En vísperas de Reyes, que mejor tema
para meditar que la intolerable tiranía que nos impone el poderoso caballero
don dinero.
Pues llevamos demasiados años sufriendo
la inútil, sanguinaria y fantasmal crisis económica que sacude nuestra civilización. Y lo que
todavía nos queda por sufrir puede ser algo inenarrable.
Nos ha obligado a trastocar nuestros
valores, tragarnos en seco nuestras repulsas y largar de una patada nuestros
sueños y aspiraciones.
Ha trastocado todos los aspectos de
nuestras vidas. Incluso aquellos más íntimos y que más reacios somos a
confesar.
Aquí tienes de nuevo este relato corto de Juan Nadie
que narra, en clave de humor negro
(muy negro), como esta maldita crisis puede llegar a cambiar nuestras
vidas.
Si pinchas aquí podrás bajarte el PDF totalmente gratis.
Que lo disfrutes.
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EL
FETICHISMO EN LOS TIEMPOS DE LA CRISIS
Allí estaba ella otra vez, de espaldas
a mí, a la espera en la puerta del hotel, como siempre. Desde la garita
acristalada a la entrada del parking subterráneo no conseguía verle la cara,
pero disfrutaba de una vista magnífica de esas piernas largas y esbeltas. Unas
piernas de infarto, siempre enfundadas en unas sedosas medias negras que a la
vez mostraban y ocultaban la piel caliente y suave bajo ellas. Una invitación a
la caricia, al éxtasis; una insinuación del mundo de placer y lujuria que se
escondía entre esas nalgas cinceladas con sublime perfección. La costura
posterior de las medias corría a lo largo de las sinuosidades del muslo, se
curvaba en el delicioso espacio de la corva, y se arqueaba con sensualidad
sobre la pantorrilla, para acabar perdiéndose en el talón de unos pies siempre
enfundados en maravillosos zapatos con tacón de aguja.
El vestido variaba de una vez a otra,
aunque siempre eran vestidos ceñidos, muy cortos, que mostraban sin ambages la
esplendidez de su trasero, la inigualable curva de ánfora de sus caderas. Pero
las medias nunca faltaban. Siempre medias negras con costura, perturbadoras y
adorables, cubriendo con delicadeza la perfecta armonía de unas piernas
perfectas.
Una vez, un día caluroso en el que
llevaba una falda plisada deliciosamente corta, se agachó un momento y pude entrever
en un fugaz instante el liguero que sujetaba con mimo el encaje de la liga.
Tuve una erección casi instantánea, que apretaba desvergonzada contra la
bragueta de mis pantalones. Justo en ese momento, un maldito coche se paró al
lado de la garita. Lo conducía una señora mayor. La muy torpe estacionó el
coche demasiado lejos de mi ventana y no alcanzaba a darme el ticket del aparcamiento.
Tuve que salir de la garita y acercarme al vehículo. La vieja se dio cuenta que
yo iba con la tienda de campaña puesta, desde luego. No me importó lo más
mínimo. Mi mente estaba ocupada por completo con esas medias negras.
No me las podía quitar de la cabeza.
Pensaba en esa mujer a todas horas. Ver esas piernas de ensueño enfundadas en
sus medias oscuras eran los mejores momentos en este trabajo de mierda como
vigilante de aparcamiento; el único que había conseguido desde que me echaron
de la oficina.
Ella empezó a aparecer por el hotel
poco después de que yo comenzase mi trabajo en la garita. Venía dos o tres
veces por semana. Siempre se quedaba allí, a la entrada de la rampa que
conducía al aparcamiento, a la espera durante unos minutos. Entonces sacaba el
móvil y, tras una corta conversación, se dirigía al interior del hotel. Su
indumentaria y sus visitas regulares no dejaban dudas acerca de su profesión.
Los clientes del hotel eran en su mayoría hombres de negocios de paso por la
ciudad. Tipos que requerían los servicios temporales de mi diosa de las medias
negras para mitigar su soledad. A juzgar por los terriblemente caros coches de
alquiler del aparcamiento, a esos tipos tenía que salirle la pasta por las
orejas. El inaccesible objeto de mis ensoñaciones eróticas debía ser de las
caras.
Siempre se paraba de espaldas a mi
garita y ni una sola vez se giró. Un par de veces volvió la cabeza hacia un
lado y estuve a punto de ver su perfil, pero nunca llegué a percibir con
claridad su rostro. Yo fantaseaba como serían las facciones de la meretriz de
mis sueños. Imaginaba unos ojos grandes y oscuros, con voluptuosas pestañas,
los labios carnosos e invitadores, maquillados con rojo carmín, quizás un lunar
sobre el labio que le daría un puntito de exotismo y picardía. Pero no me
importaba. Esas piernas y esas medias negras eran todo lo que yo podía anhelar.
Las piernas siempre han sido la parte de las mujeres que más me ha atraído.
Unas piernas bonitas y un buen culo y soy feliz. De hecho, las piernas fueron
una de las razones por las que me casé con mi mujer.
No podía dejar de sentirme un poco
culpable, de experimentar un retortijón de remordimientos. Si Felisa y las
niñas supiesen que tenía fantasías eróticas con una prostituta a la que nunca
había visto la cara, pensarían que me estaba convirtiendo en un viejo chocho.
Incluso a veces, cuando hacía el amor con mi esposa, me sorprendía a mí mismo
pensando en la mujer de las medias negras. Claro que en los últimos tiempos las
relaciones con Felisa no eran todo lo frecuentes que solían ser; muy a menudo,
ella se encontraba cansada y sin ganas.
La odalisca de las medias negras se
había marchado hacía ya un buen rato. Imaginé que acudió al mandato de su
cliente del día al interior del hotel. Entonces sonó el teléfono de la garita. Una
llamada de arriba. De vez en cuando requerían mi ayuda en las cocinas, para
transportar algo o descargar algún camión de suministros.
Dejé la barrera del parking levantada y
entré en el hotel por la puerta principal, que es la que me pillaba más cerca.
Al entrar en el recibidor me paré en
seco. Ella estaba allí, de espaldas a la puerta, hablaba con un tipo elegante y
bien trajeado que supuse era el cliente con el que acababa de estar. Las medias
negras eran un canto a la belleza femenina en medio de la decoración funcional
del vestíbulo. El hombre se despidió de ella con un beso en la mejilla y un
apretón en el culo.
Sentí una punzada de celos al pensar
que ella había estado con ese tipo. Pero no me importó. Por fin iba a verle la
cara, a conocerla. Caminé con deliberada lentitud a través de la pesada
moqueta. Quería tener el tiempo suficiente para verla bien de arriba abajo. Ella
se llevó la mano al lacio cabello, obviamente una peluca, ajustándoselo sobre
los hombros y empezó a girarse hacia donde yo me encontraba. Sentí como el
pulso se aceleraba, el corazón desbocado como un corcel. El mágico momento estaba
a punto de llegar.
Cuando le vi la cara se me cayó el alma
a los pies. Nuestras miradas se cruzaron y el universo se detuvo entre ambos durante
unos segundos eternos.
—¿Felisa? ¿Eres tú? —dije con un nudo
en la garganta.
—¡Paco! ¿Qué haces tú aquí? ¿Y con ese
uniforme?
—Trabajo de vigilante en el
aparcamiento.
—¿Y tu trabajo en la gestoría?
—Me echaron hace casi un año. Ya sabes,
recorte de plantilla.
—Ahora entiendo lo del préstamo.
—¿Y tú qué demonios haces en este
hotel, Felisa, y vestida así?
—De alguna forma hay que pagar la
hipoteca y el colegio de las niñas, Paco.
Nos miramos con tristeza durante unos instantes.
—¿Qué hay de cena esta noche? —dije al
fin.
—Bacalao al pilpil.
—Bien. Hasta la noche entonces.
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© Juan Nadie, Planeta Tierra, 2014
Obra inscrita en el Registro de la Propiedad
Intelectual de Safe Creative con el número 1009277450319.
Todos los derechos reservados. All rights reserved.
Ilustración de la portada: fotomontaje del autor.
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