en grupos de
unos ciento cincuenta individuos.
STÉFANOS.-
(también
bebe de su cerveza)
Magnífico ejemplo, mi querido doctorando. Pero las sociedades
humanas, sobre todo en el último siglo, han crecido mucho más allá
de ese número.
GREGORIUS.- De ahí muchos de los
problemas de la sociedad actual, que son globales, a nivel
planetario, mientras que nuestros cerebros siguen estancados al nivel
de la tribu, del grupo pequeño, cercano y familiar.
STÉFANOS.- Según palabras del
doctor Fernando Moya, del Instituto de Neurociencias de Alicante,
nuestros cerebros evolucionaron para reconocer como propio lo cercano
y como ajeno lo lejano. Pero en una civilización global, el destino
para lo cercano y lo lejano es el mismo. Sabias palabras las del
doctor Moya, a mi entender.
GREGORIUS.-
Totalmente de acuerdo. El cerebro del Homo
sapiens
puede estar llegando a su límite.
STÉFANOS.- Puede que así sea, o
puede que no. Existen algunos indicios que podrían señalar justo
en la dirección opuesta.
GREGORIUS.- ¿Cómo cuáles?
STÉFANOS.-
(carraspea
un momento y bebe cerveza, su colega también bebe)
En abril del 2012, el doctor Richard Jantz, de la Universidad de
Tennessee, presentó en el congreso de aquel año de la American
Association for Physical Anthropology,
que se celebró en Portland, unos datos muy curiosos.
GREGORIUS.- Ilústreme usted, mi
querido colega.
STÉFANOS.- El doctor Jantz
descubrió que el cráneo de los norteamericanos blancos, lo cual
podía extenderse a otras razas y nacionalidades, había ido
creciendo en el ultimo siglo. No mucho, unos ocho milímetro de
altura en promedio, pero se trata de un crecimiento significativo.
Más o menos unos 200 centímetros cúbicos. Un volumen equivalente a
una pelota de tenis.
GREGORIUS.- ¿Qué motivos daba
el doctor Jantz para ese crecimiento y que conclusiones extraía del
estudio?
STÉFANOS.- Nada relevante, la
verdad. Me temo que el pobre tipo no tiene ni idea.
GREGORIUS.- La
evolución siempre ha ido dando altibajos, mi apreciado Stéfanos. El
registro fósil nos dice que el volumen craneal de los seres humanos
fue creciendo progresivamente desde que apareció el primer Homo
sapiens
hasta hace unos trescientos mil años, donde se estabilizó. Cuando
el hombre desarrolló la agricultura, hace unos cinco o seis mil
años, el cráneo empezó a reducir su tamaño sin que se sepa el
motivo. Quizás la tendencia haya vuelto a revertirse, pero no
podemos sacar conclusiones válidas de ello. Al menos aún no.
STÉFANOS.- Admirable la
prudencia y cautela que muestras, mi estimado Gregorius, como buen
científico que eres.
GREGORIUS.- Agradezco el
cumplido.
(ambos entrechocan sus
botellas de cerveza y beben hasta acabarlas. Cada uno dejan las
vacías junto a las otras y cogen sendas nuevas del paquete, que
queda vacío)
STÉFANOS.- ¿Saco más cervezas
de la nevera?
GREGORIUS.- Esa pregunta sólo
puede tener una respuesta, mi estimado colega.
STÉFANOS.-
(se
levanta y trae otro paquete de seis cervezas)
Pero tienes toda la razón, mi buen Gregorius. La idea de que la
evolución del ser humano se ha estancado, o incluso está
retrocediendo, no es nueva. Ya otros la han mencionado antes. Hasta
han escrito sobre ello.
GREGORIUS.- Lo sé. Hace unos
años muchos autores sostenían que la escasa presión de la sociedad
moderna sobre la selección natural estaba provocando que
estuviésemos perdiendo nuestras habilidades intelectuales e incluso
emocionales.
STÉFANOS.- En
efecto. Según algunos artículos que aparecieron en la revista
Trends
in Genetics
en el 2012, la idea era que la inteligencia depende de una red de
miles de genes, con lo cual estoy de acuerdo por completo. Dicha red
es muy sensible a las mutaciones. Eso, combinado con la falta de
presión sobre la selección natural, impedía que nuestros genes se
optimizasen. Con el tiempo, las mutaciones se irían acumulando, sin
que la selección natural pudiese eliminarlas.
GREGORIUS.- Y poco a poco,
iríamos perdiendo nuestras capacidades cerebrales. Nuestras
habilidades intelectuales y emocionales se irían reduciendo
paulatinamente. Seríamos cada vez más tontos.
STÉFANOS.-
Exacto. Según declaraba el doctor Gerald Crabtree, de la Universidad
de Stanforfd, el desarrollo de las capacidades intelectuales del Homo
sapiens,
y la optimización de los miles de genes implicados en dichas
capacidades, se produjeron en grupos humanos primitivos, enfrentados
a un medio ambiente hostil. En ese entorno, la inteligencia era clave
para la supervivencia. La selección natural presionaba con gran
fuerza para propiciar un aumento de la inteligencia humana. Pero con
el desarrollo de la agricultura, el sedentarismo y las
civilizaciones, esa presión desapareció. El hombre empezó a vivir
en un medio creado por él mismo, según su comodidad y conveniencia.
En ese medio, la selección natural ya no es capaz de eliminar las
mutaciones que propician el deterioro de la capacidad intelectual.
GREGORIUS.- La idea no es mala.
Incluso puede que en parte tenga razón. Pero si mal no recuerdo,
esos mismos autores ofrecían alternativas para poder librarnos de
ese aparente e inevitable desastre.
STÉFANOS.- En efecto. ¡Nosotros¡
Brindemos por ello.
GREGORIUS.- ¿Te refieres a los
becarios de investigación?
STÉFANOS.-
(riendo)
Eh... no... yo me refería a la ciencia en general, a los
científicos.
GREGORIUS.-
(también
ríe)
¡Brindemos por ello!
STÉFANOS.- Pues como te decía,
mi docto amigo, el doctor Crabtree calculó que en unas 120
generaciones, unos tres mil años, la humanidad habría sufrido al
menos dos mutaciones perjudiciales para nuestro intelecto. La
alternativa que ofrecía es que, puesto que esa degeneración era más
bien lenta, ofrecía tiempo suficiente a los descubrimientos y
avances científicos para paliar y combatir la pérdida.
GREGORIUS.-
Prometedor augurio con el que estoy de acuerdo. No
está lejos el día en que conozcamos cada uno de los cientos de
genes que intervienen en nuestra inteligencia, y cómo interactúan
unos con otros. Ese día, podremos corregir cualquier mutación
negativa que se pueda producir.
STÉFANOS.- Por eso nuestra labor
aquí es tan importante, Gregorius. Sin el grandioso edificio de la
investigación científica, que gente como tú y como yo vamos
construyendo ladrillo a ladrillo, el futuro de la humanidad sería un
desastre.
GREGORIUS.- ¡Brindemos por ello!
STÉFANOS.- ¡Brindemos!
GREGORIUS.-
¡Brindemos por el SRGAP2
y sus sucesores!
STÉFANOS.-
(con
cara de desconcierto)
¿Por el qué?
GREGORIUS.- El
gen SRGAP2,
ya sabes.
STÉFANOS.- Refrésqueme usted la
memoria, mi docto amigo.
GREGORIUS.-
Acuérdate, Stéfanos. El gen SRGAP2
codifica una proteína esencial en los procesos de diferenciación y
migración de las neuronas, así como en el desarrollo de las
sinapsis neuronales. Fueron varios artículos publicados en Science
y en Cell.
STÉFANOS.- ¡Ah, sí! Uno de los
únicos veintitrés genes que aparecen duplicados en humanos, pero no
en el resto de los primates.
GREGORIUS.-
¡Exacto! Uno de los genes clave para establecer la diferencia entre
el Homo
sapiens
y sus primos primates, valga la redundancia.
STÉFANOS.- En efecto, mi querido
colega. Una duplicación en ese gen hace 2,4 millones de años supuso
la división del linaje de los monos del de los hombres.
GREGORIUS.- Más o menos. Aunque yo no lo expresaría con palabras
tan políticamente incorrectas. Pero es cierto que la duplicación
del SRGAP2 permitió una mayor movilidad de las neuronas
durante el desarrollo embrionario, y que a su vez formasen una mayor
cantidad de apéndices celulares, los conocidos como filopodios, lo
que a su vez posibilita el establecimiento de un mayor número de
conexiones neuronales.
STÉFANOS.- Y a mayor número de conexiones neuronales...
GREGORIUS.- …mayor comunicación entre las neuronas, y mayores
capacidades cerebrales.
STÉFANOS.- ¡Brindemos por ello!
GREGORIUS.- ¡Brindemos!
(acaban sus respectivas cervezas y abren dos nuevas botellas)
STÉFANOS.- ¡Ah, mi estimado colega! El cerebro
humano es una herramienta maravillosa, la mejor que poseemos.
GREGORIUS.- (se
retrepa en la silla) Muchos han
considerado durante mucho
tiempo que se trataba de un hito de la evolución. Un instrumento de
precisión y exquisitamente complejo. La cumbre de la pirámide
evolutiva. Lo más de lo más.
STÉFANOS.- Tú y yo sabemos que
eso no es cierto.
GREGORIUS.- Desde luego. El
cerebro es una herramienta maravillosa, pero no es ningún hito de la
evolución.
STÉFANOS.- En efecto. Puede ser
impresionante, sí. Y de hecho lo es. Pero también está lleno de
chapuzas, parches y caminos sin salida.
GREGORIUS.- Nuestra lógica dista
mucho de ser impecable. Nuestra memoria es falible y poco fiable.
Nuestros lenguajes son poco precios y carecen de regularidad y
sistematización.
STÉFANOS.-
Tú lo has dicho, mi docto colega. Ya lo propusieron en su día
algunos autores como David Linden y Gary Marcus. El cerebro humano,
aunque maravilloso, es accidental. Simplemente funciona lo
suficientemente bien para mantenernos vivos. Sus potenciales distan
mucho de ser infinitos y el raciocinio del que tanto presumimos, es a
menudo una mera entelequia. Incluso los académicos estadounidenses
han acuñado un término: kludge,
formado por las iniciales de los adjetivos klumsy,
que significa torpe, lame,
poco convincente, ugly,
feo, dumb,
tonto, but
good enough,
pero lo bastante bueno.
GREGORIUS.-
Así es como somos, mi querido doctorando. Los
seres humanos no somos gran cosa, aunque seamos la única especie
capaz de planear de forma sistemática el futuro. La selección
natural no puede llegar a producir el mejor tipo de organismo
posible, sino únicamente el menos malo.
STÉFANOS.- En efecto. Como dijo el premio Nobel Herbert Simón, la
evolución no busca la perfección, sino satisfacer de manera
suficiente. Somos un producto chapucero lleno de defectos.
GREGORIUS.- ¡Brindemos por ello!
STÉFANOS.- ¡Brindemos!
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© Juan Nadie, Planeta
Tierra, 2016
Obra inscrita en el
Registro de la Propiedad Intelectual de Safe Creative
(www.safecreative.org) con el número 1508054819641, con fecha de 5
de agosto de 2015.
Todos los derechos
reservados. All rights reserved.
Ilustración de la
portada: fotomontaje del autor.
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