jueves, 5 de enero de 2017

El fetichismo en los tiempos de la crisis (relato)


En vísperas de Reyes, que mejor tema para meditar que la intolerable tiranía que nos impone el poderoso caballero don dinero.
Pues llevamos demasiados años sufriendo la inútil, sanguinaria y fantasmal crisis económica  que sacude nuestra civilización. Y lo que todavía nos queda por sufrir puede ser algo inenarrable.
Nos ha obligado a trastocar nuestros valores, tragarnos en seco nuestras repulsas y largar de una patada nuestros sueños y aspiraciones.
Ha trastocado todos los aspectos de nuestras vidas. Incluso aquellos más íntimos y que más reacios somos a confesar.
Aquí tienes de nuevo este relato corto de Juan Nadie que narra, en clave de humor negro (muy negro), como esta maldita crisis puede llegar a cambiar nuestras vidas.
Si pinchas en la portada, podrás leerlo en Wattpad.
Si pinchas aquí podrás bajarte el PDF totalmente gratis.

Que lo disfrutes.

https://www.wattpad.com/story/22375093-el-fetichismo-en-los-tiempos-de-la-crisis

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EL FETICHISMO EN LOS TIEMPOS DE LA CRISIS

Allí estaba ella otra vez, de espaldas a mí, a la espera en la puerta del hotel, como siempre. Desde la garita acristalada a la entrada del parking subterráneo no conseguía verle la cara, pero disfrutaba de una vista magnífica de esas piernas largas y esbeltas. Unas piernas de infarto, siempre enfundadas en unas sedosas medias negras que a la vez mostraban y ocultaban la piel caliente y suave bajo ellas. Una invitación a la caricia, al éxtasis; una insinuación del mundo de placer y lujuria que se escondía entre esas nalgas cinceladas con sublime perfección. La costura posterior de las medias corría a lo largo de las sinuosidades del muslo, se curvaba en el delicioso espacio de la corva, y se arqueaba con sensualidad sobre la pantorrilla, para acabar perdiéndose en el talón de unos pies siempre enfundados en maravillosos zapatos con tacón de aguja.
El vestido variaba de una vez a otra, aunque siempre eran vestidos ceñidos, muy cortos, que mostraban sin ambages la esplendidez de su trasero, la inigualable curva de ánfora de sus caderas. Pero las medias nunca faltaban. Siempre medias negras con costura, perturbadoras y adorables, cubriendo con delicadeza la perfecta armonía de unas piernas perfectas.
Una vez, un día caluroso en el que llevaba una falda plisada deliciosamente corta, se agachó un momento y pude entrever en un fugaz instante el liguero que sujetaba con mimo el encaje de la liga. Tuve una erección casi instantánea, que apretaba desvergonzada contra la bragueta de mis pantalones. Justo en ese momento, un maldito coche se paró al lado de la garita. Lo conducía una señora mayor. La muy torpe estacionó el coche demasiado lejos de mi ventana y no alcanzaba a darme el ticket del aparcamiento. Tuve que salir de la garita y acercarme al vehículo. La vieja se dio cuenta que yo iba con la tienda de campaña puesta, desde luego. No me importó lo más mínimo. Mi mente estaba ocupada por completo con esas medias negras.
No me las podía quitar de la cabeza. Pensaba en esa mujer a todas horas. Ver esas piernas de ensueño enfundadas en sus medias oscuras eran los mejores momentos en este trabajo de mierda como vigilante de aparcamiento; el único que había conseguido desde que me echaron de la oficina.
Ella empezó a aparecer por el hotel poco después de que yo comenzase mi trabajo en la garita. Venía dos o tres veces por semana. Siempre se quedaba allí, a la entrada de la rampa que conducía al aparcamiento, a la espera durante unos minutos. Entonces sacaba el móvil y, tras una corta conversación, se dirigía al interior del hotel. Su indumentaria y sus visitas regulares no dejaban dudas acerca de su profesión. Los clientes del hotel eran en su mayoría hombres de negocios de paso por la ciudad. Tipos que requerían los servicios temporales de mi diosa de las medias negras para mitigar su soledad. A juzgar por los terriblemente caros coches de alquiler del aparcamiento, a esos tipos tenía que salirle la pasta por las orejas. El inaccesible objeto de mis ensoñaciones eróticas debía ser de las caras. 
Siempre se paraba de espaldas a mi garita y ni una sola vez se giró. Un par de veces volvió la cabeza hacia un lado y estuve a punto de ver su perfil, pero nunca llegué a percibir con claridad su rostro. Yo fantaseaba como serían las facciones de la meretriz de mis sueños. Imaginaba unos ojos grandes y oscuros, con voluptuosas pestañas, los labios carnosos e invitadores, maquillados con rojo carmín, quizás un lunar sobre el labio que le daría un puntito de exotismo y picardía. Pero no me importaba. Esas piernas y esas medias negras eran todo lo que yo podía anhelar. Las piernas siempre han sido la parte de las mujeres que más me ha atraído. Unas piernas bonitas y un buen culo y soy feliz. De hecho, las piernas fueron una de las razones por las que me casé con mi mujer.
No podía dejar de sentirme un poco culpable, de experimentar un retortijón de remordimientos. Si Felisa y las niñas supiesen que tenía fantasías eróticas con una prostituta a la que nunca había visto la cara, pensarían que me estaba convirtiendo en un viejo chocho. Incluso a veces, cuando hacía el amor con mi esposa, me sorprendía a mí mismo pensando en la mujer de las medias negras. Claro que en los últimos tiempos las relaciones con Felisa no eran todo lo frecuentes que solían ser; muy a menudo, ella se encontraba cansada y sin ganas.
La odalisca de las medias negras se había marchado hacía ya un buen rato. Imaginé que acudió al mandato de su cliente del día al interior del hotel. Entonces sonó el teléfono de la garita. Una llamada de arriba. De vez en cuando requerían mi ayuda en las cocinas, para transportar algo o descargar algún camión de suministros.
Dejé la barrera del parking levantada y entré en el hotel por la puerta principal, que es la que me pillaba más cerca.
Al entrar en el recibidor me paré en seco. Ella estaba allí, de espaldas a la puerta, hablaba con un tipo elegante y bien trajeado que supuse era el cliente con el que acababa de estar. Las medias negras eran un canto a la belleza femenina en medio de la decoración funcional del vestíbulo. El hombre se despidió de ella con un beso en la mejilla y un apretón en el culo.
Sentí una punzada de celos al pensar que ella había estado con ese tipo. Pero no me importó. Por fin iba a verle la cara, a conocerla. Caminé con deliberada lentitud a través de la pesada moqueta. Quería tener el tiempo suficiente para verla bien de arriba abajo. Ella se llevó la mano al lacio cabello, obviamente una peluca, ajustándoselo sobre los hombros y empezó a girarse hacia donde yo me encontraba. Sentí como el pulso se aceleraba, el corazón desbocado como un corcel. El mágico momento estaba a punto de llegar.
Cuando le vi la cara se me cayó el alma a los pies. Nuestras miradas se cruzaron y el universo se detuvo entre ambos durante unos segundos eternos.
—¿Felisa? ¿Eres tú? —dije con un nudo en la garganta.
—¡Paco! ¿Qué haces tú aquí? ¿Y con ese uniforme?
—Trabajo de vigilante en el aparcamiento.
—¿Y tu trabajo en la gestoría?
—Me echaron hace casi un año. Ya sabes, recorte de plantilla.
—Ahora entiendo lo del préstamo.
—¿Y tú qué demonios haces en este hotel, Felisa, y vestida así?
—De alguna forma hay que pagar la hipoteca y el colegio de las niñas, Paco.
Nos miramos con tristeza durante unos instantes.
—¿Qué hay de cena esta noche? —dije al fin.
—Bacalao al pilpil.
—Bien. Hasta la noche entonces.
 
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© Juan Nadie, Planeta Tierra, 2014
Obra inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual de Safe Creative con el número 1009277450319.
Todos los derechos reservados. All rights reserved.
Ilustración de la portada: fotomontaje del autor. 

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