¿Quieres ser funcionario del Ministerio Zombi?
¿Quieres ayudar a tu país en
la lucha contra la pandemia?
La SECOP (Secretaría de Estado para el Control de Plagas) te necesita.
Para ser contratado por la
SECOP no necesitar sacar unas oposiciones, pero tendrás que someterte a un intenso y
especializado entrenamiento.
Aquí puedes hacerte una idea
de en qué consiste ese entrenamiento que te convertirá en un experto en la
defensa anti-zombis.
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Entrenamiento
Zombi
Lección 1
La primera vez
que Antonio Galán vio un zombi, casi se lo hace en los pantalones. Como todo el
mundo, los había visto en la tele, en los apocalípticos noticieros a medio
censurar que llenaron todas las cadenas durante los días de la pandemia. Y por
supuesto en internet, donde la censura era bastante menos eficiente y los
videos de youzombi.com permitían
apreciar con todo detalle los sucesos más sangrientos y atroces.
Pero como
funcionario de Grupo D de la Secretaría de Estado para el Control de Plagas,
destinado por petición propia al sur del paralelo 38º, ver a un zombi real de
cerca, cara a cara, separado de él por una simple verja metálica, era parte de
su entrenamiento básico.
Durante el
memorable encuentro, tuvo que apretar los esfínteres con fuerza para que nada
húmedo, viscoso y caliente se enroscase entre sus piernas. Lo consiguió. Pero
vomitó hasta casi el desvanecimiento apenas a dos metros de la verja, lo que
pareció incrementar aún más el frenesí hambriento de la criatura. Tras la
violenta vomitona, el estómago le estuvo doliendo durante dos días. El sabor a
bilis en el fondo de su garganta nunca se acabó de desvanecer. Su instructor
miró toda la escena con una sonrisa de suficiencia y sin mover un solo músculo,
con quizás la excepción de un pequeño movimiento hacia arriba de su ceja
izquierda, y el paso que dio hacia atrás para que sus zapatos no quedasen
salpicados por gotitas amarillo-verdosas de vómito.
Fue en Madrid. En
el centro de investigación y entrenamiento que tenía la SECOP cerca de Tres
Cantos.
Allí le enseñaron
todo lo que tenía que saber sobre los zombis. O lo que el gobierno consideraba
que era todo lo que él debía saber.
—Un zombi no duerme,
no se cansa, no tiene miedo, no se estresa y no sufre de jaquecas —decía
Federico López de Aguirre—. Un zombi no se toma vacaciones, ni fines de semana,
ni tiene convenios, ni atiende a las normas del puto sindicato. ¡Joder! Ni
siquiera respira. Un zombi sólo hace una cosa: comerte si no corres lo
suficiente.
Federico López de
Aguirre era el instructor que, durante un periodo intensivo de semana y media,
se encargaría del adiestramiento de Antonio Galán y otros seis funcionarios de
la SECOP de nueva incorporación. Durante esos diez días, López de Aguirre
vistió siempre un impoluto traje de tres piezas, con camisas de seda de un
blanco resplandeciente, corbatas a rayas de colores chillones y zapatos
italianos negros de piel, tan resplandecientes que podían usarse de espejo. A
pesar de su disfraz de cliché de alto ejecutivo, sus ademanes y crudo lenguaje
evidenciaban su origen militar. Según los rumores que corrían entre los alumnos
del centro de adiestramiento de Tres Cantos, Federico López de Aguirre era, o
había sido, sargento de la Guardia Civil en algún lugar de Andalucía cuando
estalló la pandemia. El lugar exacto donde el sargento había ejercido sus
beneméritas funciones variaba de una versión a otra de la historia. Pero todas
coincidían en una cosa. López de Aguirre era uno de los pocos miembros de las
fuerzas del orden que había logrado salir antes de que las bombas termobáricas
barriesen el paralelo 38º.
—Según todos los
parámetros clínicos conocidos hasta la fecha, un zombi está muerto —explicaba
el guardia civil metido a profesor—. Su corazón no late, su sangre no circula.
De hecho, se convierte en un fluido viscoso de color negruzco. Sus pulmones no
inhalan aire y sus pupilas no se contraen. Un encefalograma de su cerebro es
casi una línea plana. Sin embargo, se mueven. Caminan, andan y corren. Y cazan.
Nos cazan a nosotros.
—Entonces, ¿qué
son los zombis? —preguntó con cierta timidez uno de los compañeros de
adiestramiento de Antonio.
—Su estatus
oficial es el de no-ciudadanos no-muertos —respondió el instructor de pie
frente a la clase, las manos enlazadas a la espalda. Ni un solo músculo de más
se movió en su semblante. Cuando hablaba, su enorme, espeso y negro bigote
apenas se movía, lo que incrementaba la inquietud de sus oyentes.
—¿Y eso por qué?
—preguntó otro de los alumnos con algo más de arrojo. Aunque la cara que puso
ante la mirada de recriminación del instructor evidenció que se arrepentía por
completo de haber preguntado.
—¡Por qué coño va
a ser, señor Gutiérrez! Un puto zombi no tiene raciocinio. No se le puede
considerar un ser inteligente, capaz de votar y pagar impuestos. Por lo tanto,
sería una soberana estupidez considerarlo un ciudadano. Eso sin tener en cuenta
su irrefrenable tendencia al canibalismo, lo que los hace elementos difíciles
de reintegrar en la sociedad.
—Sí, pero…
—Ni peros ni
gaitas, ¡hostias! A efectos de derechos civiles, un zombi está muerto. Pero
como camina y come, aunque eso sea lo único que haga, ningún médico está
autorizado a firmar un certificado de defunción de un humano zombificado. Por
lo tanto, y espero que esto les entre en sus duras cabezotas, el estatus es
no-ciudadano, no-muerto. Así lo ha decretado el Gobierno. Para lo que a ustedes
respecta, como funcionarios de la SECOP, es todo lo que necesitan tener en
cuenta.
Elena, una
de las chicas, alzó la mano. Era bajita y delgada, de lacio pelo castaño, cara
pecosa y gafas de gruesos cristales. Era la persona más impensable para
trabajar en nada relacionado con los monstruos. Incluso más que el propio Antonio.
Pero allí estaba, aunque su aspecto de niña retraída pareciese indicar que
hasta un ratoncillo le provocaría un ataque de pánico histérico.
—Dígame, señorita
Peláez —concedió el instructor, señalando a su discípula con un dedo lleno de
autoridad.
—Yo tenía una
pregunta, don Federico —dijo Elena con una voz casi tan enclenque como ella.
—Pregunte,
pregunte. No sea tímida —casi bramó Federico.
—Verá. Es que he
pensado que…, si los zombis…, pues…
—Por Dios,
señorita Peláez. Pregunte de una maldita vez.
—Pues eso, que me
preguntaba si los zombis… van al baño. Que si defecan, vaya.
Unas enormes
chapetas coloradas rodearon el egregio bigote del instructor.
—¿Está usted
burlándose de mí, señorita Peláez? —replicó Federico López de Aguirre con la
voz atragantada por la furia.
—No, no don
Federico. Por supuesto que no —dijo Elena con un hilo de voz mientras bajaba la
mirada y se retorcía las manos con nerviosismo—. Es que…, como usted bien ha
dicho…, los zombis lo único que hacen es comer. Pues me preguntaba sin también…
cagan.
Un murmullo de
risas contenidas recorrió la clase como las ondas de una piedra lanzada a un
lago. Antonio tuvo que llevarse la mano a la boca para sofocar una carcajada.
La pregunta resultaba de lo más cómica, sobre todo viniendo de una chica como
Elena Peláez. Pero, aunque pareciese una chorrada, la cuestión tenía su
enjundia. ¿Qué hace un zombi con todos los fragmentos que carne humana que
devora? ¿Los digiere, los asimila, o simplemente se quedan ahí, flotando entre
sus podridos fluidos vitales como las judías dentro de su lata?
En todas las
grabaciones que habían visionado sobre zombis, nunca se vio que uno de esos
monstruos se bajase lo pantalones y dejase un zurullo en medio de la acera.
—¡Déjese de
gilipolladas, señorita Peláez, y atienda a sus lecciones! —fue toda la
respuesta que la chica pudo obtener de su instructor.
Antonio dedujo
que la fisiología zombi era un campo de conocimiento todavía lleno de lagunas.
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Fragmentos
de la novela IBERIAN PARK, la respuesta zombi a la crisis, en concreto
los correspondientes los capítulos Palco.1, Palco.2 y Palco.4.
En
estos extractos podrás conocer el entrenamiento estándar al que son sometidos
los funcionarios del Ministerio Zombi.
Una
novela única que te permitirá contemplar la Matrix a la que estás enchufado sin
remedio (el sistema monetario) desde una perspectiva diferente.
Y sí,
como en toda buena novela de zombis, encontrarás tripas y sesos desparramados a
mansalva. Y muchas otras cosas más que no te imaginas.
Pincha en la portada de la novela si
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