En
breve estará disponible, a nivel mundial, tanto en formato papel
como electrónico, la nueva
novela sicalíptica de Rebeca
Rader.
Una
novela donde la distopía y la sicalipsis, la ciencia
ficción y el erotismo, la aventura y el sexo,
la felación y la rebeldía, van unidos por el corazón
como hermanos siameses.
LA
ODISEA DE ANNABELLE
(LOdA)
Aquí
puedes disfrutar de la portada y la sinopsis de la novela.
Si
deseas conocer más sobre esta historia, aquí tienes el booktrailer.
LOdA
— SINOPSIS
Como dos serpientes mitológicas
copulando y luchando al borde del abismo, la distopía y la
sicalipsis se entrelazan en esta historia para retratar un
mundo de oscuridad, rabia y erotismo soterrado.
El sexo está prohibido y
se ha convertido más que nunca en un instrumento de control
social, mientras que los desdichados habitantes de las cloacas se
mueven impelidos por el ansia de sus deseos más lascivos. La
opresora hipocresía de una existencia tal hace que los
supervivientes se balancean al límite de la demencia.
Annabelle tomará la decisión
más importante de su vida y se enfrentará al angustioso yugo de una
sociedad en la que sus deseos se ven apocados al dolor y al
olvido. Con la determinación de una leona y la
concupiscencia de una sacerdotisa, sabrá ser el escurridizo
ratoncillo que encuentra las grietas en el sistema para escapar de la
prisión que la asfixia. Entre la suciedad y la
lujuria, entre la miseria y el semen, su belleza y su
sensualidad serán las cartas marcadas que le permitirán agarrar con
fuerza el destino entre las manos y ponerlo a sus pies.
Las consecuencias cambiarán
para siempre la faz del planeta.
Pincha
en la portada y podrás leer la historia completa.
Religiosidad
Zombi (2)
Cuando la
pandemia zombi se extendió por Andalucía y el Algarve como un
tsunami de muerte y horror, la familia de Ágata aún se encontraba
en la pequeña aldea almonteña. Hicieron como hicieron la mayoría
de sus habitantes, algunos de los ocasionales peregrinos que la
visitaban esos días, e incluso algún que otro turista británico
que pasaba por allí de camino a extasiarse con la húmeda belleza
del parque natural, y se habían encontrado con aquella pequeña joya
blanca de esa extraña religión católica del sur.
Se encerraron
en la ermita de El Rocío, confiando en que la Blanca Paloma los
salvase y protegiese, haciendo que los monstruos pasasen de largo tan
sagrado lugar. Incluso se cree que varios miles de personas, de
Huelva y provincias colindantes, en vez de salir hacia el norte todo
lo deprisa que sus medios le permitiesen, se encaminaron hacia la
aldea, rosarios y medallas en mano, confiados en que la devoción
mariana les resultaría más útil que las confusas instrucciones que
el Gobierno lanzaba a través de los medios de comunicación.
Como en tantos
lugares de Andalucía, no se tienen datos certeros de cuanta gente se
refugió en la aldea de El Rocío.
Lo que sí se
sabe es que no sobrevivió nadie.
Excepto Santa
Ágata, por supuesto.
Casi tres meses
después de que el gobierno hubiese abandonado Andalucía a su
suerte. Casi tres meses después de que las bombas FOAB barriesen el
paralelo 38º reduciéndolo todo a polvo y cenizas en una franja de
diez kilómetros de ancho. Casi tres meses después de que la
Península Ibérica perdiese su cuarta parte más austral, como si
hubiese sido limpiamente seccionado cual tarta bajo el cuchillo del
pastelero. Después de que los españoles por fin se diesen cuenta de
que la más horrenda pesadilla concebida por el ser humano se había
hecho realidad, y lo había hecho en territorio nacional. Después de
que el país quedase dividido por el muro más horrendo jamás
construido entre dos zonas: la zona de los vivos y la de los muertos.
Después de que
todo eso ocurriese, apareció Santa Ágata.
Sola, sucia,
descalza, con la ropa hecha jirones, llena de cortes y arañazos, el
cabello apelmazado de porquería, los ojos extraviados, y un aspecto
que en poco la diferenciaba de los monstruos entre los que había
caminado. Sólo portaba, aparte de los restos de ropa, dos cosas. El
brazo de un zombi acurrucado contra el pecho, cuyos dedos no dejaban
de abrirse y cerrarse en el aire sin parar, y, colgando del cuello,
su medalla rociera, con el cordón lleno de mugre y suciedad.
Así llegó una
niñita de doce años al puesto de vigilancia de Despeñaperros, a un
buen puñado de kilómetros al norte de la línea divisoria del
paralelo 38º.
Cómo aquel
escuerzo flaco y desgarbado logró atravesar varios cientos de
kilómetros de territorio infectado sin ser devorada fue algo que
nadie pudo explicar. Pero muchos vieron en tal hecho una clara prueba
de su divina santidad.
El primero que
la vio acercarse a través del desolado paisaje, con paso cansino y
vacilante, fue José Manuel Tejada López, cabo primero al mando del
pelotón de guardia de aquel puesto, aquel día, en aquel momento.
—Mi primero
—dijo uno de los soldados—, ¿has visto lo que viene por la
carretera?
—Lo vi antes
que tú, Merino —replicó el cabo primero Tejada.
—Uno de esos
cabrones de bichos ha logrado pasar al otro lado del muro —dijo
otro de los soldados.
—¿Llamamos a
la brigada de limpieza, mi primero?
Tejada sacudió
la cabeza.
Sacó los
prismáticos y se los llevó a los ojos.
—¿Viene
solo? —dijo.
Los soldados de
su pelotón también echaron mano a sus prismáticos.
—Pues sí.
Parece que viene solito, el cabroncete —dijo uno de los soldados.
—Un pobrecito
zombi sin amiguitos —dijo otro.
El pelotón
coreó las risas de todos.
—Podemos
divertirnos un rato con el bicho, ¿no os parece? —dijo el cabo
primero Tejada.
Sonrisas y
miradas de inteligencia se cruzaron entre los miembros del pelotón.
—Di que sí,
mi primero. Hagámosle bailar.
—Empiezo yo
—dijo Tejada.
Cogió su
Heckler & Koch G36E, el fusil de asalto de las Fuerzas Armadas
españolas. Desplegó la culata, amartilló el arma con un enérgico
chasquido, apoyó la culata en el hombro, guiñó un ojo y reguló la
mirada telescópica.
Durante varios
segundos, sus compañeros de guardia aguardaron con expectación, la
anticipación brillándoles en las pupilas.
El cabo primero
Tejada bajó el arma.
—Que nadie
dispare —ordenó.
Sus hombres se
miraron unos a otros con gesto de consternación.
Tejada se echó
el fusil al hombro y se dirigió a la puerta de salida del pequeño
mazacote de hormigón con troneras que constituía el puesto de
guardia.
—¿A dónde
cojones vas, mi primero? —preguntó uno de los soldados.
—Quedaos aquí
y que nadie dispare, ¿entendido? —replicó Tejada con una
autoridad en la voz que, según contó él mismo tiempo después,
hizo estremecer a los miembros de su pelotón.
—¿Llamamos
al sargento?
—He dicho que
os quedéis aquí —insistió Tejada.
Abandonó el
puesto de guardia y, con un trote ligero, se aproximó a la sucia
figura que se acercaba por la carretera.
Muchas veces,
en sus largos y exultantes sermones, José Manuel Tejada, ex cabo
primero del ejército español, explicó que en esos momentos sintió
que algo divino descendía sobre él. Una revelación. Una epifanía
que le dijo, alto y claro, que aquella triste figura no era un zombi,
sino algo más. Una santa. La última santa. La mayor santa de
nuestros días.
No por nada,
José Manuel se convirtió rápidamente en la mano derecha de la
santa, profeta de su mensaje en este mundo, sumo sacerdote de su
feligresía, creador y miembro número uno de la Asociación de
Fieles Oradores del Fin de los Tiempos de Santa Ágata de los Zombis.
Tiempo después,
sin embargo, cuando el movimiento religioso al que dio lugar la
odisea de Santa Ágata alcanzó el número de fieles suficiente para
ser calificado como secta, el hermano Tejada explicó una versión
distinta de su revelación divina. Aunque lo hizo ante un selecto y
limitado grupo de gente de toda confianza. Según esas declaraciones,
Tejada había leído algún tiempo antes una de las supuestas
declaraciones de L. Ron Hubbard, el creador de la Dianética, que,
según sus detractores, declaró que la mejor manera de hacerse
millonario es fundar tu propia religión. Aparentemente, esas
palabras quedaron grabadas en el alma de José Manuel Tejada.
La aparición
de Santa Ágata en Despeñaperros le ofreció la oportunidad que
tanto ansiaba. El ser capaz de ver esa oportunidad y aprovecharla,
fue el mayor mérito de su existencia.
Cuando el cabo
primero Tejada se cercioró de que esa vacilante figura no era un
zombi, sino una niña humana, llamó de inmediato a los servicios de
emergencia médica. Llevaron a la chica al centro médico más
cercano. La lavaron a fondo, le quitaron la sucia y desgarrada ropa,
que fue de inmediato incinerada, le dieron una bata de hospital y la
examinaron sin dejarse atrás ni un solo centímetro de su escuálida
anatomía. La chica estaba exhausta, agotada, desnutrida,
deshidratada, no pronunciaba una sola palabra y la mirada parecía
estar perdida para siempre más allá del mundo real. Por lo demás,
no presentaba ni el menor signo de arañazos o mordeduras zombis.
Estaba absolutamente limpia de infección.
Lo cual no
dejaba de ser sorprendente. Sobre todo si tenemos en cuenta que la
niña apareció en Despeñaperros portando el brazo seccionado de un
zombi.
Nunca se supo a
quién perteneció ese brazo. Aunque la mayoría de fieles seguidores
de Santa Ágata llegó a la conclusión que debía tratarse del brazo
de su santa madre que, muy probablemente y en un heroico acto, salvó
a su hija de caer víctima de los monstruos. Aunque ella misma no
pudo evitar sucumbir al proceso de zombificación. El brazo zombi que
la niña apretaba contra su seno se movía sin cesar, los dedos
curvados como garfios abriéndose y cerrándose en el aire. Y sin
embargo, la niña no tenía ni el más mínimo arañazo. El brazo,
que hubiese infectado a un par de miembros del personal sanitario, si
estos no hubiesen llevado el traje protector adecuado, respetó a la
chiquilla a través de su viaje por la tierra de los horrores.
Muchos vieron
aquí otra clara señal de su santidad.
Cuando el
personal sanitario intentó quitarle el brazo a la niña, esta se
puso a patalear y chillar de manera tan atroz y descontrolada, que
los cansados enfermeros y médicos la dejaron estar. A ello
contribuyó la insistencia del cabo primero Tejada, que se autonombró
tutor, portavoz, cuidador, guardaespaldas y yaya de la desdichada
criatura.
Una de las
características fundamentales de cualquier cultura humana es su
religiosidad. El panteón de seres más o menos sobrenaturales
a los que presta adoración y a los que ruega por sus anhelos.
Nuestra
querida tierra carpetovetónica
no es una excepción. Las celebraciones de origen religioso, muchas
de ellas transmutadas en consumismo comercial, son los principales
mojones que marcan el calendario
anual. A pesar de todo, la mayoría de sus habitantes confiesan algún
tipo de sentimiento
religioso cuando son preguntados en las encuestas.
En
este relato, dividido en tres partes
para una mayor comodidad en su lectura, puedes disfrutar de un nuevo
enfoque en la práctica de la religión
que todos conocemos:
el punto de
vista zombi.
Religiosidad Zombi (1)
Tras el
estallido de la pandemia zombi, aparecieron los profetas.
Supervivientes del holocausto que habían escapado por poco de los
monstruos. Sus cuerpos estaban más o menos intactos. Pero sus mentes
quedaron dañadas para siempre.
Se lanzaron a
las calles a pregonar sus mensajes. Supuestas interpretaciones de la
pandemia, más o menos apocalípticas, en las que ellos se
autoproclamaban mensajeros de algún poder divino. Capaces de
traducir e interpretar el porqué de aquella horrenda pesadilla que
había caído sobre ellos. Exégetas de los muertos vivientes. No
fueron muy numerosos, y la mayoría no consiguieron demasiados
seguidores. Pero algunos lograron ser noticia un tiempo nada
despreciable.
La pandemia
había hecho resurgir el fervor religioso del país con una fuerza
que no se conocía desde hacía décadas. Iglesias, sinagogas,
mezquitas y salones del trono se llenaron a rebosar. Los fieles, y
aquellos que no lo eran tanto, acudieron a orar y a rogar a sus
dioses y santos, en un intento de buscar algo de consuelo que los
ayudase a soportar el horror. No hubo sacerdote, cura, imán, pastor
o rabino que no mencionase a los zombis en sus sermones. Aunque
incapaces de salir de los esquemas que las religiones abrahámicas
habían impuesto durante milenios, el mensaje era indefectiblemente
el mismo: dios nos castigaba por nuestros pecados y el apocalipsis se
nos venía encima. Los dirigentes de las distintas confesiones
religiosas se frotaban las manos de puro gozo. Era bueno que la gente
volviera a los templos, y que los cepillos volvieran a llenarse con
las limosnas de los fieles.
Como siempre,
hubo quien supo sacar beneficio de la situación.
El caso más
afamado fue el de Santa Ágata de los Zombis.
La historia de
Santa Ágata fue una de las máximas expresiones del fervor religioso
celtibérico que se difundieron dentro y fuera de la península tras
el estallido de la pandemia. Fue el resultado de la fusión de la
religiosidad popular católica andaluza con la horrible pesadilla que
se abatió sobre las tierras del sur de España. El porqué de esa
especial fusión, nadie pareció saberlo nunca. Pero el análisis más
o menos poco profesional del fenómeno hizo correr ríos de tinta y
saliva en periódicos, revistas del corazón y reality
shows televisivos.
La heroína de
la epopeya fue aquella pobre chiquilla, flaca como el palo de una
escoba, silenciosa, de unos doce años, pálida y con la mirada
perdida más allá de la realidad de cualquier humano que se situase
frente a esos ojos glaucos y desconcertantes. Las traumáticas
experiencias que la desgraciada niña se vio obligada a soportar
hicieron que nunca volviese a pronunciar una palabra en el resto de
su vida. Nunca se supo su nombre original, aunque mucho se especuló
al respecto. Pero esa pobre chiquilla fue conocida, para el resto de
su vida, como Santa Ágata de los Zombis. A juicio de millares de
seguidores, la niña no podía ser otra cosa que una enviada de las
altas esferas celestiales. Pues sólo así se explica que, sola y a
pie, caminase desde la ermita de El Rocío, en Huelva, hasta el
puesto de control de Despeñaperros, en la provincia de Jaén, unos
cincuenta kilómetros en línea recta al norte del paralelo 38º y
del muro en construcción.
Un viaje de
casi trescientos kilómetros a vuelo de pájaro.
Lo más
extraordinario de la odisea era que Santa Ágata realizó su
alucinante travesía, a través de un territorio infectado y
abandonado por las autoridades, sin que fuese atacada por ninguno de
los monstruos, portando en sus manos el brazo gris, incorrupto y en
movimiento de un zombi.
Aunque nunca
habló, ni contó detalle alguno de lo que le había pasado, su gesta
dio nacimiento a uno de los fenómenos religiosos más populares del
siglo XXI.
Todo empezó el
fin de semana del domingo de Pentecostés de ese año, fecha en la
que, desde tiempos inmemoriales, se celebraba la romería del Rocío
en la aldea almonteña del mismo nombre, en la provincia de Huelva,
engarzada en el límite noroccidental del Parque Nacional de Doñana,
espacio natural protegido y una de las joyas ecológicas del país.
Según la
liturgia católica, Pentecostés señala la fiesta del quincuagésimo
día después de la Pascua o Domingo de resurrección, y pone término
al tiempo pascual. También se le concibe como el día de celebración
de una de las nociones teológicas más complejas de la cristiandad:
el Espíritu Santo. A pesar de ser para los católicos la fiesta más
importante después de la Pascua y la Navidad, la festividad de
Pentecostés es móvil. Esto significa que no se fija en relación al
calendario civil, sino que se mueve arriba y abajo según el
calendario lunar por el que la Iglesia Católica fija muchas de sus
celebraciones principales.
Pero la mayor
parte de los años, suele caer en la segunda mitad de mayo.
Así que,
cuando a mediados de junio de ese año, el sur de la Península
Ibérica se convirtió en un infierno de pesadilla, los rocieros ya
habían acabado su ritual de todos los años. Los simpecados ya
habían pasado por delante de la ermita, los almonteños ya habían
saltado la reja, y la Blanca Paloma ya había sido llevada por toda
la aldea a hombros de los fervorosos devotos del culto mariano. Ya
los carros, carretas, charrets, caballos agotados al borde del
colapso y todoterrenos rugientes llenos del polvo de la raya, volvían
a las sedes sociales de sus correspondientes hermandades. La pasión
mariana y rociera se tomaba ya un descanso hasta el año siguiente.
Tuvieron suerte
los rocieros.
Claro que los
pocos que sobrevivieron, principalmente los pertenecientes a
hermandades externas al territorio andaluz, lloraron durante toda la
eternidad su amada romería.
Tras la
pandemia zombi, no hubo simpecado ni carreta, por mucha protección
de la Virgen y los santos con la que contase, que se atreviese a
surcar los caminos del Rocío en pleno territorio infectado.
Hubo varios
intentos de reconstruir una nueva Ermita del Rocío en algún lugar
al norte del paralelo 38º. Muchos fueron los lugares propuestos,
pero ninguno llegó a alcanzar el quórum suficiente para imponerse a
los demás. Así que los rocieros supervivientes de la pandemia
acabaron por dividirse en minúsculos grupos de hermandades y
agrupaciones, más o menos enfrentadas unas a otras, cada una con su
propio lugar de peregrinaje.
El Rocío, una
de las romerías más famosas y multitudinarias que existían, pasó
a la historia.
Hasta que
apareció Santa Ágata.
Nunca se supo
por qué. Pero sin esa pequeña, y en principio irrelevante,
circunstancia, la leyenda nunca hubiese sido posible.
Pero por alguna
razón, la familia de Ágata no volvió tras el simpecado de su
hermandad a su Coria del Río natal, en la provincia de Sevilla. Por
alguna razón, decidieron quedarse unos días más en la aldea de El
Rocío. Quizás querían disfrutar de la blanca belleza de la aldea
almonteña, que apenas llegaba a los dos mil habitantes censados, sin
la barahúnda de fieles, que podían superar el millón de almas
durante la romería. O quizás hubo algún tipo de ruptura, de pelea,
o de disputa. Tal vez el cabeza de familia de Ágata decidió, por
cualquier razón, suponemos que de peso, romper con sus hermanos
corianos. También pudo ocurrir que la madre cayese enferma, y la
familia decidiese pasar unos días en la tranquilidad de los límites
de Doñana para darle tiempo a la buena mujer a reponerse. Tal vez la
abuela hizo una promesa a la Virgen, quedarse unos días más para
que así la nieta, Ágata, acabase quinto de primaria con buenas
notas.
Nunca lo
sabremos. Pues Santa Ágata de los Zombis nunca pronunció una
palabra durante los meses de su vida apostólica.
Abotargados todavía por el ritual consumista y cuasireligioso impuesto por la costumbre en las
pasadas festividades, y encontrándonos en el comienzo de un nuevo año, lo que no deja de ser una división del tiempo anual totalmente
arbitraria que nos marcamos a nosotros mismos, es quizá un buen momento para
reflexionar sobre ciertas ideologías y formas de pensar que parecen crecer en popularidad en los últimos
tiempos.
Hablamos de las pseudociencias,
esas creencias o prácticas que se presentan como si tuviesen una base científica, o más o menos
probada, pero que en realidad no han sido probadas en ningún momento ni lugar y
no siguen un método científico
válido. Es decir, no se pueden comprobar o no
se han comprobado de manera fiable.
No presentamos hoy, pues, un relato
ni un fragmento de novela.
No se trata de un trabajo de ficción como los que suelen aparecer en este blog.
Se trata de un pequeño
ensayo que, por diversas razones que las circunstancias así conjuraron,
escribí sobre las pseudociencias. En concreto, sobre una técnica de videncia muy
común conocida como lectura en frío.
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Lectura en frío
¿Qué es la lectura en frío?
Para Ivón A.C., la adivinación, la videncia, el Tarot, siempre fueron
temas a los que se aproximó con un respeto solemne. Los consideraba otros
caminos que ofrecían la posibilidad de ver más allá de lo acostumbrado, de lo
meramente visible y perceptible. Una forma de abrirse paso a vivencias
difíciles de explicar e inalcanzables de otra manera.
En un momento complicado de su vida, en el que necesitaba encontrar
nuevos puntos de apoyo, Ivón decidió acudir a la consulta de Michelle, vidente, psíquica y pitonisa, de la que
supo a través de una amiga común interesada en los temas esotéricos.
Aunque acudió con cierto recelo a la cita concertada con la vidente,
Ivón se vio gratamente sorprendida ante la certeza y claridad con que Michelle
fue capaz de analizar su complicada situación en aquel momento. La exactitud en las interpretaciones y la
precisión en las predicciones de Michelle hicieron que Ivón acudiese
repetidas veces a la consulta durante un periodo de varios meses.
No resultó un proceso nada
barato.
Pero las predicciones, análisis y consejos aportados por Michelle
resultaron de gran ayuda para Ivón,
que a partir de ahí tuvo una mejor idea de cómo afrontar su futuro.
Hasta aquí, todos felices, ¿no es así? En principio, el proceso resultó
satisfactorio en grado sumo para ambas partes.
Ivón recibió la guía y el consuelo que estaba necesitando, y Michelle
vio cómo su cuenta bancaria engrosaba un poco más.
En realidad, Ivón fue la víctima
inconsciente de una técnica llamada lectura en frío.
La lectura en frío es una técnica
mediante la cual alguien logra convencer
a otra persona de que conoce mucho más acerca de ella de lo que realmente
conoce. Una metodología utilizada por adivinadores, quiromantes, tarotistas,
videntes, psíquicos y demás «profesionales» de las artes esotéricas. No
se trata más que de un medio, perfectamente analizado y comprendido, a través
del cual el vidente obtiene información sobre sus clientes, atribuyéndose este
conocimiento a la posesión de supuestas
capacidades psíquicas o paranormales.
Un vidente experimentado en las técnicas de lectura en frío, aún
sin tener ningún conocimiento previo sobre la persona, puede conseguir de forma
rápida una gran cantidad de información de la misma, mediante el análisis
meticuloso de su lenguaje corporal, su forma de hablar, ropa, apariencia, edad,
sexo, nivel educativo, etc.
A medida que va «leyendo», el adivino calibra sus juicios según las
reacciones corporales inconscientes del sujeto ante las supuestas predicciones.
Como muestra, un botón. En este video puedes encontrar unos cuantos trucos de vidente
para ligar:
Convertirse en médium en cuatro simples pasos
Aunque pueda parecer un proceso complejo, la lectura en frio es en
realidad una técnica muy simple.
Consiste en decirle al sujeto que realiza la consulta una serie de frases
obvias y generales, aplicables a cualquier persona, e ir entresacando la información veraz mediante la retroalimentación
basada en las respuestas verbales o corporales del sujeto. No se trata más que
de un hábil y sutil proceso de tanteo
a través de los aciertos y desaciertos en los que el adivino va incurriendo.
Se pueden distinguir en el proceso una serie de fases bien delimitadas.
Primero, es necesario realizar unanálisis visualde la persona en el momento que ésta entra en
el local habilitado para la sesión psíquica. Este análisis puede comprender
desde evaluar la forma de caminar del individuo, sus movimientos, su forma de
sentarse, de interaccionar con la mirada, de hablar, de actuar, la vestimenta
que lleve, adornos y complementos, su aspecto físico en general, etc.
Después vendría la lectura
del carácter de la persona. En esta fase se deben usar con astucia los
datos obtenidos en la primera fase, y utilizar una buena dosis de ambigüedad e ideas halagadoras para ir entresacando más información sobre el
sujeto. Así el adivino diría frases como «Es usted una persona muy
inteligente», «Es una persona tímida, pero a veces atrevida», «Tiene un gran
potencial» y demás. En cada frase, el supuesto psíquico debe estar atento a las
reacciones gestuales del sujeto, profundizar en los aciertos y disimular u
obviar los fallos. De esta forma se gana
credibilidad ante el cliente, al que en este punto se lo podría llamar sin
demasiados reparos la víctima.
La tercera fase de la lectura en frío consiste en tender las redes, en emitir afirmaciones vagas para sonsacar
información más precisa del sujeto. Basándose en la información obtenida en las
dos fases anteriores, se pueden aventurar descripciones
más o menos ambiguas para obtener
datos aún más concretos y acertados. En el momento en que se detecta una
respuesta positiva, demostrada por una respuesta verbal o corporal de la
víctima, el vidente debe reforzar su acierto. En caso contrario, debe desviar
la atención del fracaso, ya sea restando importancia a lo dicho o alegando que
«aunque aún no ha sucedido, pronto sucederá», o alguna frase evasiva por el
estilo. El objetivo en esta fase es ganarse
la complicidad y cooperación del sujeto.
La última fase sería la predicción
del futuro. A estas alturas de la sesión, el vidente ya ha obtenido
cierta información de su víctima, y cuenta con la credulidad y el asombro de la
misma. Es la etapa más relajada, pues sólo hay que jugar con probabilidades. Se pueden hacer previsiones generales del
tipo «El próximo año padecerá una enfermedad» (lo que le suele ocurrir a la
mayor parte de la gente, aunque se trate de un simple resfriado), o «En breve
emprenderá un nuevo proyecto» (otro evento bastante común, sobre todo si no se
especifica nada sobre el mencionado proyecto). Cualquier afirmación de este
tipo será aceptada por la víctima
sin ninguna dificultad.
Para realizar una efectiva lectura en frio, el psíquico debe de
reunir una serie de cualidades.
Por supuesto, debe tener un buen sentido
de la observación y un buen juego de
palabras. Nunca deberá aceptar que ha cometido un error de predicción, sino
que tratará de esconderlo hasta donde pueda. En la mayoría de los casos, el
truco consiste en llevar al sujeto a un campo donde no pueda verificar la
veracidad o falsedad de la afirmación hecha por el adivino. En resumen, usará
en su desempeño la dramatización y el empleo de frases evidentes, ambiguas e imposibles
de verificar.
Uno de los elementos cruciales para conseguir una buena lectura en frío es que el
sujeto sea crédulo y esté ansioso por encontrar conexiones entre las palabras
del adivino y sus propios recuerdos y vivencias. De esta forma, la víctima
interpretará afirmaciones vagas que apoyen las supuestas predicciones del
adivino. Puesto que la mayoría de dichas afirmaciones son positivas y
halagadoras, es fácil conseguir que la víctima coopere y proporcione al adivino
los datos necesarios para reafirmar los supuestos «poderes» del psíquico.
El proceso de la lectura en frío ha sido tan claramente puesto al
descubierto que incluso el psicólogo Michael Shermer, editor de la revista Skeptic,
llegó a publicar el decálogo de cómo convertirse en un buen vidente, en
el que critica con gran ironía este tipo de prácticas.
Aquí puedes ver cómo el mago James Randi explica el verdadero
funcionamiento de los poderes psíquicos:
Dicho todo lo anterior, es innegable que una inmediata duda nos asalta.
Si la lectura en frío no es más que un simple engañabobos fácilmente
refutable, ¿cómo es que tanta gente parece caer en sus redes? A juzgar por el
número de anuncios de supuestos psíquicos y videntes en los medios de
comunicación, se podría incluso pensar que se trata de una industria
floreciente.
El efecto Forer: halágame y acertarás
Uno de los factores que nos ayuda a explicar la aparente ingenuidad y
credulidad del gran público es el llamado Efecto Forer.
El Efecto Forer, también llamado falacia de la validación, es el
hecho corroborado de que las personas dan altos índices de acierto a
descripciones de su personalidad que en teoría han sido realizadas específicamente
para ellos, pero que en realidad son afirmaciones vagas y generales que se
pueden aplicar a un amplio espectro de personas.
Esta es, por ejemplo, la base a la hora de confeccionar los horóscopos
que aparecen en muchas publicaciones de la prensa escrita.
El nombre viene de los estudios del psicólogo Bertram R. Forer. En
1948, el profesor Forer realizó un sencillo experimento. Les
entregó a sus alumnos el resultado de un supuesto análisis de personalidad que
había realizado para cada uno de ellos. Luego les pidió que puntuaran el
análisis según lo acertado o no que hubiese sido. Las puntuaciones fueron
sorprendentemente altas en todos los casos. Entonces el profesor Forer reveló
el secreto. En realidad, les había entregado a todos los alumnos el mismo
texto, que no era más que un pastiche de distintos horóscopos sacados del
periódico.
Para que el Efecto Forer ocurra, son necesarios dos factores
primordiales.
Por un lado, las descripciones dadas al sujeto, además de ser
necesariamente vagas, deben hacer hincapié en los rasgos positivos del
mismo.
Segundo, el sujeto debe creer en la autoridad de la persona que
está realizando el análisis. El sujeto, ya predispuesto a priori a creer en la
descripción, leerá la misma aplicándole su propio significado subjetivo, y
percibiéndola como «personal».
Diversos estudios han demostrado que el Efecto Forer es bastante
universal, pues se ha observado en personas de diferentes culturas y regiones
geográficas. También se ha comprobado que las personas con creencias en lo
paranormal son más susceptibles al Efecto Forer. Pero incluso personas
escépticas al mundo de lo esotérico muestran también la tendencia a aceptar como personales descripciones
vagas, siempre que estas sean halagadoras.
Es lo que se llama un sesgo cognitivo.
En este caso, el sesgo consiste en que la persona acepta como propios los
atributos positivos, mientras que rechaza de plano los negativos.
Los sesgos cognitivos son algo inherente a la forma de funcionar del
cerebro humano. Nuestros cerebros están
programados para buscar coincidencias, para estableces procesos de causa y
efecto, para de esta forma desentrañar patrones que nos ayuden a comprender el
entorno en el que vivimos y aumentar nuestras posibilidades de supervivencia.
Resulta lógico pensar que siempre sería conveniente saber de antemano de donde
puede venir el peligro para así poder evitarlo. El problema es que a menudo
vemos, o pensamos que existe, una relación causal, cuando en realidad se trató
de una simple coincidencia.
Por otra parte, los seres humanos tenemos la tendencia innata de
filtrar los datos que nos llegan, para quedarnos con aquellos que coincidan con nuestros conceptos previos
y nuestra forma de pensar. Es lo que se llama un prejuicio cognitivo. Por eso aceptamos, e incluso creemos, las
palabras de los políticos que comparten nuestra tendencia ideológica, mientras
que desconfiamos de lo que dicen los demás. De igual forma, aquellos que creen
en la existencia de poderes psíquicos, creerán lo que un supuesto adivino les
diga, pues ya están predispuestos a ello.
Esta forma de trabajar del cerebro humano tuvo, sin lugar a dudas, un
gran valor como elemento positivo para garantizar la supervivencia de la
especie. Un comportamiento que resultó favorecido y reforzado por la selección
natural a lo largo de miles de años.
En el mundo actual, por desgracia, esta particularidad de nuestros
cerebros permite que gente sin
escrúpulos se llenen los bolsillos a costa de la credulidad y la ingenuidad
de otros.
Un sano escepticismo siempre será un escudo útil frente a este
tipo de argucias.